Me comentaba mi buen amigo Telesforo –con muchos años en el mundo de la alta hostelería– que la clase es como los aromas únicos y exquisitos y como la esencia última de las cosas: escasa. Coco Chanel, la gran diseñadora francesa de alta costura y ... creadora de perfumes míticos, afirmó, en una ocasión, lo siguiente: «No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase».
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Una persona con clase se distingue por sí sola. Sobresale y se destaca por ciertas características y cualidades hasta el punto que deja tanta huella que se le echa de menos cuando no está presente y, por otro lado, su compañía enriquece. Trata a los demás como quisiéramos ser todos tratados, lo cual no significa falta de firmeza. Se puede hablar con otros de manera suave y sin necesidad de alterarse. La persona con educación rara vez pierde el control sobre sus reacciones. Se puede llamar civilidad. En las personas con distinción hay siempre una buena dosis de humildad. No son personas soberbias ni presumen de lo que son, de lo que tienen o de lo que han hecho.
La clase también tiene que estar presente siempre en las reglas de etiqueta en un buen restaurante: desde la vestimenta apropiada para la comida o la cena, la hora de llegada al local, el comportamiento en la mesa, desconectar el móvil totalmente, ordenar la comida y los vinos, la importancia de la servilleta, cómo masticar la comida y no hacer ruido, cómo usar los cubiertos y las copas, cómo comer el pan, la ordenación de los platos, mantener una conversación en una posición respetuosa y adecuada, el buen trato hacia los profesionales de sala y hasta la despedida final.
Hasta los huevos exigen elegancia y un protocolo para comerlos en el restaurante, eso sí, se prohibe terminantemente usar cuchillo. Telesforo continuó con su detallada explicación sobre los huevos que, en este caso, fue para invitarnos a degustar unos huevos divorciados. El nombre es una metáfora que representa la separación de una pareja. Al colocar los dos huevos alejados en el mismo plato –cada uno de ellos cubierto con una salsa diferente– se simboliza la ruptura de esa unión. Esta denominación divertida y creativa le da un toque especial al plato en la gastronomía mexicana.
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Dos huevos fritos sobre una base de dos tortillas de maíz nixtamalizado, ligeramente fritas. Posteriormente se bañan, uno con salsa verde y el otro con salsa roja, para que ambos estén separados. De ahí viene su nombre, ya que se sitúan con las dos salsas en el mismo plato sin mezclarse, como si fuera una pareja divorciada. Y, para distanciarlos, unos frijoles refritos a modo de barrera con un poco de queso fresco desmigado y espolvoreado. Termino con esta reflexión: «Tratar con educación es cuestión de clase y no de dinero. Siempre hubo, gente con clase y clases de gente». Ahí lo dejo.
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