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Helmut Berger, parodiando a Marlene Dietrich en 'La caída de los dioses'. A la izquierda, el actor (i) con Lucía Bosé, Camilo Sexto y Charo Vega, en los 70.

Pecados de una 'viuda'

repasa su vida de excesos. «Nuréyev y yo hacíamos el amor por las calles parisinas»

Daniel Vidal

Miércoles, 15 de abril 2015, 13:24

La vida de Helmut Steinberger cambió de golpe con 20 años. Era solo un chiquillo imberbe cuando se plantó embobado en un rodaje de Luchino Visconti, en Roma, y el director de cine clavó sus ojos en él. Visconti, aristócrata, millonario y homosexual, le sacaba 40 años, pero aquello no fue óbice para enamorarse locamente de aquel austriaco de buena planta, que estudiaba idiomas en Perugia. Se lo llevó a vivir a su palacete de la Ciudad Eterna y lo transformó en el actor Helmut Berger: pasó a ser el niño bonito de sus películas y en poco tiempo se convirtió en «el hombre más guapo del mundo», como le definía la crítica, allá por los años 70. Hasta vestido de mujer levantaba pasiones, como aclaró Billy Wilder después de ver 'La caída de los dioses' (1969), en la que Berger se disfraza de 'drag queen' para parodiar el papel de Marlene Dietrich en 'El ángel azul': «Excepto Helmut Berger, hoy en día no quedan mujeres interesantes», dijo

Poco queda hoy de aquella estrella resplandeciente, «una belleza demoníaca, insana y sexualmente pervertida», según Visconti. Tras la muerte de su amor y mentor, una década después de conocerse y de vivir a todo trapo por América y Europa (incluida España), Berger intentó suicidarse. Se recuperó, pero inició un descenso a los infiernos muy acorde con el título de aquella película que le hizo tan famoso. A punto de cumplir 71 años, es una caricatura de sí mismo. Vive de una pensión de 450 euros y come «sopa de patata en lugar de caviar», como dejó claro a su regreso de la 'Isla de los famosos', la versión alemana de nuestro 'Supervivientes': «A lo mejor debería haberme convertido en estrella del porno, me habría hecho apestosamente rico». Lo cierto es que Berger coquetea hoy con la ruina. Así que el protagonista de éxitos mundiales como 'El padrino III' o 'El jardín de los Finzi-Contini' vuelve ahora a sacar rédito de lo único que, al parecer, sigue generando interés en el público: sus múltiples pecados.

Extravagante y en ocasiones grotesco, no tuvo reparos en aparecer en el último Baile de Viena con una escayola que dejaba ver sus uñas de los pies pintadas de rojo carmesí: una nimiedad comparada con los detalles recogidos en 'Ich' ('Yo'), su anteúltima autobiografía, publicada en 2013, donde hace un exhaustivo repaso a más de 40 años de excesos con el alcohol y las drogas: aficionado a estupefacientes de todo tipo, llegó a encargar a los joyeros de Bulgari que le hicieran un canuto de oro para esnifar cocaína, una sustancia que consumía en cantidades industriales. Como cuenta el propio Berger, esta adicción le provocó un serio apuro en la cima de su carrera: en un baile benéfico en Mónaco, la enésima raya le desencadenó una incontenible diarrea que le manchó todo el pantalón del esmoquin blanco. Sin levantarse de la mesa, se quejó agriamente durante la velada del fétido olor que subía «desde el puerto». Aún así, la cocaína llegó a ser para el actor «mejor que el sexo».

«Le dañé... eso»

Y eso que al sexo tampoco le hacía ascos, como ha dejado claro en sus últimas 'confesiones', recogidas en una nueva autobiografía. Un libro que vuelve a traer cola y que ya está en las librerías francesa. Por si el lector no hubiera tenido suficiente con el primero. En 'Autorretrato. 70º aniversario' (Séguier), el actor repasa su vida junto a Visconti y desvela jugosas anécdotas sobre sus amantes, como el bailarín Rudolf Nuréyev: «Cada día bailaba durante horas. Con igual obsesión se lanzaba sobre los muchachos. Hicimos el amor por las calles parisinas. Un día, le abrí la cremallera violentamente y le dañé... eso. Durante una semana hizo vida de monje». También pone a parir a Alain Delon: «Quería conquistar a Visconti, el amor de mi vida, pero no tenía nada para ofrecerle. Solo su ambición por los mejores papeles. Incluso llegó a utilizar a su hijo, Anthony. Le hacía escribir cartas de amor con su letra de niño».

Berger intenta explicar al mundo su personalidad: «En el incendio de mi apartamento, en 1992, mis amigos no podían entender que yo me riera. Mis cuadros de Miró, de Chagall, los bocetos de Picasso hechos cenizas. Mala suerte, les decía. Cuando una puerta se cierra, otra se abre». Autodefinido como bisexual, no se olvida de las mujeres de su vida: «Quizá fue culpa del alcohol, pero mis relaciones con ellas siempre fueron complicadas. Me fascinan, pero son muy posesivas. Quieren casarse y tener hijos. Toda esa escena de ternura me paraliza. Y Marisa (Marisa Berenson, actriz neoyorquina con la que tuvo una relación) tampoco era la mujer emancipada e independiente que aparentaba ser».

A Pilar Miró le echó mano al escote en una fiesta en San Sebastián y se ganó un buen guantazo. Compartió cama con Bianca Jagger, según el libro, aunque en este caso «lo único que hicimos fue dormir». Y llegó a casarse con la relaciones públicas italiana Francesca Guidato. Puro artificio, porque él siempre se ha considerado la viuda de Visconti. «Lo seré hasta mi muerte. A veces una viuda alegre, a veces una viuda ebria o simplemente histérica, pero en el fondo siempre una viuda con el corazón enlutado». Y en ocasiones, con muy malas formas. Un periodista le preguntó a Berger en 2009 si seguía llorando la muerte del cineasta. «¿Es usted imbécil?», respondió.

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