Una camarera prepara las mesas en el comedor del restaurante. J. M. Rodríguez / AGM
Garum | La crítica

Mar y brasas en El Camarote de la Martinique

El restaurante mantiene una calidad altísima en los productos marinos con un servicio de sala sobresaliente y una ubicación de ensueño junto al Mar Menor

Jueves, 19 de septiembre 2024, 01:24

En verano hay tres o cuatro momentos que espero como agua de mayo. Minutos de oro, los llama mi amigo Yayo. Para mí es el ... baño en la Bahía de Mazarrón a las nueve de la mañana; ir al cine de verano a ver una película de dibujos con mi hija mientras las gaviotas cruzan buscando su nido; o ir a la pescadería Rivera o Albaladejo y pasar un buen rato mirando los pescados salvajes del mostrador. Pero hoy vengo a contaros un minuto de oro que disfruto especialmente cuando voy a El Camarote de la Martinique a comerme un cogote de pescado -corvina, especialmente- cocinado en el horno de brasas con una guarnición de verduras salteadas donde encuentras tirabeques, calabacín, zanahorias, cebollas, bimi, piñones y almejas, entre otras delicias.

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Este plato es un homenaje al sentido común, al producto, al control del fuego, al punto de cocción y al gusto por la cocina directa, sin rodeos o fuegos de artificio. La carne del pescado queda jugosa y sellada, aunque poco a poco va liberando unas gotas de su jugo que se van mezclando con las de las verduras creando una salsa marinera natural tan deliciosa como sana e inmejorable. A mí me gusta ir buscando los recovecos de carne entre las espinas de la ventresca e ir mezclando parte de la piel crujiente, las verduras al dente y las descomunales almejas que, sin duda alguna, han tenido una cocción independiente del resto del plato quedando como resultado un gajo fresco y lleno. Con qué poco es feliz un hombre.

8

  • Cocina

    8/10

  • Dirección Polígono Q (La Manga del Menor).

Todo este placer lo proporciona el restaurante sin levantar la cabeza del plato pero, a poco que te fijes, la arena del Mar Menor queda a menos de un metro de la terraza y los atardeceres son una delicia al alcance de todos.

Antes del cogote a la brasa pruebo una estupenda hueva de mújol con almendras que elaboran en casa dejándola cremosa y delicada; una anchoa maravillosa junto a una mantequilla ahumada casera y sobre una tosta crujiente y fina como el cristal que envuelve hasta el último rincón de mis papilas gustativas; y unas originales patatas bravas en forma de milhojas de patata acompañadas de dos salsas en una presentación llamativa y sencilla. Aunque el plato que más disfruto es el de unas mollejas de vaca a la brasa con crema de coliflor, soja fresca y verduras. Cuando el plato principal es pescado, uno puede apretar un poco en los entrantes. En este caso, todo un acierto de la cocina en la preparación que, como se puede ver, la sencillez y el sentido común predominan ante las distracciones innecesarias.

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El cogote de pescado cocinado al horno de brasas es un homenaje al sentido común, al producto y al gusto por la cocina directa

De los postres me quedo con la tarta de higos con un helado de leche merengada y un melón osmotizado con aquella técnica que utilizaba Albert Adrià en su sandía con sangría al envasarlas al vacío. Y todo esto servido con maestría por un equipazo en la sala que está pendiente solo al levantar la cabeza para buscar ayuda e informan de los platos con rigurosidad, y una carta de vinos funcional con precios asequibles. La brisa marina, el cielo azul oscuro con un arañazo naranja cuando el sol se despide, no lo pone el restaurante, pero también cuenta. Larga vida.

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