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Los zumos son esa delicia líquida, un poco espesilla, que refuerzan los desayunos, acompañan la merienda, y refrescan tardes veraniegas. Y no son cosa de estos tiempos, que 400 años antes de que naciera Cristo, los alababa el famoso Esquilo, también Hipócrates, recomendaba el zumillo ... espeso y oscuro de las moras, para curar los males de garganta.
Los romanos, tanto los patricios como la plebe, se volvían locos por las uvas, y no solo por el vinillo alentador, también por los granos exprimidos entre la finura de unas gasas consiguiendo una especie de antepasado de los zumos, buenísimos, según cuentan viejos papeles. Lo mismo que los griegos, tenían debilidad por moras y frambuesas, frutos que siguieron teniendo importancia en la Europa medieval y renacentista. Como que, en el siglo XVI los colonos ingleses las llevaron a las Américas, y allí las plantaron.
En cuanto a los árabes, les encantaban las frutas y todo lo que de ellas derivaba. En la corte del legendario Harum-El Raschid, tomaban zumos de distintas frutas mezclados con nieve, los llamaban «sharbets». Los favoritos, eran los del jugo de las granadas. En los siglos siguientes, la fruta no tenía lugar en las mesas humildes, pero sí en los manteles de los señorones. Les gustaba en mermeladas, jaleas, bañándose en almíbar. Pero nada de zumos; con lo bien que les hubiera venido llevarla en los navíos, para combatir el terrible escorbuto. Y es que los médicos de la época, pensaban que el responsable de la marinera enfermedad, era el agua al corromperse. Cuando podían bajar a tierra, y proveerse de agua pura, se mejoraban, pero era la fruta fresca que también se llevaban, la panacea milagrera.
Fueron los norteamericanos, los que primero pusieron en el menú de sus marinos, la fruta como alimento obligado. Las limas, con lo que los europeos, acostumbrados a la exquisitez de naranjas y limones, los miraban como unos pobretones. Y así empezó la nueva era de los zumos, pero unos zumos «desaborios», porque los hacían muy aguadillos.
Esto fue la prehistoria de los zumos. Después apareció la frigorización, que mantenía más la fruta; exprimidoras y licuadoras, que consiguen zumos deliciosos, que refrescan a la vez que regalan un montón de vitamina. Son buenos para los niños por su gran valor energético, pero su aporte de glucosa, puede disparar las calorías.
En estas tierras levantinas mandan los de naranja, mandarina y limón, que tienen una hermosura de vitamina C, buenísimos para combatir los resfriados invernales. Los de limón, además, echan unas gotitas del jugo en agua fría, y tienen una bebida la mar de refrescante. Los zumos de pomelo son un pizquín amargos, pero adelgazan, y tomándolos antes de comer, aceleran la digestión. Los de pera, buenísimos pata tiroides y el riñón. Los zumos de ciruela, muy laxantes, los albaricoques, con mucha vitamina A. Pero lleven cuidado con los de fresa, porque no todos los organismos los toleran. En fin, dejen volar la imaginación, y podrán disfrutar de unos brebajes exquisitos y sanísimos.
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