Hace unos días un insigne académico y buen amigo me hizo reflexionar acerca de la sostenibilidad en relación a la gastronomía y en contraposición con ... el hambre en el mundo.
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Estoy casi segura de que reciclando comida no vamos a solucionar este último problema, aunque también lo estoy de que ejemplarizaremos y enseñaremos a las nuevas generaciones a vivir y consumir sin derrochar, dándole la importancia que merece a los alimentos, sean o no elaborados, y evitando la abundancia de los mismos directamente en la basura.
Probablemente, las personas que convivieron con padres y abuelos que habían pasado por una guerra civil y una mundial tendrán en su recuerdo frases pronunciadas con frecuencia en sus casas, como «el pan no se tira», «no te dejes nada en el plato», «tú no sabes lo que es pasar hambre», etc. No sé si estas repetidas cantinelas o el ejemplo de nuestros mayores nos mantuvo concienciados de que había que valorar el pan nuestro de cada día.
En las casas se compraba a diario, no se almacenaba comida en los frigoríficos, entre otras cosas porque no existían, y todo se aprovechaba, tanto si se sacrificaba un pollo, como un cerdo, o se recogía la fruta madura del árbol. Se realizaban distintas tareas para que nada fuera a la basura y hasta los aceites usados se reutilizaban para hacer jabón.
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De ese aprovechamiento proceden las magníficas croquetas, de diversos sabores, que nos presentan como exquisitas novedades en diversos restaurantes, los canelones o la ropa vieja, magnífico plato postcocido dominguero.
Tengo una amiga que, supongo, influenciada por aquellas experiencias de niñez, me ha enseñado a aprovechar cualquier sobra, por pequeña que sea. Que sobra caldo de un suculento guiso de pavo con patatas y pelotas, pues ella le pone al día siguiente unos fideos gordos y le esclafa un huevo, ¿alguien le llamaría a esto gastronomía sostenible o circular? ¿O más bien creatividad aprovechando las sobras del día anterior? ¿O, tal vez, rentabilización del tiempo y del dinero?
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Con las sobras del cocido se puede realizar un sabrosísimo arroz al horno y la segunda representación de una menestra es una buena crema de verduras, que, adicionada de unos picatostes y unas virutas de jamón, constituye un plato maravilloso, bajo en calorías y rico en fibras.
No sé si mi amigo, el ilustre académico, al hablar de gastronomía sostenible se refería a estas cosas, pero a mí me las ha sugerido y estoy en disposición de asegurar que para una buena economía doméstica es una fórmula que deberíamos tener en mente y, por supuesto, para enseñar a nuestros descendientes que respetando los alimentos, no desperdiciándolos y siendo creativos, estaremos contribuyendo a un mundo más sostenible.
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