OXOX 131, azahar y mixtura

Si el sueño americano es emprender un negocio de éxito con un par de colegas en el garaje de casa de tus padres, el español, o más concretamente, el sueño murciano, debe de ser muy parecido a parar un poco, largarse a un pueblo rural rodeado de naturaleza, con árboles, montañas y animales silvestres y ganarse la vida haciendo lo que te gusta de una forma sosegada y tranquila. Más o menos, eso es lo que el cocinero Freddy Salmerón y su mujer Lucía Riquelme han conseguido hacer en OXOX 131, un rincón gastronómico en Ojós rodeado de limoneros, naranjos, montañas, agua y mucha historia.

El plan es difícilmente mejorable si vas con niños que ya cruzan la carretera solos. El espacio del propio local y de los alrededores garantizan una comida tranquila. Además, el servicio de camareras es delicioso; nada de engolamiento, sino todo lo contrario, pero manteniendo un palmo de distancia con el comensal. Una sonrisa para cada respuesta y bastante bien informados de los ingredientes de cada plato a pesar de que la carta no es fácil de aprender, ya que Salmerón saca en casi todas las elaboraciones un punto de diferenciación que hay que entender.

Tequeños con mojo verde; cremoso de espárragos blancos, encurtidos y vinagreta de cítricos con chía; kafta, que es una picada de cordero a la brasa con puré de patata al ajo cabañil; o un pan brioche con carrillera de ternera, trufa, chipotle, cebolla roja y corteza de cerdo, entre otros tantos. Como podéis ver, aunque la carta no es muy amplia, el uso de cítricos, de contraste de sabores y de inspiración internacional de los platos termina siendo un conjunto de propuestas tan anárquico como divertido.

Los niños piden una burguer que llega volando y con el último bocado salen corriendo. Mientras, una sobrasada de ternera madurada con dos panes diferentes me mantiene atento. Los caballitos tex-mex son toda una declaración de intenciones. Un punto de guacamole, un rebozado en cereales hipercrujiente y una salsa de pico de gallo por encima para refrescar cada bocado mejoran, si cabe, al típico caballito. Más fresco todavía encuentro el ceviche de corvina. Con edamame fresco, cebolla roja, maíz, tomate, boniato asado, zumo cítrico y una base cremosa que relaja las papilas gustativas. La versión del torrezno es un buen plato. Aunque la piel del cerdo se me hace dura por momentos, lo interesante de este envite está en la salsa a base de los albedos de los cítricos -la parte blanca- que Salmerón mezcla con destreza en un singular acompañamiento un tanto amargo si lo consumes en solitario.

Muy bien hechos los calamares a la andaluza con un par de salsas pintadas en el fondo del plato y muy interesantes los ñoquis fritos con una estupenda salsa de chipotle, de las que hay que tomar con cuchara. De plato fuerte, pluma ibérica, esta vez rociada con un poco de trufa cocinada a la brasa en su punto justo. Como digo, todos son platos divertidos, con sabores agradables, de contrastes de texturas donde el cítrico tiene cierta relevancia

De postre, una tarta de cítricos con helado y confituras de los albedos en una explosión de sabores dulces y amargos; y una milhoja perfectamente equilibrada con un refrescante helado granizado. Interesante final para una velada de paz en el corazón de Ojós. A la vuelta, bizcochos borrachos, niños sudorosos de saltar por la calle y un último respiro de azahar. Larga vida.

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