Cosa Fina, mirando al mar

El único inconveniente de la comida es la carta de vinos, que no dispone de espumosos, con lo bien que le van las burbujas a la comida marina. La oferta de los cavas y champanes la ofrece el local de copas vecino con unos precios que van desde los setenta –Viuda de Clicquot– a los setecientos euros –Armand de Brignac–. A ver. Que en la zona de la playa todos los locales van un veinte por ciento por encima de los precios habituales o normales es una realidad que hay que asumir antes de que empecemos a asustarnos al pedir la cuenta. La playa es cara y, este año, que va a estar especialmente poblada, se va a notar. Relájate y disfruta.

Teniendo en cuenta esta circunstancia, voy tirando de cerveza casi toda la comida que comienzo con unos cortes de hueva de mújol y unos lomos de mojama de atún del solomillo. La calidad de la mojama, además de la frescura, curación y procedencia, es importante mirar que la veta del pescado haga circulitos, que es señal de máxima calidad, como la de Cosa Fina. Buenas ostras gallegas, una riquísima cazuela de almejas con gambas, piñones y ajos va dejando en el fondo un sopete de aceite y jugos marinos más interesantes de lo que parece. Algo parecido le pasa a las cigalas 'grillos' salteadas con ajos tiernos. Sin duda uno de los platos que más me gustan para un aperitivo.

El carpaccio de ternera tiene una buena veta y viene acompañado con una salsa de salmorejo con trocitos de jamón, por un huevo perfectamente cocinado por persona, y por un frito de tomate bien aliñado. Interesante, sin duda.

Para terminar, el clásico de Formentera e Ibiza de bogavante con patatas, ajos tiernos y huevos me conquista a la primera. Las patatas están espectaculares, los ajetes y los huevos rotos en la mesa para que la crema de la yema dé ese toque único de la mejor salsa del mundo al marisco y a las patatas, y el bogavante de un tamaño medio, pero con poca fuerza de sabor. Desde luego es un plato de fiesta, aunque en este caso el bicho no tiene el carácter marino que se le espera.

De postre, cambio de mesa al territorio del bar de copas Plaza 3, donde unos encantadores camareros me indican la mesa que puedo ocupar antes de pedirme un gin tonic como la pata de un romano. Asientos muy cómodos, sombrillas y nada de música –hasta que tengan la licencia–. Solo el agradable impulso de la brisa marina susurrándome al oído una y otra vez: «Te lo mereces».