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Es muy probable que hayan visto películas de terror basadas en sus «investigaciones». El cine nos muestra en 'El conjuro' y otros filmes al matrimonio Warren, que aparece como una pareja ejemplar que se adora y se admira. Hasta ese punto controlaron la narrativa. Su ... vida no fue tan idílica.
Durante sus años de estrellato se dedicaron a difundir el dato loco de que se habían adentrado en 10.000 casos de sucesos paranormales. Para ello tendrían que trabajar 191 años ininterrumpidos, a la orden de un caso al día, durante siete horas al día y con las horas preceptivas de sueño.
Ed Warren lanzaba estas cifras al aire en televisión, anteteatros lleno de público. Un público que ansiaba creer. Y esta es la gran ventaja de los psíquicos y médiums que confiesan conectarse con los muertos. Van sobre seguro. Su audiencia quiere creer. Eso, en el mejor de los casos. En otros, son unos chalados. Ed confesó al escritor autor de la novela sobre la mítica Amytiville, Jay Anson: «Todos los que nos llaman están locos, tú sígueles la corriente y saca lo que te convenga de cada caso». Así era este hombre: un cínico.
Edward cuenta en la película de su vida que entre los 5 y 12 años salían unas luces de su armario con rostros enojados que lo miraban fijamente, mientras él permanecía congelado bajo las sábanas. La fábula de Lorraine es que veía el aura de las personas desde los siete años. Lo mismo la chiquilla estaba falta de azúcar, vete a saber.
Ambos eran de Connecticut. Ed era acomodador de un teatro y conoce a la preciosa Lorraine con 16. Se enamoran. Lo envían a la guerra, o eso cuentan, porque no se sabe qué batallas libró, y en un permiso decide casarse con la chica. Se vuelve a marchar y a su regreso ya era padre de su única hija, Judy.
Ed estudió Bellas Artes. Era un pintor del montón, pero decidió otorgar un toque sobrenatural a sus cuadros. En sus ratos libres acudía a casas encantadas y las dibujaba. A veces, intentaba vender la obra a sus moradores. Si ellos no se la compraban, siempre había algún incauto que picaba. Aquella pintura encerraba el alma de un espíritu atormentado. Con estos argumentos, Ed encontró salida a su mediocre obra.
¿De qué vivía entonces el bueno de Ed? Era autobusero. Es en este trabajo cuando conoce a Judith Penney, que por entonces era una linda menor de 15 años. Ed la sedujo y se la llevó a vivir con Lorraine quien aceptó este caramelo envenenado durante toda su vida. Toda su vida, repito. A veces, la presentaban como la sobrina. La sobrina que se acostaba con el dueño de la casa. Terrible.
En esta pareja Ed, el cínico, siempre llevaba la voz cantante y Lorraine obedecía. No sólo aguantó el capricho del marido, sino que este la trataba a menudo con desprecio y gritos. Nada que ver con la pareja modélica de las películas protagonizadas por Vera Farmiga y Patrick Wilson.
Los Warren se colaron en el mainstream, pero les costó lo suyo. Al principio acudían sin ser llamados a casas con fenómenos paranormales. Es de esta época la novela que escribieron sobre la familia Perron, su primer caso importante, que décadas después se convirtió en el film 'El conjuro'. Por entonces, apenas vendieron unos cientos de ejemplares. Pero ellos siguieron su estela. Acudían a hogares de familias desesperadas con su parafernalia de cámaras y grabaciones. En ocasiones, era las hijas menores las que montaban el lío porque detestaban la nueva casa. En otros casos más terribles, como el de Amityville, un hijo perturbado se carga a la familia y los Warren se conchaban con el abogado defensor para librar al homicida de la cárcel. Quizá este es el lado más siniestro del matrimonio, que también acudió en defensa de esa bestia llamada Arne Cheyenne. Para él construyeron el argumento «el diablo me obligó a hacerlo».
Sólo salvo a Los Warren por una cosa: sus investigaciones y posverdades son el germen perfecto de terroríficas historias para disfrutar en las tardes de manta y peli.
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