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Antonio Zomeño
Lunes, 17 de marzo 2025, 01:19
El sol destella fugaz sobre la luna de una Peugeot Rifter negra en su llegada al embalse de Santomera. La figura atlética que escapa por la puerta del conductor abre el maletero, saca dos ruedas atadas con cuerdas y las une a su cinturón mediante sendas argollas. Agarra los bastones y comienza a andar. Al kilómetro y medio de travesía, uno confirma sus sospechas: Francisco Tomás Mira Pérez, más conocido como Quitín Mira (Santomera, 59 años), no tiene ninguna intención de sentarse a hablar. Es el reflejo peripatético de toda una vida en movimiento; el entrenamiento para un último baile tras 40 años de desafíos.
En el momento de nuestra entrevista itinerante, diez días le separan del 22 de marzo, fecha de inicio de la 'Expedición Mar de Hielo', que le llevará a atravesar el ramal 4 del Paso del Noroeste, que une el Atlántico con el Pacífico a través del Ártico canadiense. Hasta aquí, puede sonar sensato. Los 800 kilómetros a pie de travesía blanca sobre el mar congelado, con temperaturas medias de 35 grados bajo cero, mínimas de 50, sin ayuda exterior ni avituallamiento durante dos meses, con la amenaza permanente del oso polar, convierten esta aventura en una epopeya moderna.
«No tenía ganas de algo tan fuerte», admite Quitín Mira desde las gafas de sol que ocultan dos ojos azul raso sobre una barba blanca poblada de edad. «A veces, me miro al espejo y pienso que debería haber hecho esto en mi plenitud física, con 35 o 40 años», explica el montañero que, cerca de los 60, ya nota cómo flaquean sus capacidades «sobre todo a la hora de recuperarme». Pero una buena narrativa era todo lo que necesitaba este enamorado de las aventuras polares para embarcarse en un último reto.
La expedición, que compartirá con el extremeño José Trejo y el gallego Sechu López, partirá desde la peligrosa polinia de Resolute Bay hasta Gjoa Haven, siguiendo la estela de la desaparecida expedición de John Franklin en 1845, cuando las heladas aguas del Ártico se cobraron la vida de los 129 tripulantes del 'Terror' y el 'Erebus', perdidos durante 170 años. «En las décadas posteriores, desapareció más gente y barcos buscando el naufragio que en la propia expedición», comenta Quitín sobre la historia que servirá como principal eje vertebrador para el documental que van a grabar con todo el material que extraigan.
En los últimos dos años, el Everest ha sido coronado más veces que en los treinta anteriores. En cambio, la travesía que la expedición española se dispone a realizar solo ha sido completada con éxito una vez en la historia. Esto revela la magnitud de un recorrido que, tristemente, tiene fecha de caducidad. «Es probable que seamos de los últimos testigos en ver el Ártico congelado», lamenta Quitín Mira. «En 20 o 30 años, ese hielo eterno va a desaparecer. Ya no será posible nunca más andar sobre ese mar helado».
Documentar los efectos del cambio climático sobre la laberíntica geografía del Paso del Noroeste es uno de los principales objetivos de la expedición española, con cero emisiones de carbono. Quitín Mira convivirá con el pueblo inuit a su llegada con el fin de documentar sus formas de vida ancestrales, amenazadas por el calentamiento global, así como registrar la presencia de la población animal más vulnerable de todo el Ártico: el oso polar.
«Estamos obligados a ir con rifles, por si hay alguna situación límite en los encuentros no deseados que podamos tener con el oso polar», explica Quitín Mira sobre el rey del hábitat en que se van a adentrar. Aunque, sorprendentemente, no lo cataloga como el principal riesgo que va a enfrentar en los 45 días de ruta: «El mayor peligro que corremos es el deshielo. Cuando empiezas a meterte en el mes de mayo, suele haber muchas vías de agua. Si nos quedamos en una placa a la deriva, estamos perdidos».
Al coronar la antena del pantano de Santomera, el montañero se agacha para recoger un envoltorio de plástico que alguien ha tirado al suelo. Lo guarda en su bolsillo y comienza el descenso. A rastras con las dos ruedas que simulan el 'back country' nórdico, técnica que le permitirá cargar los 120 kg con todo lo necesario para sobrevivir durante dos meses a los 800 kilómetros congelados del ramal 4, Quitín sonríe al oír la pregunta sobre su entrenamiento para el desafío: «Llevo preparándome toda la vida».
Desandando lo andado, rememora los 60 países que ha recorrido durante cuarenta años de aventuras: la ascensión a picos como el Mont Blanc, Kilimanjaro o Aconcagua, el desierto de Atacama, la travesía invernal del Atlas marroquí o la escalada en roca en la Isla Phi Phi. Aunque confirma que, «seguramente, por lo largo del recorrido, este va a ser mi mayor reto». El desafío no es solo físico. «Lo más duro de la expedición es el aguante mental, la monotonía del día a día»; perseguir el horizonte desdibujado de ese océano inhóspito, en medio de la nada, donde «salir del saco por las mañanas se convierte en un verdadero acto de voluntad».
Ante las posibles situaciones límite, Quitín Mira, aventurero de vocación y prejubilado de banca, cuenta con la experiencia de su parte y dos poderosos amuletos: «A veces, es difícil, pero lo que siempre procuro es no bloquearme... y, sobre todo, pensar en mi mujer y mi hija». Como hace seis años, a escasos metros de la cima del Ama Dablam, donde un crampón roto le obligó a demostrarse su propia capacidad mental para gestionar situaciones extremas. «Al llegar, me tiré en la tienda y me puse a llorar», rememora emocionado.
La Peugeot Rifter negra continúa en su sitio tras casi 10 km de entrevista. A su vera, Quitín confiesa que todas las noches mandará un SMS con las coordenadas y un mensaje corto a los amuletos que le esperan en Santomera. «¿Por qué lo hago?», repregunta como respuesta antes de exhalar un suspiro. «Porque es un reto. Va a ser difícil, muy duro, pero es el broche de oro a toda una vida de aventura... Aunque mi mujer no se lo cree, dice que digo eso todos los años», bromea.
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