Restaurante Carlos, el decano de Santomera

Quien haya estado más de media hora en Santomera ha oído hablar del restaurante Carlos. Seña de identidad del municipio y motivo de orgullo y de peregrinaje gastronómico no solo para los lugareños, sino para todos los que disfrutamos de meterle al aro a lo ancho y largo del Segura, este restaurante de corte tradicional cumple un siglo de vida durante este 2024. Cien años levantando la persiana, de finales de mes, de tormentas, de proveedores, de conversaciones en la barra, de celebraciones. Casi nada.

Como detalle, antes de llegar a mi mesa con impoluto mantel blanco, junto a la barra encuentro una bandeja de paletillas de cabrito a la murciana que sacan mis instintos más primarios. Ya sentado, me calmo con un trozo de pulpo sobre cremoso de patata -nata y patata asada hasta formar una crema pegajosa con ciertos matices de queso-. Merece la pena los 4,50 euros que cuesta el bocado. Generoso y bien condimentado.

En la carta preside la leyenda 'Tómalo con calma'. Más abajo, las latas de conserva Ramón Peña, mariscos como gamba roja a 20 euros los 100 gramos, caviar de Beluga (120 euros), ensaladas, diferentes platos de atún rojo y carnes como cordero lechal, paletillas de cabrito -unas viejas conocidas-, solomillo de ternera o pluma ibérica, entre otros. Me llama la atención la ensaladilla de Carlos con anchoa, pero no es más que una buena ensaladilla rusa hecha en casa con los tropezones muy presentes. La carta también anuncia un nuevo plato que consta de una tostada de pan brioche con atún rojo y foie. El bocado es muy recomendable. El pescado ha sufrido una ligera maceración en soja y el foie fresco por la plancha redondea el plato. Es cierto que, quizás, en el restaurante Carlos abusan un poco del foie introduciéndolo en diferentes elaboraciones, por lo que hay que estar un poco al tanto para no terminar saturado.

Otro plato imprescindible es la alcachofa con foie, huevo y trufa. Un tridente que no lo ha mejorado ni aquella delantera de Guardiola. La camarera presenta el plato y ralla la trufa en la mesa para, acto seguido, romper ante el comensal el huevo, la alcachofa y el foie y dejarlo todo listo para la ingesta. Delicioso.

Pero el 'hit' de la jornada es el arroz de atún. Además de traer un buen lomo cocinado a modo de corona y unos filetes crudos del mismo atún como tropezones, es en el arroz donde el cocinero pone todo su talento. Perfecto de textura, meloso y con algunos ajos tiernos para ir rompiendo el sabor marino, lo encuentro altísimo de sabor. El fondo preparado para cocer el arroz con el propio atún lo convierte en un sabor pesado y larguísimo a mar. Incluso con un punto férreo. Pero cinco segundos antes de pensar en retirarme habiendo metido el tenedor solo cuatro veces, la camarera me acerca un limón de Santomera cortado en cuatro para que rocíe sutilmente la paellera, compensando y equilibrando el arroz hasta llevarlo al culmen de los arroces marineros. Un poco de limón absolutamente necesario y justificado incluso para los que no lo usamos en las paellas. De diez.

Riquísima leche frita con helado de vainilla; una especie de crème brûlée con helado de turrón; y un arroz en forma de canutillo con una crema muy agradable que deja en la mesa el sello de un restaurante tradicional que aporta toques propios bien ejecutados en cada plato. Me quedo con las ganas de probar la paletilla y algún pescado como la merluza de pincho, aunque lo que de verdad debe de ser un lujo es quedarse en la zona de la barra en una mesa alta y hablar de lo divino y de lo humano mientras van llegando tapas y cervezas. Pero eso, para la próxima. Larga vida.

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