Ron, hielo y Hemingway: la fórmula del gran Constante
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El gerundense Constantí Ribalaigua llegó a convertir El Floridita de La Habana en el bar más famoso del mundoEl mundo de la coctelería se ha vestido de tiros largos. Esta semana se ha celebrado en Barcelona la gala The World's 50 Best Bars, versión líquida de la lista de los 50 mejores restaurantes, y en ella se ha encumbrado como líder de ... la coctelería mundial a Paradiso Barcelona, un bar del barrio de El Born. Añadan a eso que el 7 de octubre es en Cuba el Día del Cantinero, que a principios de noviembre se celebrará también en la isla caribeña el Campeonato Mundial de Cócteles y que este 2022 marca además el centenario de una receta alcohólica de postín, el daiquirí helado. Normal que yo haya decidido dedicar este mes de octubre a recordar a las viejas glorias de la coctelería, especialmente a los españoles que hicieron fortuna en las barras de aquella Cuba precastrista en la que corrían el dinero y el ron.
Si la semana pasada hablamos del leonés Emilio González 'Maragato', pionero del cocteleo elegante y gran divulgador del daiquirí, parece justo que hoy hagamos un guiño a la reciente elección de mejor bar del mundo y dediquemos estas líneas a quien fue calificado como mejor barman del siglo XX. Alumno, por cierto, del genial Maragato e inventor en 1922 de ese célebre 'frozen daiquiri' del que se cumplen 100 años.
Constantino, Constante o Constance. Se le conoció de diversas maneras en distintos idiomas, pero su verdadero nombre de pila era Constantí con tilde en la i, como manda el catalán. Aunque viviera casi toda su vida en Cuba, Constantí Ribalaigua Vert (1888-1952) nació en Lloret de Mar (Gerona) y siempre mantuvo un contacto estrecho con su pueblo natal y sus paisanos. Sin la ayuda de otros lloretenses establecidos en La Habana nunca habría llegado a ser barman ni el dueño de la coctelería más famosa del mundo. Seguro que la conocen ustedes, aunque nunca hayan puesto los pies en ella ni hayan probado sus tragos: se llama El Floridita y, por si es no les basta, fue el bar preferido de Ernest Hemingway durante más de 20 años.
El escritor estadounidense se instaló en Cuba en 1939 y pasó allí un tercio de su vida. Tan sibarita como vividor, no tardó en descubrir los numerosos encantos de la vida nocturna habanera. Al fin y al cabo, una de sus frases más conocidas es «mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita». El que nos interesa aquí hoy es el segundo, un establecimiento abierto en la esquina de Obispo y Monserrate en 1817 y que ya era considerado un clásico de la escena coctelera mucho antes de que el Nobel pisara por allí. Hemingway sí que contribuyó enormemente a darle fama. Gracias en parte a las constantes visitas del novelista y a la promoción que éste hacía de él entre sus amigos extranjeros, Floridita fue señalado en 1953 por la revista Esquire como uno de los mejores locales del mundo para beber junto al Club 21 de Nueva York o el mítico hotel Raffles de Singapur.
Hemingway apreciaba tanto aquel bar de barra de caoba, a su dueño y a las bebibles obras de arte que salían de sus manos que llegó a retratarlas en una novela. Si cogen ustedes 'Islas a la deriva', uno de sus libros póstumos, encontrarán en él un pasaje que describe el rastro que dejaban en el paladar aquellos daiquirís que Ribalaigua preparaba para su mejor cliente americano: «Había bebido daiquiris dobles muy helados, de aquellos grandiosos daiquiris que preparaba Constant que no sabían a alcohol y daban la misma sensación al beberlos que la que produce el esquiar ladera abajo por un glaciar cubierto de nieve en polvo».
Hay un momento en la novela en el que su protagonista, un pintor llamado Thomas Hudson, bebe otro daiquirí helado que le recuerda al mar. «La parte helada se le antojó la estela que va dejando un barco y la parte de abajo, más clara, la comparó al mar tal como queda después de ser cortado por la proa, navegando en aguas poco profundas por una superficie con fondo de arena».
Aquel trago granizado era un invento personal de Ribalaigua, una adaptación del daiquirí clásico que allá por 1913 o 14 le había enseñado el maestro Maragato. En aquel entonces Constantí ya tenía bastante experiencia como cantinero: huérfano de madre, había viajado a Cuba con apenas 10 años para reunirse con su padre y había conseguido su primer trabajo gracias a dos paisanos de Lloret dedicados a la hostelería. Ribalaigua se bregó como camarero en varios cafés de la sociedad Pujol y Sureda antes de ser contratado por otro lloretense, Narcís Sala Parera, para encargarse de preparar cócteles en lo que había sido La Piña de Plata y luego se rebautizó como La Florida.
Un sobrino del dueño, Miguel Boadas Parera, fue pupilo de Constantí antes de volver a España para abrir la legendaria coctelería Boadas de Barcelona. De Lloret era incluso el ebanista que talló en 1920 la famosa barra de caoba del Floridita, así que resulta comprensible que este año los hosteleros de ese pueblo costero hayan organizado varios homenajes (ruta coctelera incluida) al daiquirí número 4, la obra magna del gran Constante: ron Bacardí, azúcar, marrasquino, zumo de lima y hielo, todo mezclado en una batidora. ¡Salud!
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