Cuando esta mañana me he despertado con la voz de Junqueras afirmando que «votar no es un delito» y que están «convencidos de que la ... mejor manera para defender los derechos democráticos es ejerciendo los derechos democráticos», me he acordado de la singular propuesta que elevó al cuerpo docente un representante de los estudiantes, hace algún tiempo. He dicho propuesta, pero quería decir requerimiento. Allí no había nada que negociar. Nos comunicaban que habían decidido por mayoría absoluta que querían eliminar el examen como sistema de evaluación de una asignatura. Juro que tuve que preguntar varias veces para asegurarme de que lo estaba entendiendo bien. Desde entonces, ha sido nuestro presidente el que se está encargando de hacer realidad aquello que jamás habríamos creído posible: volver cotidianas la perplejidad y la incredulidad.

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La relación del arte con la política es tan antigua como compleja, así que mi intención aquí es sencillamente hacerme algunas preguntas acerca de la democracia, para de paso atender a lo que creo que es una obligación moral: no callar ante el sistemático atropello de sus principios fundamentales por parte del autoproclamado Gobierno de progreso, que después de atentar contra la separación de poderes, socavar las instituciones y aniquilar la igualdad de derechos, se prepara para eliminar la obligación de la rendición de cuentas.

El arte contemporáneo existe gracias a la democracia y la libertad de expresión que conlleva. Sin embargo, las buenas obras de arte rara vez son democráticas. En un artículo titulado 'Contra la democratización del arte' afirma Alberto Ciria que, por muchos motivos, a la obra de arte le es más propia una naturaleza aristocrática que democrática. No en vano, el historiador del arte Kenneth Clark ya había llegado a la conclusión en su ensayo de 1945, 'Art and Democracy', de que el arte es «un excelente ejemplo del gobierno de muchos por unos pocos». En este sentido, algunos artistas han intentado aspirar a la obra de arte definitivamente democrática atendiendo exclusivamente al gusto del público a partir de encuestas. Podéis imaginar los nefastos resultados.

Volviendo a la política, vamos con las obviedades que algunos se empeñan en negar. La democracia no consiste únicamente en votar. La democracia, por definición, está sujeta a unas reglas. Una votación no es necesariamente democrática. No se puede votar cualquier cosa -¿matamos al profesor?-. Antes de una votación hay que tener claro no solo qué se pregunta sino quién tiene derecho a voto. Esto es, una parte no puede decidir sobre el futuro del todo y ninguna Constitución puede avalar una autodeterminación que solo se puede dar para los pueblos sometidos a dominación extranjera o historia de colonización. No importa que el 100% de estudiantes votara que sí. No les correspondía a ellos decidir y no es un derecho democrático. El mismo sinsentido tendría un referéndum en el que los no residentes en Cataluña votasen si se expulsa de la Unión Europea a los residentes en Cataluña.

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El presidente turco Erdogan inquirió a sus opositores: «Nosotros somos el pueblo, ¿quiénes sois vosotros?». Porque esa es la forma de proceder de los populistas. Si no piensas como 'nosotros', ya no formas parte del pueblo. Eres otra cosa. La discrepancia es ahora disidencia -señor Redondo, su carnet-. ¿Felipe y Guerra? Dos desleales que no respetan las 'mayorías' del partido. ¿Pero qué 'mayorías' son esas? ¿Se ha consultado a la militancia? ¿Ha preguntado el CIS? ¿Ha habido un referéndum? No. Somos 'nosotros'. Ese 'nosaltres' del que también hablaba Sergio del Molino hace unos días. Los mismos que apelan al diálogo pero no renuncian a la unilateralidad, porque saben perfectamente que Estado y sedición son excluyentes. Porque los nacionalismos de tradición romántica e idealista son reaccionarios y racistas. ¿En qué momento la burguesía supremacista del PNV, cuyo lema es 'Dios y leyes viejas' puede ser progresista? No cabe una contradicción más. Para Sánchez era una «rebelión evidente», pero ahora los actos políticos «no deben ser judicializados»; entended que el fin justifica los medios; estamos tratando de evitar lo más terrible, la verdadera debacle; que gobierne la derecha. Ya lo dijo López Obrador después de su derrota en 2006: «La victoria de la derecha es moralmente imposible».

La amnistía es lo más antidemocrático que nos puede suceder. Es más, el mismo Gobierno que en sus informes para los indultos afirmaba que era «claramente inconstitucional» dice lo contrario ahora. O más bien lo piensa, porque decir, decir, dicen poco. Esa es la auténtica deslealtad, ni Sánchez ni Díaz informan de nada en el que es un ejemplo prístino de traición a uno de los fundamentos del pensamiento y de la realidad, el principio de no contradicción; la absoluta disonancia cognitiva. Pero no importa, él es el amado líder, ¿quiénes sois vosotros?

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