![Volver al agua](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/10/21/mesa-kCfE--1200x840@La%20Verdad.jpg)
Volver al agua
Mesa para cinco ·
Yo vivía en una casa hecha de canciones y desde que tengo uso de razón no he hecho otra cosa que intentar volver a ella por mis propios mediosSecciones
Servicios
Destacamos
Mesa para cinco ·
Yo vivía en una casa hecha de canciones y desde que tengo uso de razón no he hecho otra cosa que intentar volver a ella por mis propios mediosCuando era pequeño vivía en el mundo de las canciones. Existen niños, desde el principio de los tiempos, que viven en otros mundos. Niños que viven en los mundos del fútbol. Niños que viven profundamente en los mundos de los dibujos animados. Niños que transitan ... sin perder un ápice de lo que ocurre en el mundo de sus padres. O en el mundo del cine. O en el mundo de los cuentos. De la calle. De los videojuegos.
Yo, como todos los niños, además de vivir aburrido en el mundo real, vivía, de visita, en todos esos mundos. Paseaba por algunos barrios del mundo de los libros, me divertía en el mundo de mis primos, incluso dormía, muchas veces, en el mundo pequeñito de la radio.
De pequeños vivimos en muchos mundos, pero de alguna forma, uno, y solo uno, es en verdad nuestro mundo. Yo de pequeño vivía en el mundo de las canciones. Puedo revivir con auténtica claridad las aristas y las esquinas de las canciones. El color de un estribillo. La emoción de estar llegando a una parte que me encanta, vislumbrar a solo unos versos que llega un sonido de guitarra por el que siempre me apetece pasar, y quedarme allí sentado.
Las aceras de la música. Con sus baches. Aprendí discos enteros con sus saltos de aguja allá donde el vinilo hizo muesca. Eran así. Para mí. Lo físico de la música. Lo palpable. Yo vivía en esos suburbios rítmicos. Arrancaba el tocadiscos, o la cinta se ponía a girar, y poco a poco iba viajando. Nada me ha transportado tanto en mi vida como la música. Disfruto el cine, la literatura, la pintura, el sexo, he disfrutado el alcohol y las drogas, los viajes reales y la meditación trascendental. He buceado y he volado. He sentido huesos quebrarse debajo de mi piel. He perdido el conocimiento. He despertado lejos. He reído hasta no saber quién soy. Nada. Nunca. Nada. Insisto. Me ha hecho vivir, como vivía cuando era niño en la música, en otro lugar.
Un lugar real. Que podía tocar con mis manos. El lugar de las canciones.
Dicho esto, nada nuevo bajo el sol. Pero claro, uno crece y se dedica a esas labores. Más años ya subido a un escenario que abajo. Más años ya grabando discos que sin grabarlos. Más años ya al otro lado del espejo. Y esta mañana, leyendo a Frankl y su hombre en busca de sentido, pensaba cuál sería el mío.
Un gran dolor. Un gran amor. Un gran desafío. Todo eso llena una vida. Da una intención de vivir. Carga al hombre con el peso del destino. Del sentido último.
¿Qué hago yo haciendo canciones, entonces?
Y sin saber muy bien cómo, he encontrado una pregunta para mi respuesta huérfana.
Hago canciones para volver al mundo de la música. Tal vez todos hacemos lo que hacemos para volver a aquellos mundos en los que nos gustaba vivir. Para mantener esa llama que la infancia nos prende en juegos, canciones, películas, amigos, amores. Estamos condenados, o destinados, mejor, menos trágico, a regresar a casa.
Yo vivía en una casa hecha de canciones. Y desde que tengo uso de razón no he hecho otra cosa que intentar volver a ella por mis propios medios. Y en esta vorágine, en esta oficina, en este fichar conciertos como citas laborales, o rellenar calendarios con promociones y entrevistas, es sencillo y entendible que uno crea que la música está en el mundo real, con los empresarios y los banqueros, en las estaciones de tren y los taxis.
Pero no es verdad. No debemos olvidar nunca que la música, la literatura, el cine, los amigos, el amor, son los mundos que hemos habitado de pequeños, en los que nos perdíamos, físicos dentro de nuestro corazón y de nuestra alma.
Que esa emoción que se hacía casa cuando un verso o un sonido de batería, o una cara en la pantalla, te llevaban a otro universo, son casa, son el agua a la que debemos regresar al final de los días, que esa emoción es el espacio único en el que habitamos y que es nuestra obligación y derecho mantenerla, refrescarla, alimentarla y hacer buenos cimientos para que nunca se derrumbe.
Luchar por no abandonar nunca esa sensación única que el arte te ofrece, la sensación de vivir en un mundo distinto, tuyo, lleno de vida, de una vida, a veces, más real y más profunda que la que pisan nuestros pies prosaicos.
El arte sirve para muchas cosas, pero la principal de todas ellas es que sirve para vivir.
Quien lo probó, lo sabe.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.