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Con la tozudez del héroe maldito, de ese capitán Ahab con el que en ocasiones se mimetiza, Vicente Velasco ha hecho de su rincón en Cartagena un lugar verdadero que sí se encuentra en los mapas, contrariando al autor de 'Moby Dick'. Cuenta que la suya es la vida tranquila de un padre y un librero que soñó con ser voluntario en países sin agua potable ni justicia, y deja atrás sin melancolía, quizá solo en pausa, sus años de poeta y editor y su título de licenciado en Historia por la Universidad de Murcia. Empeñado en convertir La montaña mágica en una librería de barrio que vertebre el tejido social cartagenero, arranca horas al día para entregarse sin medida a sus tres motores: su hijo Dante, su librería y su padre. Cartagenero de cuna, casa y negocio, hijo y nieto de comerciantes de zapatos, asegura haber heredado de su abuelo la afición a trabajar con las manos, y cuando puede se escapa a Canteras a conectarse consigo mismo a través de la cerámica. Conversador incómodo para los negacionistas climáticos y los compradores de libros por la vía del pantallazo, se reafirma a diario en que en España no se lee como mal endémico y crónico, y que de nada sirve poner la digitalización como excusa para la desafección por la palabra escrita en papel. Sedentario irredento y cafetero por decreto-ley, se encomienda a 2024 para apuntarse a pilates y dejar de fumar. Tras publicar este año su denominado testamento poético, 'Los acantilados lunares sobre el hombre', está dando el salto a la narrativa, con exigencia y sin plazos. Ha cambiado el jazz de fondo por el más absoluto silencio. Vive alejado de algoritmos y mercaderes físicos y electrónicos; tampoco teme a la emergente inteligencia artificial, a la que tacha de simple y carente de creatividad. Ya planea con ilusión la presentación de David Roas y su 'Invasión' el próximo 22 de enero, tras más de 600 iniciativas orquestadas desde que en 2016 inició su aventura de librero. Cuenta entre sus orgullos con la creación de un club de lectura coordinado por Cristina Contreras con casi treinta integrantes, y, aunque suena desencantado en lo social y lo cultural, solo es el espejismo del náufrago. Porque no es creyente, pero tiene fe.
10.00 horas. Ser librero de barrio es una batalla continua donde no sabes cómo va a terminar el trimestre que empiezas. A la gente le cuesta cada vez más acudir a un negocio a pie de calle. Hay mucha prisa, la gente viene con un pantallazo, y el consejo es Google. No saben lo que piden ni lo que están regalando. Tenemos casi 8.000 títulos en esta esquina de Cartagena. ¿No eres capaz de bucear, de chismear? En ocasiones he tenido que llamar la atención a personas que miran y hacen fotos a los libros que tengo en el escaparate al mismo tiempo que los compran en Amazon. Eso es de una bajeza enorme.
18.00 horas. El nivel de lectura en España es bajo, el problema no son las nuevas tecnologías, porque el mercado del libro electrónico en este país es un fracaso. La gente que lee sigue leyendo en papel y comprando libro físico. España es uno de los países en los que mejor se edita del planeta, hay auténticas ediciones de lujo, y tengo clientes extranjeros que no entienden los precios tan bajos que se les ponen a ciertos libros. Las diferencias con otros países son monstruosas. Si hablamos de mercado, hay cifras que dan vergüenza. Aquí se llama 'best seller', dejando a un lado a Posteguillo o a Irene Vallejo, a un libro que ha vendido 20.000 ejemplares, cuando en Francia eso requiere llegar a medio millón.
15.30 horas. No duermo más de seis horas al día, me acuesto a la una o a las dos de la mañana entre lecturas, reseñas y recomendaciones, pero me encantan las siestas. Estoy al cien por cien de acuerdo con el libro de Miguel Ángel Hernández 'El don de la siesta'. Es un ratito imprescindible.
21.00 horas. Cuando estaba escribiendo poesía, escuchaba jazz. Ahora estoy escribiendo narrativa, un pequeño libro sin un objetivo claro. Soy muy exigente y me lo voy a tomar con mucha calma.
9.30 horas. Hay gente joven muy preparada que no está cayendo en el lado oscuro de internet, sacan información y son auténticas bibliotecas que leen con coherencia. ¿Qué pasa con estos chicos? Que se largan de la Región y no vuelven. Yo tengo muy claros los libros que quiero vender según el perfil del cliente. Si es joven, 'Cien años de soledad'. Si busca poesía, la generación del 50 o del 27. Si es un lector de cierta edad, cualquiera de Antonio Muñoz Molina. Un libro muy fetiche en mi librería es 'Solenoide', de Mircea Cartarescu.
19.00 horas. No hago nada de ejercicio. Prometo apuntarme a pilates, aunque me voy a sentir ridículo. Sí me relaja cocinar, aunque hago lo básico, dignamente, como la tortilla de patatas.
21.00 horas. Hago poca vida social, últimamente estoy un poco refunfuñón, no puedo con la gente que se pone a hablar sobre cosas que ha visto en YouTube, con terraplanistas y personas que piensas que son normales, que incluso conoces, pero que empiezan a hablar de 'chemtrails' y negacionismo climático... No digo que mi tiempo sea oro, pero si lo tengo quiero disfrutarlo. No puedo estar escuchando que la Tierra es plana. Si vas con el razonamiento puro y duro, hoy día eres una persona incómoda. Cuando aportas en un debate razones de peso, pareces estúpido o sabelotodo.
13.00 horas. Siempre he querido trabajar con las manos, y estoy explorando mi lado creativo con la cerámica. Nada más allá de un vaso, un plato o un jarrón, a mí que me gustan tanto las flores... Tengo el salón lleno y a mi hijo inundado de flores y libros. Soy muy impulsivo y mi mayor virtud es entregarme a las personas y a las cosas que quiero. Con la separación y la custodia compartida, desdoblo como puedo y hago encaje de bolillos, por eso tengo a Pepe contratado en la librería. Suelo escaparme los sábados por la tarde fuera de Cartagena. Aunque necesito mi espacio, cuando no estoy con mi hijo suele embargarme la soledad. Solos no vamos a ningún sitio, y eso que en este mundo en el que va la máquina a toda pastilla nos quieren solos.
17.00 horas. Voy a la librería para que todo esté en su sitio el lunes, aunque sea dos horas. Me han educado así. Mi padre es un vendedor honesto ejemplo de dedicación que se ha ganado un puestazo en la otra vida. Estoy muy orgulloso de él.
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