¿A dónde se van los músicos?
Mesa para cinco ·
Se retiran, como las olas en resaca, se difuminan, en fin, se borran. Duki, Quevedo, dúos, bandas de todo pelaje y condición dicen que se lo dejan. Que cortan, que ya estáMesa para cinco ·
Se retiran, como las olas en resaca, se difuminan, en fin, se borran. Duki, Quevedo, dúos, bandas de todo pelaje y condición dicen que se lo dejan. Que cortan, que ya estáDesbandadas de jóvenes artistas que habían conseguido el éxito, el reconocimiento, el éxtasis y la ascesis, son vistas por el aire del pasado, las carreteras del olvido y el mar, proceloso y siempre turbulento de las redes sociales. Los músicos jóvenes se van. Se retiran, ... como las olas en resaca, se difuminan, en fin, se borran. Duki, Quevedo, dúos, bandas de todo pelaje y condición dicen que se lo dejan. Que cortan, que ya está.
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Pero antes de ver a dónde se van, veamos por qué se van.
En algunas entrevistas la presión es el motivo. La falta de contacto con la realidad. Querer volver a ser uno mismo. Necesidad de barrio, casa, familia. Dejar el peso de la fama, un motivo viejo como el mundo. Pero creo que hay algo más profundo, siento en muchas declaraciones y palabras trazas de cacahuete de resentimiento, pequeños gestos y observaciones que me dan a entender que algo estamos dejando que nos hagan mal. Y ahora veremos quién. Y sus motivos.
Uno de estos artistas dice que, tras llenar el Bernabéu, no sabía qué más hacer.
Esta afirmación, que puede parecernos lógica, es terriblemente peligrosa y sintomática de la peor lacra que hemos vivido en el mundo de la música en años. La gamificación.
La famosa gamificación que ha aparecido en la guerra (siempre los primeros en todo), la política o las relaciones personales, conseguir logros, hacer el cien por cien del juego, obtener todos los hitos, y luego largarse.
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Cuando un músico dice que no sabe qué hacer después de llenar el Bernabéu, o recintos similares, alguien debería venir muy despacio por entre el público, subir al estrado, calentarse las manos con vaho, y soltarle tal guantazo al pibe que las volteretas laterales que dé terminen puntuando en gimnasia de suelo. Y luego decirlo, cariño, canciones, tú después, antes y durante de llenar el Bernabéu, lo que deberías estar haciendo, o deberías querer hacer, son canciones, discos, giras. Llenar lo que sea no es un objetivo, te han engañado amorch, y te han vendido una burra de la que ahora, obvio, en verdad qué culpa vas a tener tú, te quieres bajar.
Porque a ti te han contado que lo que tenías que hacer era llenar espacios, tener los mejores números, batir los récords de asistencias, los streams y los seguidores. Completar el juego. Terminar todos los logros. Porque es lo que has visto desde pequeño. Porque los referentes que has tenido eran gente que han puesto ahí para que tu veas eso, y para que te lo creas.
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¿Y a quién le interesa que tú creas eso?
A la industria, cuore, a la industria. A la industria, tú, tu salud mental, tu carrera, tu vida o tus canciones, no le importan absolutamente nada. Han creado un sistema perfecto a través de Spotify, YouTube y las redes sociales en el que solo necesitan cantidad de canciones hechas por vosotros, grabadas en una tarde en nuestras habitaciones, para cebar el gorrino que semanalmente despiezan y convierten en dividendos que se reparten entre las compañías y del que sacan tu minuta. Una minuta diminuta, no sueñes otra cosa.
Porque han conseguido no necesitarte. Han sido años de trabajo. De proyecto concienzudo. De fichar a miles y miles de niños rata alrededor del mundo para que componga en su cama millones de canciones para llenarse los bolsillos a coste cero. Cero. Las editoriales y discográficas fichan sin parar porque están comprando canciones al kilo. Al kilo de bits y reproducciones, y como controlan sus propios medios de distribución y posicionamiento (a ver quién os creéis que está detrás de Spoti) no les importan ni quién haga la canción, ni quién la cante, ni lo que hagas después de llenar el Bernabéu, por ellos como si te mueres. De hecho, si te mueres mejor, porque harán un ESSENTIAL con tu nombre, una playlist con un crespón que en unas horas será requeteconocida.
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Pero que también les da igual, porque no cobran por cantidad de reproducciones, sino por suscriptores y publicidad, por lo tanto, esas canciones que tanto compran al kilo, sean de donde sea y como sean, también les importan, más o menos, un nabo. Nabo con hojas.
Así que la próxima vez que veáis un niño que se deja la música, miradlo con pena. Se están cargando a una generación completa de gente joven con ilusión a la que le han mentido y les han contado una milonga que no hay quien baile. Nosotros, algo más talluditos pero en buen estado de forma gracias a una alimentación sana y equilibrada, nos educaron otros mimbres, y nos dijeron que debíamos tener carreras largas, consolidadas, con altibajos, con viajes, con errores, para servir a la industria durante década y décadas (el motivo siempre es la pasta), y aunque fuera también para ganar a nuestra costa, al menos había una promesa de futuro y reconociendo, de disfrutar el camino y hacer canciones mientras miramos por la venta del tren.
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A estos pobres jóvenes de hoy, les han quitado hasta eso. Por eso se van cuando llenan el Bernabéu, y lo que es peor, muchísimo antes de que eso ocurra, porque eso, la verdad, ocurre poco.
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