Veinticinco centavos le pagaba cada mañana al vendedor del puesto de fruta que había en la puerta de la residencia de las Hermanas Carmelitas, donde ... me alojé durante mi estancia en la Universidad de Nueva York. En un punto, llegamos a no intercambiar ni una palabra: sonrisa mediante, yo le daba un 'quarter' y él un plátano en su punto exacto de maduración.

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Este fin de semana se celebra Art Basel Miami. Bridget Finn, su directora, afirmaba hace unos días que si pudiera predecir la próxima obra viral «sería una mujer rica». Y es que aunque ya han pasado cinco años de la vuelta a la feria del 'buffone' del arte, Maurizio Cattelan, el plátano pegado a la pared con cinta americana –'Comedian'– sigue impactando, más aún después de haberse subastado en Sotheby's por cerca seis millones de dólares.

El artista explicó que, a pesar del título, la obra no era ninguna broma –ja–, que llevaba tiempo tratando de esculpir un plátano, primero en resina, luego en bronce, hasta que entendió que lo que necesitaba era un plátano de verdad –ja, ja, ja–. Llegó así a este objeto satírico acerca de la especulación del mercado del arte que gracias a la publicidad de incrédulos y ofendidos está alcanzando un desarrollo discursivo providencial. De este modo, la obra es autorreflexiva: «cuanto más alto es el precio, más refuerza su concepto original», afirmaba el autor.

El nuevo comprador, Justin Sun, un inversor de criptomonedas chino, no ha tardado en comerse su adquisición. Dice que sabía especialmente bien. ¿Se ha tragado entonces los seis millones? ¿Al fin alguien ha sabido 'digerir' la experiencia artística? ¿La humanidad ha perdido esta obra icónica para siempre? Tranquilos, que lo que ha comprado no ha sido un plátano, sino un certificado de autenticidad y unas instrucciones para poder recrearla 'ad infinitum'. Esto sí que es magia. Si lo piensan, es la obra de arte perfecta: no se puede vandalizar, no se puede robar. De hecho, si no se vende, no hay obra. Pero ese plátano, que en realidad han sido muchos, encarna significados –que diría Danto–, y va sumando valor relacional y añadiendo plusvalía con cada una de sus andanzas. Aún así, seguiremos intentando cortarle la cabeza a la hidra.

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El clímax de la narración ha llegado con un periodista localizando al vendedor callejero del plátano subastado, chivándole que le habían tangado, porque lo que él había vendido por veinticinco centavos se había convertido horas más tarde en seis millones. Shah Alam, inmigrante bangladesí septuagenario, declaró al New York Times entre lágrimas, conmocionado por la noticia: «Soy un hombre pobre. Nunca he tenido esta cantidad de dinero. Nunca he visto esta cantidad de dinero». ¿Siguen pensando ahora que la broma es lo de Cattelan? Pues esperen, porque un ciudadano anónimo –Bart's People– ha creado un GoFundMe por el que ha recaudado cerca de 25.000 dólares para entregárselos y poner fin a esta «grosería». Además, el propio Sun anunció en X que le encargaría 100.000 plátanos para regalar. Resulta que él no sólo no tiene la logística sino que el puesto no es suyo. ¿Y no alteraría esto el mercado y perjudicaría a otros? ¿Y si resulta que el plátano fue comprado a otro de los trabajadores? ¿Y si el periodista se equivocó de puesto? Cuidado con las buenas intenciones.

Los seres humanos le damos a algunos objetos un valor que no poseen de forma consubstancial. Pero es que el dinero en sí es también una ficción. Las monedas carecen de valor intrínseco, son acuerdos basados en la confianza colectiva en quien las emite para mantener las complejas estructuras sociales. Curiosamente, el fin del patrón oro coincidió con la pérdida del sentido teleológico del arte. Cattelan, por su parte, ha declarado que la reacción del vendedor le ha conmovido profundamente, pero que «el arte, por su naturaleza, no resuelve los problemas; si lo hiciera, sería política» –maldito insensible–. Él sabe cuál es su papel, no pretende administrar justicia. Ni tan siquiera justicia poética, que estaría más cerca del mundo simbólico en el que se maneja. El valor es una percepción subjetiva y variable en la que el crédito –lo fiduciario: la fe– es fundamental, y sin el respaldo de su coherente y amplísima trayectoria, el apoyo de Perrotin o de Sotheby's, nadie habría pagado esa cantidad.

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Aquí todos juegan, unos de manera lúdica y otros en serio. Yo jamás compraría esa obra, pero, de la misma manera que en mi desayuno rutinario neoyorquino ambos salíamos ganando, aquí nadie ha sido engañado. La vida no es un juego de suma cero.

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