Recuerdo con especial claridad el anuncio del ganador del Premio Turner del año 2001, que recayó en Martin Creed y su obra 'Work No. 227: ... The Lights Going On and Off'. Una habitación vacía en la que las luces se encienden y se apagan cada cinco segundos. La instalación acabó siendo también una de las piezas que más discusiones propició entre mis compañeros -todo el mundo nos pedía explicaciones- y se convirtió en una de las primeras que visité -y no digo 'vi'- en mi primer viaje a Londres, el mismo en el que experimenté 'The Weather Project', la impresionante puesta de sol en el interior de la Sala de Turbinas de la Tate Modern firmada por Olafur Eliasson. La inclusión del tiempo, la interacción, lo experiencial; mis precarias concepciones acerca de qué podía ser una obra de arte comenzaron a expandirse a la velocidad de la luz.

Publicidad

Porque el deber del arte es escapar continuamente de su propia definición y aunque estas obras pudieran resultar polémicas hace veinte años hoy se consideran clásicas, prácticamente académicas. El nombre del Premio Turner proviene del pintor J. M. W. Turner y está puesto con toda la intención, pues si bien hoy día es uno de los más asimilados, en el siglo XIX cierto crítico tildó su trabajo como «el producto de un ojo enfermo y una mano temeraria», opinión compartida con gran parte del público especializado. Es la historia de la Historia del Arte: lo que un día es furibundamente rechazado puede ser venerado al día siguiente.

Bien, en 2019 el Premio Turner de arte contemporáneo recayó por primera vez en cuatro artistas. Los cuatro finalistas escribieron al jurado para proponer compartirlo con el ánimo de enfatizar que de alguna manera todos ellos trabajaban con fines sociales o activistas, denunciando las injusticias sobre diferentes colectivos, y a modo de ejemplo en un momento de profunda desunión política en el Reino Unido. Se trataba de Helen Cammock, Oscar Murillo, Tai Shani y Lawrence Abu Hamdan. Este último, dedicado principalmente a la defensa de los derechos humanos de personas encarceladas, ha vuelto a la actualidad esta semana por una pieza relacionada con la muerte a manos de un policía de Nahel, el joven de 17 años de ascendencia marroquí y argelina que ha detonado una semana de graves altercados en Francia.

Abu Hamdan ha trabajado principalmente con el sonido y es el fundador de Earshot, una agencia de investigación que, a partir de técnicas avanzadas de depuración de grabaciones sonoras, se dedica a denunciar la violencia institucional y la desprotección de algunos encarcelados por crímenes en los que no hay evidencia visual, pero sí alguna pista de audio relacionada. En su última publicación de Instagram ha compartido el audio de los cinco segundos previos al disparo del policía, que han sido limpiados del canto de los pájaros, ruidos y otras distracciones para tratar de escuchar nítidamente cuáles fueron las palabras exactas del agente. Él asegura que se oye un 'ouvre, ouvre' (abre, abre), seguido de un enigmático 'pousse-toi', que en francés informal podría significar 'apártate', lo que, de confirmarse, para el artista revelaría la intencionalidad y premeditación del homicidio, pues el policía se estaría dirigiendo a su compañero, al que no querría herir, y no al joven.

Publicidad

Hoy día es el artista visual, y no el actor, quien es realmente capaz de encarnar otras vidas y tener otros oficios, pues él no simula en la ficción, sino que se compromete en la vida real. Esto es, desde Turner, la definición de lo que es el arte y de cuál es la labor propia de un artista no ha dejado de mutar, y no es difícil que su trabajo se confunda con el de un filósofo, un sociólogo, un periodista, un mediador, un activista y hasta un político. Hemos visto la emergencia de un artista visionario, delator o directamente acusador. Oh, pero cuidado, ser investigador sin serlo puede ser tan útil como peligroso, pues no está sujeto a los compromisos propios del oficio. Así también lo ha denunciado, refiriéndose a otro caso, Emily Watlington en su artículo en 'Art in America' titulado '¿Cuándo la investigación artística se convierte en 'fake' news?'. Ohhh. Querer ser justiciero te puede llevar a ser verdugo en un momento en el que información y desinformación bailan pegadas igual que baila el mar.

Colaborar en el esclarecimiento de un delito o ayudar a los desvalidos siempre será digno de mi admiración, pero aquí asoma el paso del artista como avisador de incendios al artista como avivador de incendios. Literalmente. El arte comprometido debe ser precisamente eso, el que te hace responsable, el que te compromete. Oh, oh.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad