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El Mata no da a la playa, sino a una carretera secundaria del interior de Mazarrón. Tampoco tiene una terraza con música chill out con un DJ en una esquina moviendo la melena al ritmo de 'It's not right but it's okay' de Mr. Belt & Wezol. A cambio, mesas de plástico ocupadas por grupos de curritos que vienen todos los días a por un plato de cocina casera. En la entrada del local tampoco hay un gran acuario de agua salada con grandes piezas de marisco paseando con gomas verdes sujetando las pinzas cerradas, y en su lugar podemos ver una gran parrilla de brasas con chuletones de buey y tuétanos envueltos en papel film a modo de muestra para que no se acerquen las moscas.
El Mata no es el restaurante que buscas cuando vas a la playa con tu pareja a pasar el día, sino el restaurante al que tienes que ir si quieres comer como Dios manda cuando te acerques por Mazarrón.
Todo lo que sale de la cocina en El Mata es muy bueno. Basta con probar la tostada de pan de barra con tomate rallado y chiquillo pasado por la brasa para que cualquiera que ande un poco despierto entienda el cariño con el que se cocina en este rincón escondido de Mazarrón.
El tuétano me tienta, pero prefiero que sea una lubina salvaje la que pase por las brasas. Antes, un contundente tartar de bonito con tomate, cebolla, alcaparras y aceitunas con una bola de helado de aceite de oliva coronando el plato. Lástima el chorretón de vinagre balsámico a modo de decoración y las tostas industriales que lo acompañan.
7
Cocina
7/10
Dirección Avda. de las Moreras, 10
Las zamburiñas son tan originales como acertadas. En vez de ajo y perejil como suelen prepararlas en todos sitios, aquí llegan con una salsa de sobrasada, foie fresco y jamón. Una bomba de sabor que deja al marisco casi como un ingrediente más.
Estupendo salmorejo servido en un bonito plato en forma de esfera con un polvo de aceitunas y un perfecto equilibrio.
Pero los dos platos estrella de El Mata son el asado de pulpo y la sepia en su tinta con piñones. El primero es uno de esos guisos en el que las patatas cogen todo el sabor del bicho y están casi más ricas que el propio pulpo. También lleva cebolla y unas bolas de pimienta. La sepia queda tierna y la salsa que la envuelve es umami, profundo y persistente, además de necesitar medio kilo de pan para ir sopando y empujando. Una delicia.
La lubina la cocinan abierta en libro y solo un puñado de sal negra hace las veces de guarnición. El punto es perfecto, con las partes externas tostadas y las interiores jugosas y delicadas. No necesita salsa alguna y tras limpiar la parte de la ventresca y del lomo, me pongo con la cabeza, donde disfruto como un niño introduciendo los dedos entre las comisuras de las espinas buscando las carrilleras.
La tarta de crème brulée es demasiado contundente para mi gusto. La hubiese perdonado por otra tostada de chiquillo a la brasa. Me quedo con las ganas de probar la carne sobre todo el tuétano, uno de mis bocados preferidos cuando lo acompaño de pico de gallo y vodka. Un triunvirato celestial.
Paseo por el puerto viendo a las gaviotas y, ahora sí, un café mirando al mar antes de volver a casa. Larga vida.
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María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Isabel Manzano
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