La política de cercanía con la que se les llena la boca a los líderes de los grandes partidos y a sus asesores tiene su reflejo real en una figura no suficientemente valorada en este mundo globalizado y cada vez más urbanita que nos hemos ... empeñado en construir. Me refiero a los alcaldes de pueblo. Sí, a esas personas que dan un paso al frente para bregar con los problemas de sus vecinos y luchar por darles la mejor solución.
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Hablo de esos valientes que, en los más pequeños municipios, cogen el bastón de mando a sabiendas de que muy posiblemente serán criticados en el bar de la esquina o en la consulta del médico. Pero que se baten el cobre en el despacho de quien haga falta para conseguir que la administración autonómica o la estatal desdoble esa carretera llena de baches y con altos índices de siniestralidad, lograr una partida extra de Servicios Sociales para cuidar de los mayores o convencer al consejero de turno de que su localidad necesita una biblioteca para jóvenes y aficionados a la lectura.
Me dirá usted, apreciado lector, que este perfil que acabo de describir escasea de lo lindo en el panorama político actual, y puede que no le falte razón. Pero no debemos tirar la toalla y caer en la definición fácil de que 'todos son iguales'. Me resisto a que los lamentables casos de corrupción y otras conductas deplorables nos empujen a meterlos a todos en el mismo saco pestilente. Confieso mi admiración por el alcalde de pueblo. Siempre que no salga rana, claro.
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