El Camarote de la Martinique, pescado soberbio

Y claro, llegar a este nivel es más complicado que pillar mesa en verano en este restaurante, o sacar un pescado con el punto que lo hacen ellos al cogote de corvina. Quizá, el mejor pescado que me he embaulado en lo que va de año. No solo por el punto justo de cocción, casi increíble, ni por el sabor a brasas que desprende. También por la estratosférica guarnición de verduras variadas y salteadas que arropan la carne del bicho que, a su vez, va soltando sus delicados jugos sobre la cama verde de bimi, cebolla, tirabeques, piñones, guindilla, soja y zanahoria. Además, media docena de hermosas almejas de carnoso gajo regado por un chorretón de aceite de oliva. Dime otra cosa.

Con un plato así, los entrantes previos casi pueden ser patatas fritas de bolsa y un puñado de cascaruja y hubiese salido igualmente contento. Pero no. Como cortesía, el servicio trae unas aceitunas aliñadas en casa y unas patatas fritas. Como entrantes, pruebo unos boquerones en vinagre marinados de forma muy especial con naranja y vinagre de arroz, dejándolos con una textura semicruda y muy ligeros de sabor. Realmente, diferentes.

Como viene siendo habitual entre los restaurantes con cierto nombre, la hueva de mújol en semisalazón tratada en casa es una de las joyas de la corona. En este caso, los cortes vienen acompañados con una almendra marcona y la textura es más parecida a un paté que a una hueva seca de pellizco. Pura crema y delicadeza con el mismo sabor. Los mejillones al curry es una combinación adorable, sin embargo, el punto de los mejillones, en este caso, se ha pasado de largo y, aunque el sabor es delicioso, la textura del marisco la encuentro más entera de lo que me gustaría.

Los espárragos blancos a la brasa con pesto de calabaza es otra elaboración que pone de manifiesto la sencillez y el talento de la cocina. Buen producto tratado con criterio. Quizás no sea un plato para sacar después de los mejillones, ya que la potencia del curry se come al pesto en el primer asalto, pero excepto este detalle, el plato es perfecto.

Por último, unas patatas bravas que, como todo, en La Martinique, se elaboran de forma especial. En este caso es una milhojas de patatas crujientes que, al parecer, han pasado por el horno hasta quedar tiernas por dentro, para luego pasar por la freidora a todo lo que da el gas. El resultado es muy bueno. Acompaña a las patatas bravas un alioli y una sala brava.

De postre, arroz con leche con una bola de helado. En la parte superior se ha querido simular el caramelo crujiente que se forma en los postres asturianos, pero el caramelo se ha debido de hacer hace tiempo y la cremosidad del arroz ha hidratado el azúcar tostado. El punto y el sabor del arroz es perfecto.

El Camarote de la Martinique ha pasado de ser una parada obligatoria del verano a convertirse en una de las referencias regionales. Y no hemos hablado de que está en plena orilla del Mar Menor, lo que le concede uno de los atardeceres más bonitos de La Manga, ni de una carta de vinos cada vez más completa, ni de los ventiladores colgados en la terraza por si a la segunda copa de vino necesitas un poco de aire para seguir disfrutando. Todo realmente bien.