Una de las imágenes de la campaña de Just Stop Oil.

¿Qué vale más, el arte o la vida?

MESA PARA CINCO ·

Han emergido diferentes grupos que persiguen concienciarnos de las calamidades que afligen al mundo; a todos les une la pasión por verter sopa de tomate sobre obras de arte

Domingo, 6 de noviembre 2022, 08:35

En la inauguración de una de mis exposiciones, unas estudiantes tuvieron a bien vandalizar la obra principal reduciéndola, literalmente, a añicos. Fue en Baja California, ... México. Yo llevaba varios días sintiendo admiración y rechazo a partes iguales, y mi impresión era que ambas pasiones estaban provocadas exactamente por la misma causa: ser española y güera –nada que yo haya elegido–. Unos días antes, aquellas jóvenes universitarias habían estado implicadas en una acción artística relacional consistente en cocinar en los campamentos de migrantes que esperaban en la frontera para cruzar a Estados Unidos. Mi trabajo, que era una sencilla reflexión sobre la memoria y el paso del tiempo, les parecía superficial y prescindible, y cuestionaban que la institución lo apoyara cuando había gente tan cerca arriesgando su vida. Así que tras un juicio sumarísimo fui castigada sin piedad. Al día siguiente, algunos tímidos simpatizantes me intentaron hacer ver que el arte de verdad debía ser útil, no como mi bazofia poética intrascendente de estética cuidada. Yo, asumiendo la imposibilidad de entendimiento, solo atiné a explicar que bajo esas premisas 'El Quijote' podría ser perfectamente desechable a favor de cualquier manual de autoayuda, que sí que nace con vocación de utilidad directa. Se puede decir de muchas maneras. Oscar Wilde lo expresó así: «Todo arte es inútil». Tan inútil –en un sentido práctico– como necesario.

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Somos animales simbólicos; nuestra cultura, nuestros ritos o nuestros comportamientos están atravesados por la simbología. La comunicación no verbal se basa en los signos y el arte se despliega en este ámbito. Ter hablaría del «plano de la fantasía». Las acciones de los llamados activistas climáticos del arte están muy cerca de algunas de las prácticas artísticas contemporáneas puesto que son performativas y, supuestamente, alientan la disidencia. Y sin embargo creo que la mayor parte de estos ejercicios son vacíos y contraproducentes. Trataré de explicar las razones a continuación.

En los últimos meses han emergido diferentes grupos que persiguen concienciarnos de las calamidades que afligen al mundo: DernièreRénovation en Francia, LetzteGeneration en Alemania o Just Stop Oil en Reino Unido son algunos ejemplos. A todos les une la pasión por el cianocrilato y el verter alimentos líquidos como puré de patatas o sopa de tomate sobre obras de arte para conseguir unos segundos de atención en los que aleccionarnos. El objetivo de cualquier artista, de cualquier escritor, de cualquier político o de cualquier empresa es ser visto, ser leído, ser escuchado y ser tenido en cuenta. Los publicistas sueñan con campañas virales y estos activistas lo han entendido bien: estamos ante una gigantesca campaña de marketing coreografiada.

Es cierto que sus discursos tienen matices muy diferentes –los hay más sensibles y sofisticados–, pero la mayoría, como las atacantes del Van Gogh, se limitan a enunciar falsos dilemas: «¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Qué importa más, la protección de un cuadro o la del planeta y la gente?». ¿De verdad tengo que elegir? No me creo nada. Todo es naif y caricaturesco. Ellos aseguran que quieren iniciar una conversación, pero es que esa conversación ya está teniendo lugar sin necesidad de que nadie nos coja por el brazo y nos obligue a escuchar poniendo en riesgo el patrimonio. ¿Se trata de un discurso disidente? Solo en las formas; el fondo coincide sospechosamente con la Agenda 2030.

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Hace unos días decía Anónimo García en Cendeac que uno de los males del arte actual es la «activismocracia»; hoy es necesario ser activista para conseguir legitimación como artista. Pero si lo que cuentas ya lo ha dicho antes un anuncio, mal vamos. No es rebeldía, es adoctrinamiento. 'Wokismo' en estado puro. De hecho, la Climate Emergency Foundation, una de las grandes financiadoras de estas acciones, publicaba el siguiente tuit: «En resumen: el planeta está en llamas y el público está dormido. Los activistas nos pueden despertar». Esa es su misión, despertarnos, iluminarnos desde la superioridad moral de la ecomilitancia.

Lo realmente poético es que una de las principales benefactoras de estas campañas es Aileen Getty, bisnieta del magnate del petróleo cuyo apellido está estrechamente vinculado al arte. Sí, consiguen captar nuestra atención, pero dudo mucho de que logren sus objetivos o sensibilicen a favor de su causa. Las consecuencias serán más bien la dificultad de acceso a las obras, el aumento de la seguridad en los museos y del precio de las entradas, la retirada de obras de coleccionistas privados por miedo a los ataques y que se produzca algún accidente irreversible. Phoebe Plummer, la activista de la sopa de tomate, se define en sus redes con los pronombres 'they/she/he'. Si ella lo puede elegir todo, yo también: arte y vida.

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