La víspera de San José está ligada al chocolate con churros y a un emblemático local ya desaparecido, La Aduana. Los mayores recordarán aquel templo del dulce brebaje, pegajosillo y espeso, que ha llenado las tardes burguesas murcianas. Y lo que reconforta, de buena mañana, ... una taza humeante de chocolate, acompañada de la masa esponjosa de los churros. Sin olvidar, que no hace mucho tiempo, la merienda de los críos, era pan con una onza de chocolate, mejor si era de los Frailes de la Luz,

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La Aduana era una especie de pasadizo que se remansaba en una placeta, con salida al Plano de San Francisco y a la calle paralela. Aquel sencillo mostrador siempre estaba abarrotado de las gentes que acudían al olisque del chocolate y la masa frita. Entonces, los churros eran grandes ruedas rematadas en la porra, que te cortaban a trozos, salpicaban de abundante azúcar y te sumían en un éxtasis goloso. No los raquíticos lazos que te ofrecen ahora, algunos. Con los años, La Aduana tuvo que mudarse cerca de la Universidad, pero no era lo mismo. Por eso, cuando llega el día de los Pepes-Pepas, una siente una punzada de nostalgia por aquel perdido paraíso chocolatero.

El chocolate fue el regalo rumboso que el dios Quetzacoalt hizo al pueblo tolteca, en una apoca en que pasaba grandes penurias. Robó el arbolito de los jardines del cielo, lo plantó en la tierra y enseñó a los humanos cómo elaborarlo hasta conseguir la bebida de los dioses, que solo podían beber nobles y sacerdotes. Aunque entonces no se hacía como ahora, sino que las semillas trituradas se mezclaban con miel, harina de maíz y especias.

El chocolate procede del árbol del cacao, que da unas flores preciosas, pero sin aroma, y unas bayas agrupadas, que llaman 'maracas', con semillas grandes y un poco comprimidas. Los españoles lo descubrimos a la vez que México y desde entonces padecemos de chocolatemanía. Dicen que fue un monje de la Orden del Cister el que desde América envió al Abad del Monasterio de Piedra los primeros granos de cacao y la receta para hacerlo, y que de ahí arranca la tradición chocolatera del Cister y la Trapa. Lo de mezclarlo con leche dicen que se le ocurrió a los ingleses; y lo del azúcar, a las monjas de un convento de Oaxaca. En España los boticarios vendían chocolates purgativos, expectorantes y hasta afrodisíacos, que devolvían la vitalidad perdida. Aunque para fabricarlo se necesitaba una licencia real, como la mentada Aduana.

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El actual chocolate es una mezcla de cacao, azúcar, leche condensada o en polvo, vainilla, y a veces almendras. Esto era así hasta hace unos años, porque las fábricas hacen ahora maravillas en sabores y aromas.

La mancerina la invento el Marqués de Mancera, Virrey de Nueva España, cuando en una de sus meriendas una dama se manchó el traje al volcarse la jícara. El marqués ideó un platillo, con una barandilla en el centro, donde se ajustaba la jícara. Y así nació. la mancelina.

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