Arturo Pérez: «Ellas son el soplo que lo mueve todo»

El pintor Arturo Pérez, autor de la serie de retratos de mujeres que ilustran hoy 'La Verdad', confiesa sus querencias

Viernes, 8 de marzo 2019, 02:19

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Pincha sobre la imagen para ver el gráfico interactivo de las mujeres pioneras de la Región de Murcia:

El pintor Arturo Pérez (Alhama, 1971), creador de la serie de 55 retratos de mujeres de la Región que ilustran hoy las páginas de 'La Verdad', no utilizó para este trabajo ni lápiz ni borrador: solamente rotulador permanente Edding, respetando las características de las protagonistas, aunque debido a la técnica y a su estilo gótico-pop, «el parecido fotográfico queda descartado». Cincuenta y cinco féminas que, a lo largo de los tiempos, dieron pasos firmes por realizarse en ámbitos dominados por hombres. Son los casos de pioneras como María Cegarra, primera licenciada en Químicas de España; María Moliner, primera profesora de la Universidad de Murcia; Encarnación Fernández, dos veces ganadora de la Lámpara Minera de La Unión, o Ana Carrasco, primera mujer en ganar un mundial de motociclismo... Todas ellas, ejemplos de superación, sin duda.

«Me he enriquecido viendo cómo cada una de ellas ha orientado su vida; a todas las veo mujeres valientes»

Admite haber quedado satisfecho por este trabajo de estudio que le ha permitido «descubrir la historia de cada una de ellas, su anatomía, su personalidad, su valentía, su creatividad... Ellas son el soplo que mueve el agua y el fuego, el soplo que lo mueve todo. Dedicarle un tiempo a cada una de ellas, mujeres luchadoras y transformadoras de la sociedad, como la actriz lorquina Margarita Lozano, que a mí siempre me ha parecido un ser mágico y que me recuerda a Einstein, ¡o al Che Guevara! Siempre me interesaron las mujeres que se dedican a la investigación. Me he enriquecido viendo cómo cada una de ellas ha orientado su vida. En general, las veo a todas muy valientes».

Acompañamos a Arturo en su casa, La Alcanara, en Las Torres de Cotillas, a una de sus últimas sesiones, con la televisión de fondo (por la pantalla van desfilando los líderes del 'procés') y llamadas de pájaros cantando. Parecen felices entre los trazos de verdaderos maestros del arte murciano. Sobre la mesa, 'La muchacha de las bragas de oro', de Juan Marsé. La protagonista de aquel día era Inés Salzillo, de la que no hay apenas representaciones. Arturo, que lleva exponiendo en salas y galerías de manera profesional desde hace 24 años, es también pájaro solitario en la miscelánea de las bellas artes. Su visión del arte, donde, como en la vida, éxito y fracaso van de la mano, es original en tanto en cuanto se ha forjado a la vera de algunos de los nombres más respetados del siglo XX, empezando por su padre, Aurelio, el pintor alhameño, pionero del arte contemporáneo.

«Yo el arte no lo busco en ARCO porque está en mi vida constantemente; y pasan los años y ahí estoy»

Estudió Graduado Social en la UMU, carrera que nunca acabó porque, en realidad, la tendencia de Arturo es la pintura. Especialista en arte murciano y formado «por libre» en el taller de un artista, Arturo no fue precisamente un discípulo: ni de un maestro como su padre, ni de los coetáneos de este. Hacía colores, preparaba los lienzos con cola de conejo, montaba los bastidores... Conoció muy pronto el oficio, la técnica. Y en la sombra. Su amistad con un escultor gigante, José Hernández Cano, adorador de la levedad, dominador de la materia, dio mucho de sí. «Durante muchos años le ayudaba a mover las piedras, preparábamos el barro, porque tenía lesionados los bíceps». También con Pepe Marcos y José Molera, gente de otra generación de los que podía aprender. «Estoy yendo a exposiciones desde antes de los tres años, y aunque yo siempre he tenido mi personalidad, mi padre era como una oropéndola, él tenía una visión del arte especial, estaba enamorado del mundo antiguo, de la pintura española, de los grandes maestros. Sin embargo, yo he tenido un concepto más pop, más distanciado de ese concepto de pintura más académico, porque nunca he tenido contacto con él. Eso tiene sus pros y sus contras, aunque yo he ido por libre. Pero es verdad que mi padre nunca quiso influenciarme».

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Universo femenino

Lamenta que en Murcia no haya un museo de arte contemporáneo, mientras sí hay uno dedicado a Ramón Gaya, «que era el enemigo del arte contemporáneo». Por eso, insiste, «el arte de Murcia sigue siendo virgen, aunque haya artistas que se quieran poner la etiqueta de rompedores». Incoherencias que ve en otras épocas. Recuerda que todo el modernismo y la escultura ecléctica se desarrolló en Madrid, «porque los artistas murcianos que no hacían una escultura barroca con los cánones que imponía el taller de Salzillo tuvieron que irse de Murcia. Salzillo ejercía una presión, hacía de criba». Piensa el pintor. Y piensa que el arte no está en un lugar concreto, pongamos, por ejemplo, en ARCO. «El arte está normalmente en la calle. En ARCO está la gente preocupada por el negocio, gente que se dedica a explotar minas o pozos abiertos hace tiempo. Y no les interesan pozos nuevos porque hay que ponerlos a rendir. Por eso yo digo que yo el arte no lo busco en ARCO, porque el arte está en mi vida constantemente, y van pasando los días y los años, y las décadas, y ahí estoy: entre arte».

Las mujeres han sido las mejores aliadas de Arturo. Reconoce a Sybille, una francesa con la que compartió siete años de relación, como su verdadera maestra. Él era veinteañero, ella había pasado los cuarenta. «La conocí aquí, en una exposición en Chys, y con ella me fui a Francia. Yo era un murciano salvaje, una persona con limitaciones, y con el tiempo me fui formando. Era una intelectual de la generación hippie, nieta de un barín ruso y medio española, conocía cinco o seis idiomas, y tenía un conocimiento profundo de la vida, y con ella lo aprendí todo sobre la mujer. Había sido discípula del gurú de los Beatles, y su mundo místico era fascinante».

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El apoyo de las mujeres ha sido todo para él. Eso le salvó de la peor soledad. «Ellas siempre me lo dan todo. Ahora estoy con Severa. Una mujer valiente, muy fuerte. Siempre está, y me siento agradecido». Con los hombres, en cambio, se manifiesta distante. «Porque simplemente me he entendido mejor con la mujer. Al igual que en el arte no soy uno de esos artistas que creen que va ahora a descubrir la belleza del mundo, o que la belleza está en sus manos. Siempre me he cuestionado, como hombre y como artista».

En 2012, en el Archivo Regional, expuso bajo el título 'Obra nueva', una colección de aguafuertes poblada de composiciones de figuras en situaciones incomprensibles e ilógicas, fruto de su investigación con un tórculo y una chofereta que encargó en Toledo, respondiendo a dos de sus intereses: el viaje y la lectura. Si eso se completa con la historia hebrea de la Península Ibérica, no puede pedir más. Sus aventuras le han llevado por los derroteros de la escritura, con tres libros: 'Tollo', 'Jumilla honda' y 'El caso de José'. Este último proyecto, ya publicado, fue víctima de la censura del editor, una anécdota más que apuntala esa aureola de ser incomprendido, tal vez, y que él niega, argumentando que es simplemente un artista crítico con su propio mundo.

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Entre ráfagas de inspiración, y al margen de modas. Así transcurre la vida de un creador que es, según escribió una vez el periodista Antonio Parra, admirador de su producción, como también lo era Pedro Soler y lo es, con igual vehemencia, el poeta José Luis Martínez Valero, «coherente con sus referencias y querencias».

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