El listón estaba muy alto. El Cartagena venía de ser campeón de grupo y quedarse a 33 segundos de ascender a Segunda en el Cerro del Espino. Gustavo Munúa, tipo valiente y decidido, aceptó el reto y desde el primer día admitió que el único objetivo posible era terminar primero y subir. No consiguió ni una cosa ni la otra y, por tanto, su continuidad en el banquillo albinegro está prácticamente descartada. La decepción es mayúscula porque además esta temporada el Efesé ha contado con la mejor plantilla de su historia en Segunda B. Y ni así le alcanzó para abandonar el pozo de la Segunda B. El club, por tanto, buscará otro entrenador y él se irá de Cartagena, como le pasó a tantos otros, con el disgusto de haberse quedado muy cerca del éxito. Lo acarició pero no lo consiguió.
Publicidad
Ha sido Munúa un tipo particular desde el primer día, el entrenador más diferente a todos los demás que se han sentado en el banquillo del Cartagonova en mucho tiempo. A su favor hay que destacar que jamás se agarró a un papel firmado, solo se comprometió por un año y huyó de cláusulas de renovación u otros aspectos contractuales que a la larga pudieran suponer un foco de conflicto con el club. Le importó muy poco el dinero e incluso rechazó firmar una prima por ser campeón de invierno. La hubiera cobrado. Pero alegó que ser campeón en enero es lo mismo que nada. Ejemplar.
El que fuera portero de Deportivo, Málaga y Levante fue capaz de dotar al equipo de una identidad propia y supo darle la vuelta a un inicio muy complicado. El Efesé no ganó ni un solo partido de Liga en el primer mes de competición y fue eliminado de la Copa del Rey por el Logroñés en la segunda eliminatoria. En un ambiente de depresión por lo sucedido la primavera anterior, Munúa sorprendió a todos con una política de rotaciones salvaje, casi suicida. Y la cosa no pitaba. Hasta que, de repente, empezó a pitar. Y de qué manera. Fue remontando el Cartagena, batiendo récords históricos y devolviendo la sonrisa a su gente. Así, en cuestión de tres meses cambiaron las tornas y la amargura dejó paso a la esperanza.
Con todo, incluso en los momentos de felicidad, Munúa nunca se dejó querer del todo. Acostumbrados a la cercanía e incluso campechanía de los Pacheta, Tevenet, Palomeque y Monteagudo, su actitud y su forma de relacionarse con el entorno descolocó a muchos. A casi todos, en realidad. Porque Munúa, educado pero seco, mantuvo siempre mucha distancia (excesiva) con todo lo que le rodeaba y su cordón de seguridad nunca pudo ser traspasado por la gente más cercana al club, ya fueran periodistas o aficionados. Esto fue una anomalía durante todo el curso en un club de marcado acento familiar.
Por momentos, el uruguayo pareció un extraterrestre que acababa de aterrizar en el planeta. Y su nave, por caprichos del destino, lo había dejado en Cartagena. Y allí estaba él, observador primero, frío luego y huidizo después. Ajeno a todo lo que no fueran entrenamientos y partidos, a partir de Navidad se mudó a La Manga Club y se hizo un poco más invisible. Todavía más.
Publicidad
Su mensaje en sala de prensa fue perdiendo potencia con el paso de las semanas, fundamentalmente porque cada viernes venía a repetir prácticamente las mismas palabras. En Almería, donde quiso recuperar las rotaciones poniendo a Luis Mata y Paim y sentando a Jesús Álvaro y Santi Jara, el penúltimo clasificado puso contra las cuerdas al líder que parecía intratable. Y esa mañana sonó el despertador. El sueño de un ascenso rápido y seguro empezó a evaporarse. Munúa se protegió y entonces pasamos de las rotaciones casi por decreto a una alineación más o menos fija cada domingo.
Así, el equipo fue perdiendo soldados. Se quedaron por el camino Mario, Orfila, Antonio López, Rui Moreira, Carrillo, Paim, Fito Miranda y Rubén Cruz. Los dos últimos casos son especialmente delicados. Fito Miranda fue la sensación de la pretemporada y empezó la Liga haciendo un doblete ante el filial del Granada. Pero de tanto estar en el banquillo se fue apagando, hasta convertirse en un jugador de aspecto cadavérico. Rubén Cruz, por su lado, se pasó casi todo el año en el banco de suplentes, a pesar de que Aketxe se atrancó varias veces y atravesó largas rachas de sequía goleadora. El notable 'playoff' que ha firmado el utrerano invita a pensar que podía haber aportado mucho durante la Liga si hubiera tenido las mismas oportunidades que el vasco. Eso ya nunca lo sabremos.
Publicidad
Finalmente, Munúa se marchará con la espina clavada de no haber podido explotar al 100% las virtudes de una plantilla cara -la más costosa de la era Belmonte en un presupuesto que ha superado los 1,7 millones de euros- y sabiendo que, de momento, lo que ha hecho en los banquillos en el fútbol español no le da para entrenar en la élite. Dos segundos puestos, con el Fabril y el Cartagena, y dos fases de ascenso fallidas son su bagaje. No obstante, a buen seguro le lloverán las ofertas de clubes de Segunda B, ya que este Cartagena (como pasó con el Fabril) ha hecho muchas cosas bien a lo largo del curso. Para subir a Segunda, no obstante, no basta con hacer muchas cosas bien. Es necesario hacerlo todo bien. Parece lo mismo pero no lo es. Ascender es otra historia.
El equipo, con un 4-3-3 en el que Elady disfrutó durante muchos meses en los que anotaba goles como churros, vivió media Liga gustando y gustándose. Es cierto que el 80% de los rivales que vienen al Cartagonova, en Segunda B, se meten en su parcela y regalan la pelota. Esto le sentaba de cine al cuadro de Munúa, cuyo sello siempre fue salir desde atrás con la pelota jugada y llegar al área contraria a base de triangulaciones y juego asociativo. Incluso en sus mejores momentos, el defecto de este Efesé fue abusar de los pases en horizontal y necesitar mucha posesión de balón para generar oportunidades.
Cordero y Vitolo, de similares características, jugaron siempre juntos. Y, sobre todo en este tramo final de dudas, el equipo necesitó una cosa distinta en el centro del campo. El problema fue que Moyita y Julio Gracia, los dos futbolistas diferentes, llegaron bastante mal al tramo final de la competición. A los rivales les daba igual ser dominados. Lo asumían con naturalidad si era el Cartagena el que estaba delante. El problema radicó en que muchas veces hubo demasiada posesión estéril y faltó verticalidad. Lo bueno es que Elady, un extremo que es puro vértigo, tapó esa carencia. Cuando él bajó su nivel, el equipo lo notó.
Primer mes por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.