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Durante la Segunda Guerra Mundial, los aliados se enfrentaron a un serio problema: muchos de sus aviones de combate no regresaban de las misiones. La necesidad de mejorar la supervivencia de estos aviones era crítica. ¿Cómo hacer que estos enormes pájaros de metal fueran capaces ... de resistir mejor las garras del enemigo nazi y traer a casa a sus tripulantes sanos y salvos? Los ingenieros militares británicos examinaron con detenimiento las aeronaves que volvían a sus bases. Regresaban llenas de cicatrices de guerra, agujeros en las alas, el fuselaje, el área alrededor de los motores... Entonces, ¿por qué no simplemente agregar más blindaje en esos lugares que claramente eran blancos débiles de los disparos enemigos?
Entonces entró en escena Abraham Wald (1902-1950), un matemático húngaro que tuvo que huir de Austria a los Estados Unidos por ser judío. Wald no tenía experiencia previa en tecnología militar, pero sí un agudo sentido para los números y las probabilidades. Junto con su equipo del Grupo de Investigación Estadística de la Universidad de Columbia, observaron los datos de los aviones que regresaban de los combates aéreos, pero con una perspectiva diferente. En lugar de ver los daños como indicadores de debilidad, los veían como signos de resistencia.
Imaginen que son profesionales de la medicina tratando de entender por qué ciertos pacientes se recuperan de una enfermedad y otros no. Si solo miran a los que se recuperan, podríamos concluir erróneamente que lo que no les mata los hace más fuertes. Pero sin mirar a aquellos que no lo lograron, no estamos viendo la historia completa. Esto es lo que Wald entendió.
Abraham Wald argumentó que las áreas dañadas en los aviones que volvían eran, sorprendentemente, las menos críticas para la supervivencia del avión. Eran las partes donde un avión podía recibir disparos y aun así regresar. Lo que realmente necesitaba un blindaje extra era todo lo que no estaba agujereado en los aviones que volvían, porque aquellos lugares eran los puntos donde, si se recibían impactos, significaba que el avión se perdía y no regresaba. El consejo de Wald fue, en cierto sentido, tremendamente contraintuitivo, pero totalmente lógico. Había que reforzar los aviones en los lugares intactos de aquellos que habían sobrevivido. Y así se hizo, marcando un cambio de juego en la estrategia aérea de los aliados.
El desenlace fue impresionante. La tasa de supervivencia de los aviones mejoró notablemente, lo que significó no solo salvar vidas humanas del bando aliado sino también conservar valiosos recursos de guerra. La visión de este matemático y sus colegas no solo proporcionó una solución técnica militar sino que también entregó un nuevo marco de referencia que revolucionaría el campo de la estadística aplicada y la toma de decisiones en situaciones de incertidumbre. Paradójicamente, Wald y su esposa fallecieron en un accidente de aviación, en la India, en diciembre de 1950.
Esta curiosa historia da nombre a un tipo de sesgo cognitivo, esos atajos mentales que nos alejan del conocimiento riguroso y la toma de decisiones correctas. Conocemos como 'Sesgo de supervivencia' al error lógico de concentrarse en las personas o cosas que sobrevivieron a algún proceso y pasar por alto a aquellas que no, debido a que no son visibles.
La industria de la autoayuda, esa panacea que promete la transformación personal por la vía rápida, triunfa en las listas de los libros más vendidos, los podcast más escuchados, o los vídeos más vistos en internet. Y mucha gente acude en masa a conferencias y talleres para escuchar los casos de éxito, la vida feliz tras el revolucionario método en cuatro o siete pasos, la curación de una enfermedad… cuando en realidad solo existe el circo de los supervivientes.
La desilusión, o algo peor, puede aparecer cuando alguien sigue al pie de la letra los consejos de los gurús de la autoayuda y se contemplan los éxitos que otras personas parecen haber alcanzado siguiendo las mismas recomendaciones. A nosotros no nos ha funcionado y la frustración solo hace que todo empeore. No se trata de un fracaso personal, sino que las estrategias propuestas, simplistas y centradas en que todo depende de nuestra voluntad (el absurdo y cruel 'si quieres, puedes'), son las que no dan resultado. El bienestar y la salud mental, en todo su espectro, son un tema muy serio. Demasiado como para confiarlo a las recetas mágicas, los caminos de baldosas amarillas, las hormonas prodigiosas y la gestión de emociones. ¿Saben a quiénes sí que ayudan los libros de autoayuda? Exacto, a quienes los escriben. Les ayudan a ganar mucho dinero.
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