Nos encantan los espías. Misteriosos, astutos, intrépidos, camaleónicos... Las historias de espionaje y sus rocambolescos giros de guion son ya un clásico de la ficción. Aunque los agentes secretos reales sean –al menos en lo estético– más parecidos a Anacleto que a James Bond, lo cierto es que sus auténticas peripecias no desmerecen las tramas de Fleming o Le Carré. Puede que los espías de verdad no fueran tan atractivos ni tuvieran a mano tantos artilugios tecnológicos como los de las películas, pero al menos sí que eran igual de aficionados a los lugares sofisticados. Hoteles de lujo y restaurantes exclusivos eran muchas veces sitios menos sospechosos que los bajos fondos para mantener una conversación discreta.
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En España fueron nidos de espionaje establecimientos tan suntuosos como el casino Gran Kursaal de San Sebastián, núcleo de intrigas internacionales durante la Primera Guerra Mundial, o la cafetería Embassy y el restaurante Horcher de Madrid, escenarios ambos de distintas confabulaciones de la segunda contienda mundial aunque uno fuera preferido por los aliados y el otro por el bando alemán. En los años de la Guerra Civil el contexto fue distinto y el espionaje también. Aunque no participaran oficialmente en la lucha armada, hubo países extranjeros que se implicaron más o menos veladamente en el conflicto y defendieron sus intereses a través de servicios de inteligencia secretos.
En los primeros meses de la guerra agentes ingleses, alemanes y rusos coincidieron en el Hotel Palace de Madrid. Allí estuvo desde el principio el periodista ucraniano Mikhail Koltsov (1898-1940), supuestamente corresponsal del periódico 'Pravda' pero en realidad el hombre de Stalin en España y mandamás del NKVD o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, el precursor del KGB.
En noviembre de 1936, Koltsov envenenó en el Palace a tres de sus colaboradores, gravemente heridos, para que no pudieran vincularlos con la URSS si la ciudad caía en manos nacionales. Esto lo contó Ernest Hemingway en su famosa novela 'Por quién doblan las campanas' (1940), que relata la historia de un alter ego del novelista estadounidense, Robert Jordan.
Miembro de las Brigadas Internacionales, Jordan lucha junto al bando republicano como especialista en explosivos y recibe la peligrosa misión de volar un puente en la ofensiva de Segovia, en mayo del 37. No les destripo el libro si les digo que Hemingway basó la trama en hechos reales y que sus páginas aluden a personajes de carne y hueso que él mismo conoció como Indalecio Prieto, Dolores Ibárruri, los generales Miaja y Rojo o el misterioso Koltsov, que en la novela responde al nombre de Karkov.
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Tanto el Koltsov auténtico como el Karkov literario abandonaron el Palace para instalarse en un hotel más discreto pero igualmente lujoso: el Gaylord's. Inaugurado en 1931 en la calle Alfonso XI número 3, cerca de la Puerta de Alcalá, este establecimiento nació como la versión española de un exclusivo edificio de apartamentos muy famoso en Estados Unidos. El Gaylord original está en el Wilshire Boulevard de Los Ángeles, California; allí lleva desde 1924 como residencia de ricos y famosos.
Con suelos de mármol, acabados en caoba y un estilo palaciego, el Gaylord californiano ofrecía a sus clientes apartamentos privados con servicios públicos como lavandería, peluquería, restaurante, bar o salón de baile. Eso mismo quiso construir en Madrid el acaudalado ingeniero malagueño Alberto Levenfeld Spencer, quien no escatimó en gastos para erigir un moderno edificio con todas las comodidades.
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Antes de la Guerra Civil el Gaylord's fue escenario de banquetes, convites de boda y saraos de la alta sociedad madrileña. La calidad de su oferta gastronómica fue recompensada en 1936 con dos estrellas Michelin y, a tenor de lo que describió Hemingway en 'Por quién doblan las campanas', su cocina no se resintió demasiado durante el asedio de Madrid.
Escogido por Koltsov como cuartel general de los soviéticos, el Gaylord's fue residencia oficiosa de aquel 'Estado Mayor Amigo' que manejó tantos hilos. En la novela, Robert Jordan sueña con pedir un permiso para volver a Madrid, darse un baño caliente, comprar libros, beber en la cama y «telefonear al Gaylord para preguntar si podía ir a comer allí».
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Los periodistas como Hemingway se alojaban en el Hotel Florida de Callao, pero si estaban bien relacionados con la cúpula comunista cenaban y bebían en el Gaylord's. Y es que era uno de los poquísimos sitios de la capital donde seguía habiendo whisky, cerveza y por supuesto vodka.
«En el Gaylord tenían cerveza auténtica y uno podía enterarse de los últimos acontecimientos de la guerra», contaba el escritor norteamericano. Aunque la primera vez que llegó a Madrid no le gustó el hotel en que se habían instalado los rusos porque el lugar le pareció demasiado lujoso, la comida demasiado buena para una ciudad sitiada «y la charla demasiado cínica para una guerra». Terminada la guerra, el Gaylord's fue residencia de diplomáticos ingleses. En 1962 cerró y con él se fueron los martinis «agitados, no revueltos».
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