Juanchi López
A las cinco de la tarde

Los toros y la voz

El toreo tiene voz propia porque aspira a representar un mundo original que empieza y acaba en la sangre. Su martirio se gana a través de la lidia. Representa una pasión perfecta: los clavos son las puyas, los largos brazos de los picadores, esos centauros ... de una arena ancestral. Las banderillas prosiguen el camino de su cruz. El toro es un dios al que los hombres sacrifican en un altar soleado, lleno de rumores y luces de humo. El capote incita la danza. El torero va vestido con traje de luces, montera y miedo agarrado a la piel dura de sus requiebros. Las verónicas y chicuelinas acercan lo humano a la naturaleza. Es el medio por el que los compases hablan y la melodía trágica de la plaza encuentra su salida. Luego el estoque llama a la muerte, a los aplausos, al espanto. Todo se concentra en una dialéctica perfectamente creada durante siglos y que nace en las plazas. Es la voz convertida en costumbre.

Publicidad

El lenguaje taurino no se pronuncia. Se canta. El origen de su música está en la lucha entre la vida y la muerte. El bailaor flamenco alza los brazos como el banderillero expone sus banderillas al cielo. Son la antítesis de los cuernos del toro. Un espejo roto donde el animal se mira con ojos tristes. En ambas artes hay pausa y ritmo, tensión y drama. Cuando el cante se hace más puro, la garganta se agrieta y evoluciona al jondo, como el toreo se estremece cuando quedan en silencio el animal y el estoque. A un pase magistral se le acompaña con un olé, al igual que los gestos del bailaor o el suspiro del tocaor cuando rasga la guitarra.

Flamenco y tauromaquia nacieron en la misma fragua, en los albores del tiempo. La música eludió mancharse de sangre y renunció a la bestia, pero la conservó en su imaginario, en las sombras que las notas musicales crean con las palmas y la voz. El toreo no acepta mayor simulacro que el de la muerte. Se materializa el deseo de vivir en la victoria del torero. Lo que en un arte es representación, en el otro es lucha por la subsistencia. Las secas palmas son los pasos atrevidos por la arena. Ambos se funden en una valentía de inconsciencia. Se buscan en los tiempos en los que significaban una misma sustancia. Contemplar un espectáculo flamenco es pensar en el toro con su negrura atravesando los costados del bailaor.

Cuando el cante se hace más puro, la garganta se agrieta y evoluciona al jondo, como el toreo se estremece cuando quedan en silencio el animal y el estoque

Lo supo García Lorca mejor que nadie, por eso escribió sobre los toros como si compusiera coplas flamencas. Y Miguel Hernández, en las trincheras de su alma. Cuando miró a la muerte a la cara, pensó en el toro que se dirigía hacia él y marcó un ritmo cadente de taconeo sobre el tablao. También José Bergamín, intuyendo el misticismo de la tauromaquia, reflejó en apenas tres versos el misterio de un pase: «Una sonora soledad lejana, / fuente sin fin de la que insomne mana / la música callada del toreo».

Publicidad

Pero a la voz le inspira vida el cantaor. Nada sería de las palabras sin la garganta que envuelve el escenario, la plaza, el graderío, las sillas de enea. Yo he escuchado a Enrique Morente cantar como si torease el más bravo de los toros de Guisando. He visto una faena de Morante que cabe en una copla del cantaor granadino. Hechos el uno para el otro, el cante acompaña el dolor del toro, el miedo del torero. Es la tragedia hecha vocal en un aire rígido. Canta Morente que «el día que mataron al Espartero, Belmonte, que era un niño, se quedó quieto. Tan quieto que el torero que en él había, cuando veía un toro, no se movía».

Hay un lenguaje de silencios y olés en la grada que dicta sentencia. Sin la voz del público no se escapa el sol por los arcos de la plaza, no se invoca la luna en los últimos dos toros de la tarde. Sin su mediación no corre el tiempo, el toro no desfallece, el mundo no completa su perfecta forma de ruedo expectante. Hay un oscuro silencio de tragedia cuando el torero rueda por el suelo. Una satisfacción cercana al grito flamenco cuando la faena es rematada con acierto. La voz y el acero de la tauromaquia coinciden a las cinco de la tarde.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad