Los comienzos de los cafés vieneses son tema de discusión. Algunos aseguran que el dueño del primer café fue Franz Geog Kolachitzki, al que por sus hazañas en las guerras contra los turcos lo premiaron con 500 sacos de granos de café y la licencia ... para un local donde venderlo. Para otros, el primer café fue el del armenio Hohan Diodato que, en 1683, por licencia de la Corte Imperial, podía preparar café. Lo llamaban 'la bebida turca'. Aunque nadie les daba mucha vida, ahí están, casi cuatrocientos años después, supervivientes de guerras, epidemias, revoluciones, bancarrotas...
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Al café hay que entrar con calma, con sentido de la tradición, lo que se consigue sin esfuerzo en los de Viena. Paredes recubiertas de madera, mesitas de mármol, asientos de terciopelo o bancos forrados de cuero. Y un aroma indefinible, mezcla de cigarrillos, café y papel de periódico. En esos cafés, se puede jugar a las cartas o al billar, leer el periódico, charlar con los contertulios de todos los días, o con uno que pasaba por allí. En él manda el Herr Over, el camarero, vestido impecable pero sencillo, amable pero reservado. Si ha ido más de una vez, seguro que lo reconoce, lo lleva a su mesa favorita y le sirve el mismo café.
A lo largo del día, desde las seis de la mañana a medianoche, el café cambia de cara. Primero los madrugadores, los que van a trabajar y toman un auténtico desayuno vienés: café con leche y crema, mantequilla, jalea y un huevo pasado por agua. A media mañana, los profesionales que se escapan a leer el periódico y tomar un café. O los desocupados, que, mientras leen, toman vasos y vasos de agua fresca. A mediodía, ofrecen almuerzos rápidos para los que trabajan en los alrededores, y con la hora del café, recupera su habitual aspecto: cafés de todas clases y dulces chucherías.
Grisser Schwarden, café en taza grande, solo, que cortan con leche hirviendo, yema o licor de huevo. Einspainner, una copa de cristal con moka caliente. Expresso, Kapuziner o María Theresia, café negro con licor de naranja y pequeños trozos de chocolate. Deliciosos brebajes, acompañados de Apfeltrudel, tarta de manzana, Sacher-Torter, pecaminosa tarta de chocolate, creación del confitero que le dio nombre. Bollos rellenos, croissant aromatizados con semillas de amapola, tartas con confituras y frutas, la imprescindible nata...
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Inolvidables cafés vieneses. Algunos abiertos en el XVIII y XIX, como el Kramer, que en 1720 fue el primer café que ofreció a sus clientes el periódico. Otros se han reconvertido en restaurantes, han abierto nuevos y muchos siguen siendo el café de siempre. Al Central de 1866 lo llamaban 'la universidad del ajedrez'. Allí acudía Trotski, que era muy aficionado. Cherz Bogner, donde domiciliaba sus cartas Schubert. Café Sacher, donde en 1876 un jovencísimo Franz Sacher creó la famosa tarta. En 1880 abrió el Sperl, creó su tarta y fue sede de gentes del teatro. Todos conservan el encanto y buen sabor de otros tiempos.
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