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Ahora que solo sí es sí, ¿es el momento de repensar la violencia sexual?

Mesa para cinco ·

Es urgente que las orientaciones educativas y preventivas cambien

Domingo, 7 de julio 2024, 08:00

Lamentablemente, si hay algo que las mujeres aprendemos desde bien chiquitas es que somos violables y que, por consiguiente, tenemos que protegernos, vigilar nuestros cuerpos, actuar con mucho cuidado. Tan pronto como aprendemos eso interiorizamos también una serie de mensajes sobre la sexualidad masculina y ... la sexualidad femenina. Obviamente, tales mensajes no están exentos de los llamados estereotipos de género. Mientras que la sexualidad femenina se convierte en un bastión que debemos salvaguardar, como si fuera un terreno amenazado, como si de ella dependiera nuestro valor y reputación; la sexualidad masculina se valora como una fuerza destructiva, dominadora y difícil de controlar.

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Para las mujeres, el peligro sexual se convierte en un virus, en una especie de parásito que pueden coger en cualquier espacio social. Sin embargo, el violador es humano y crece en una cultura que, pese a los cambios de las últimas décadas, continúa reforzando mitos sobre el sexo, las agresiones sexuales y los comportamientos de las víctimas. Si esto no fuera suficiente, ahora las víctimas tienen que lidiar también con la espectacularización de su sufrimiento y la sexualización de la agresión.

Hoy no se puede hablar de violación sin obviar el tratamiento que hacen los medios de este tipo de delitos, de cómo banalizan lo ocurrido para crear entretenimiento o cómo revictimizan amparándose en un supuesto derecho a la información. Puede que la violencia sexual no sea lo peor que le pueda pasar a alguien, pero no deja de ser un delito grave y una experiencia dolorosa para las víctimas. Convertir su dolor en un espectáculo es una cuestión de poder. Su exposición sensacionalista contiene, sustenta y reproduce verdaderas relaciones de sometimiento, donde se anteponen los números de audiencia a la ética periodista y los derechos humanos de las víctimas.

Los medios de comunicación también influyen en la identificación de los factores de riesgo en la violencia sexual. Por ejemplo, de un tiempo a esta parte, se ha impuesto la creencia de que la pornografía es un catalizador de las violaciones. Sin embargo, en tales afirmaciones se omite una consideración importante en muchos estudios al respecto: el consumo de pornografía y/o de pornografía violenta resulta problemático cuando coexisten otros factores como bajo control de los impulsos, ideología sexista, falta de habilidades sociales o socialización violenta durante el proceso de desarrollo.

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Como se habrá dado cuenta el lector, el discurso social sobre la violación asimismo resulta terrible para ellos. En cierto sentido, sugiere que hay un impulso incontrolable en ellos, como si la violencia sexual estuviera en los genes y fuera inherente al hecho de ser hombre. Quizá, por ello, quienes desde la buena fe tratan de enseñar a los jóvenes a controlarse, fracasen en su intento. ¿Cómo va a lograr un varón joven desarrollar una sexualidad positiva, basada en el consentimiento, la reciprocidad y el placer, si el discurso social dicta que debe luchar contra ella porque es peligrosa?

Es urgente que las orientaciones educativas y preventivas cambien en ese sentido. No se trata de decirle simplemente a los varones «contrólate», como si fueran un niño en un parque de atracciones, sino de hacerlos responsables a ellos de su sexualidad, de inculcarles que tienen el poder de no contribuir a la violencia sexual, de no minimizar los comportamientos propios ni los ajenos. Esta estrategia resulta más seductora y efectiva que los planteamientos meramente coercitivos porque resalta la capacidad humana de cambiar y elegir. Infligir sufrimiento a otra persona es una elección. Se puede elegir hacer el bien y se puede elegir hacer el mal. A ningún hombre le gusta ser señalado como violador, no digamos ya serlo a ojos de la ley. La idea de que la violación es un triunfo de la virilidad se hizo añicos.

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Por otro lado, parece que en el guion sobre la violencia sexual hay dos actores: víctimas y victimarios (agresores). Sin embargo, la realidad es bien distinta y tenemos que dejar de pensar en hombres agresivos y mujeres pasivas. Hay que desmontar la creencia de que las mujeres son seres de luz, incapaces de abusar: la violación no es algo que un pene hace a una vagina. De la misma forma, las víctimas no son ideales, pueden responder con agresividad o incluso, en el shock, con incongruencia. Además, para defender los derechos de las mujeres no es necesario invisibilizar que también hay hombres que sufren violencia sexual y que, influidos por esos estereotipos de género, minimizan lo que han sufrido o no se sienten acogidos por la sociedad para romper el silencio.

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