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Antonio Zomeño
Martes, 8 de abril 2025, 11:48
La isla de Bonaire emerge sobre las aguas del Caribe sur, frente a la costa de Venezuela, como un vestigio paradisíaco del colonialismo occidental. Un paisaje rodeado por playas de arena blanca y agua cristalina, pero que paga sus facturas en dólares y articula su burocracia en neerlandés. Sus alrededor de 30.000 habitantes, en su mayoría mulatos, comparten un vínculo con la Región. Cualquier bonaerense que ose tocar un balón en los 300 km2 de la isla pasa a ser, automáticamente, jurisdicción de un joven murciano.
Pedro Rodríguez (Murcia, 26 años) cumple su segundo año como parte esencial de la selección de fútbol de Bonaire, el período más esplendoroso en la corta trayectoria de una federación que nació hace doce años. El pasado martes extendió su contrato, lo que le mantendrá en el cargo de coordinador de los diversos combinados nacionales, como mínimo, hasta junio de 2026. Renueva año a año por los ritmos pausados de las leyes de extranjería; si por él fuera, firmaría un contrato vitalicio. Pedro vive un sueño del que no quiere despertar.
Su meta siempre había sido trabajar para una selección nacional, pero no cualquiera. «Empecé a apasionarme por el fútbol de selecciones, pero de países pequeños, poco conocidos. Cuanto más rara fuera la selección, más me gustaba. Rozaba la obsesión», reconoce Pedro Rodríguez vía telefónica a 7.000 km de distancia de la Región de Murcia.
Gibraltar, Andorra, San Marino y Liechtenstein se le hicieron familiares demasiado pronto; la magnitud de su curiosidad requería de territorios recónditos. Razón por la que, con apenas 19 años, viajó solo para presenciar la Copa Asia y la Copa África de 2019. «Allí no iba a ver a Egipto o Marruecos, me interesaban los partidos de Namibia, Burundi o Guinea Bissau», asegura esta suerte de Julio Maldini regional.
El paso de un huracán en verano de 2019 por las antiguas Antillas Neerlandesas reunió a varias selecciones de la Concacaf Nations League en la isla de Anguila. Cuatro partidos en cuatro días concentrados en el mismo estadio caribeño, una oportunidad que Pedro no podía desaprovechar. «La selección de Bonaire y yo estábamos alojados en la isla de San Martín, y me invitaron a compartir barco juntos hasta Anguila», narra el murciano.
Ese trayecto de quince minutos en barco le cambió la vida. Allí conoció al vicepresidente de la federación bonairense. De vuelta a Murcia, actuaba como una suerte de ojeador telemático para Bonaire, hasta que una llamada en mayo de 2022 puso patas arriba su realidad: pensaba que era una broma, pero le ofrecían una prueba de dos semanas para ingresar en el 'staff' de la selección.
«Cuando me llamaron no tuve ninguna duda, era el sueño de mi vida», explica Pedro. «Si esos cuatro partidos hubieran salido mal, nadie se habría acordado de mí, pero también hay que tener suerte. Fueron cuatro partidos perfectos», cuenta sobre las tres victorias y el empate que les valieron la clasificación para la Copa Oro. Seis meses después, voló hacia Bonaire sin billete de vuelta.
Cinco rotondas regulan todo el tráfico de Bonaire, donde no existen los semáforos. Tampoco se puede montar en ascensor; no hay edificios. Fachadas de planta baja colorean la frondosa superficie del único lugar del mundo donde los burros, símbolo patrio protegido por ley, conviven en libertad con los habitantes.
Tras lidiar con el papiamento, lengua criolla que bebe del español, portugués y neerlandés, y jubilar las chaquetas y los pantalones largos, Pedro se adaptó rápidamente al pausado ritmo de vida caribeño. «Los bonairenses son bastante cerrados, pero cuando ven que respetas sus costumbres y te interesas por ayudarles, te aceptan en su círculo. Es muy gratificante», confiesa el murciano, que solo le pone un 'pero' a la isla: «En el resto de cosas estoy adaptado, pero la comida de Murcia no se puede sustituir», confiesa.
La pasión y el conocimiento de Pedro hicieron que, en apenas unos meses, pasara de «poner conos» a coordinar los diez combinados nacionales de Bonaire en sus diversas categorías, varios de ellos creados por él mismo: «Mi contrato era de unas pocas horas, pero me tiraba trabajando todo el día. Lo hacía por pasión, de forma altruista. Desde mi punto de vista, había muchas cosas por mejorar. Comenzamos a establecer unas bases de jugadores jóvenes y dotar de una infraestructura más tecnificada a todo el fútbol bonairense», comenta.
Berry Sonnenschein, gerente de un hotel; Richajier Oleana, funcionario de prisiones; y Gearoid Marchena, estudiante nacido en 2007, son tres titulares en la selección de fútbol de Bonaire, que solo cuenta con un futbolista profesional en sus filas: Jort van der Sande, que milita en la Premiership escocesa. El combinado de Bonaire está plagado de jugadores que gastan días de permiso en sus trabajos para defender la camiseta de la selección.
«En 2023 ascendimos a la Liga B de la Nations League en Concacaf y este año hemos conseguido la permanencia. Es algo increíble porque luchamos contra selecciones que son cien veces superiores en todos los aspectos», explica Pedro Rodríguez, que lleva 49 partidos con el combinado nacional y es uno de los máximos responsables de que Bonaire haya jugado partidos en Europa, África y EEUU, donde consiguieron un histórico empate en Washington DC: «Es uno de los mejores momentos que he vivido en el fútbol. El Salvador ha jugado dos mundiales. Aunque fuera un amistoso y parezca insignificante, para nosotros fue un punto de inflexión», asegura.
Su trabajo en la federación de Bonaire no ha pasado desapercibido. Varios clubes murcianos le han hecho ofertas tentadoras, pero él lo tiene claro: «Representar a toda una nación, una bandera... todo eso está por encima para mí». La historia de Pedro Rodríguez es el ejemplo de un sueño cumplido que no hace más que crecer; una pasión que ha marcado la diferencia hasta revolucionar para siempre el fútbol de esta pequeña isla en el Caribe sur. «Me quedo con todas las cosas que hemos logrado. Aunque me vaya algún día, la gente sabrá que estuve aquí, que dejé mi granito de arena», concluye.
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