Si hace 66 años 'Laika', una perrita mestiza, fue, muy a su pesar, el primer ser vivo que desde La Tierra alcanzó el espacio, hace ... diez supimos que en la Estación Espacial Internacional sobrevivió 'Rose', nombre que los astronautas le dieron... a un calabacín.
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Como suena. Son habituales los experimentos con vegetales en el espacio y, como los astronautas se deben aburrir, bautizaron a este fruto -que no hortaliza- y hasta le crearon su propio perfil en redes sociales, donde comentaba en primera persona las vicisitudes de su azarosa vida como primer calabacín astronauta de la historia.
El calabacín, zuchinni o zapallito es una planta anual de la familia de las curcubitáceas, prima hermana de la calabaza, el pepino y el melón. Produce unas espectaculares flores amarillas a las que la alta cocina les ha dado en los últimos años un papel en los manteles de postín. Lo otro, el fruto, es lo que generalmente nos encontramos en los mercados prácticamente todo el año, aunque la mejor época para su consumo es de noviembre a agosto.
Se cultiva tradicionalmente en el área mediterránea y es una planta muy productiva y de rápido crecimiento. Su origen está en las antiguas civilizaciones de América central y del sur -mayas y aztecas-, específicamente en la zona que hoy es México. Tras la grandiosa metedura de pata de Colón descubriendo el continente equivocado, el calabacín vuelve a llegar a Europa -aquí había sido conocido antes por griegos y romanos, y los árabes habían extendido su cultivo en la Edad media por el Mediterráneo.
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Benficios y consejos
Sin grasas Aporta hidratos de carbono y contiene unos niveles muy bajos de grasas y proteínas. Esta característica, junto a su aporte de fibra, lo hace un alimento perfecto para personas con problemas de sobrepeso.
Vitaminas Su contenido en vitaminas C, B y A, y en minerales como sodio, yodo, hierro, calcio, magnesio y potasio, ayuda en la producción de glóbulos rojos y blancos, en la síntesis del material genético o en la formación de anticuerpos del sistema inmunológico humano.
Y aquí, ¿qué? Pues que en la Región se cultiva en casi todo el territorio con producciones cercanas a las 4.500 toneladas anuales, procedentes sobre todo del Campo de Cartagena, el Valle del Guadalentín y la Comarca del Noroeste. Y aquí topamos con una de las más gloriosas banderas gastronómicas de la Región: el zarangollo. Un magnífico ejemplo de cómo una elaboración humilde, de subsistencia, acaba convertida en un tesoro culinario. Un simple revuelto de calabacín y cebolla que nos ha llegado de los judíos sefardíes, pero de ascendencia árabe-andalusí: la alboronía, madre de todos los pistos actuales.
Aunque la alboronía contenía berenjena, pimiento y, después de Colón, tomate, la necesidad hizo que los huertanos tiraran de lo que tenían a mano en el campo y era menos costoso: cebollas y calabacines. Y según los casos y preferencias, patatas. Naturalmente, eso sin contar las variaciones locales. El de Cartagena se sirve cubierto por un caparazón de masa de pan, en Cieza añaden tomate, calabaza o berenjenas, según temporada, y en Abarán, calabaza y guindilla.
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Su versatilidad en cocina es total. Cabe en pistos, en cremas y sopas; es habitual en esas bandejas de verduras a la plancha o brasa tan típicas de bares y restaurantes de Murcia. Sus láminas, cortadas longitudinalmente se usan para lasañas vegetales sustituyendo las placas de pasta; sus rodajas, finamente cortadas pueden servirse crudas en carpaccios aliñados de mil maneras. El propio zarangollo es objeto de múltiples 'versiones' por parte de los más reputados chefs de vanguardia. En fin, que 'Rose', el calabacín espacial, o alguno de sus descendientes, puede contemplar con orgullo, desde las alturas siderales, el papel de sus congéneres terráqueos.
2-3 calabacines grandes; 400 gr de carne de cordero picada; 2 cebollas tiernas; 4 cucharadas soperas de salsa de tomate; aceite; sal; agua; nuez moscada; cominos; orégano seco; mantequilla; queso rallado; caldo de carne.
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Cortamos los calabacines en trozos de diferentes alturas y, con la ayuda de una cuchara o de un vaciador vaciamos la carne, procurando no perforar la piel, y la picamos muy finamente. Ponemos a cocer los calabacines en agua con sal hasta que se ablanden. Serán unos pocos minutos. Escurrimos y reservamos. A continuación, ponemos una sartén al fuego con un chorrito de aceite y salteamos en ella una cebolla cortada muy fina. Tras unas vueltas, añadimos la carne de cordero, la salpimentamos y sazonamos con nuez moscada rallada, el orégano seco y un pellizco de cebollinos. Rehogamos durante cinco minutos más y pasamos a un bol. En la misma sartén salteamos la carne de los calabacines bien picada y salpimentada. Deberemos hacerlo a fuego fuerte. La incorporamos al bol y la mezclamos con la carne. Siguiendo con la misma sartén, rallamos encima la otra cebolleta y la rehogamos. Cuando esté transparente, añadimos la salsa de tomate y un cazo de caldo de carne. Lo diluimos bien y dejamos que reduzca un poco. Reservamos. Ahora, rellenamos con la farsa que teníamos reservada los calabacines y los ponemos en una bandeja resistente al horno. Encima de cada uno ponemos una nuez de mantequilla. Rallamos nuez moscada y espolvoreamos con queso rallado. Lo metemos al horno a 180 grados durante 20 minutos. Los últimos cinco, en posición grill. Los servimos de pie con una ligera salsa de fondo, que puede ser una crema de calabaza o, simplemente, de tomate.
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