Roque Baños: «Salir vivo del infierno de la covid me cambió la forma de vivir y de tomarme las cosas»
Conversaciones de otoño ·
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«Yo soy muy español, mucho, me considero español de casta»Dice: «Cuando finalizo una composición es como si hubiese dado a luz, de manera que cada obra se convierte en un hijo». Roque Baños –jumillano nacido en 1968–, uno de los mejores compositores de bandas sonoras para el cine –con tres goyas a Mejor composición ... musical–, está sentado junto al piano de quien fue su maestro y su inspiración, su paisano el compositor Julián Santos. La entrevista es en la recién inaugurada Casa de la Música y Legado de las Artes de Jumilla, donde cuenta con su propio espacio. Suena de fondo la música con la que embelleció aún más 'Las 13 rosas' (2007), dirigida por Emilio Martínez-Lázaro.
–¿Qué niño fue?
–[Sonríe] Muy poca gente sabe esto porque, claro, mis padres, y en especial mi madre, lo que siempre han contado es que yo era un niño ejemplar, muy bueno, que yo era un santo. No daba problemas ni con la comida, ni con el sueño, pero la verdad es que era un bala, muy callejero y gamberro. Lo fui hasta que, con diez años, conocí la música; y a partir de ahí todo cambió. De hecho, mis padres, hasta hace poco me decían: 'Hijo, bendita la hora santa en la que te metimos a la música, porque eras terrible'. Un bicho malo hasta que me encontré con la música [ríe].
En tragos cortos
Un viaje pendiente Perú
Un lugar al que volver Boston
Un libro de cabecera 'Los pilares de la Tierra', de Ken Follet
Un pintor Sorolla
Un músico Tchaikovsky
Un personaje histórico Jesucristo
Un postre Muerte por chocolate
Una manía Hablar demasiado
Un sueño cumplido Vivir de la música
Una prenda de vestir Un pantalón vaquero
Un consejo No dar consejos
Qué último regalo ha recibido Un colgante. Me lo ha regalado mi mujer
Un político/a Adolfo Suárez
–¿Cómo sucedió?
–No fue de un modo idílico; en realidad, mis padres me enviaron a estudiar música como castigo. Se abrió la Academia [de la Asociación Jumillana de Amigos de la Música] para que, después de muchos años sin banda, se formase una nueva, y fuimos muchísimos críos, seríamos por lo menos cien. Me acuerdo del maestro Julián [Santos], sentado al piano y con todos los críos alrededor. Yo estaba como escondido porque no quería estar allí. Y el maestro, que imponía con esa presencia suya, empezó a tocar...; yo solamente había escuchado música en el coche de mis padres, con aquellos casetes de entonces. Mi padre siempre estaba trabajando fuera, y mi madre siempre cosiendo, porque era modista. Sentí lo que era escuchar la música en vivo gracias al maestro; recuerdo que se puso a cantar cada una de las notas que tocaba para que todos los críos las repitiésemos. Y allí, cada uno de su padre y de su madre, cantaba como podía. Todos menos yo, que no podía cantar porque me quedé escuchando con la boca abierta, como hipnotizado con el 'do, re, mi, fa, sol, la, si, do'. Ese día me fui a mi casa corriendo y sin parar de cantar... 'do, re, mi, fa, sol, la, si, do'... Y ya en ese mismo momento empecé a pensar, '¿y si me voy del do al mi, y si combino el do con el mi y el mi con el fa?'. Inconscientemente, mi cabeza empezó a componer [sonríe].
–¿Y a partir de ahí?
–Mucha inquietud y deseos de aprender. Y tuve la suerte de que el primer músico que me fascinó, y que me sigue fascinando hasta el día de hoy, fue Julián Santos. Ya teniendo 16 años, justo antes de irme a la mili, me venía a su casa, estando ya él jubilado, porque ni siquiera podía andar, y tras pedirle permiso para pasar, me sentaba a su lado para escucharle tocar. Y allí, con todas aquellas partituras de entonces, sentía como si estuviese rodeado de tesoros en la cueva de Alí Babá [ríe].
–¿Cómo se encuentra de salud? Su episodio de covid fue una pesadilla de las que dejan huella.
–[Guarda silencio...] A fecha de hoy, afortunadamente, bien, pero me hago análisis regularmente porque lo pasé muy mal. Fue una época malísima, estuve ingresado tres semanas con oxígeno. Pasé por lo mismo que miles de personas que, finalmente, no tuvieron la misma suerte que yo. Cogí la covid cuando se sabía muy poco del tema, y la tuve al menos cuarenta días, de los cuales durante quince hice todo lo que había que hacer en ese momento, que era llamar al 112 porque se suponía que iban a tu casa, te hacían una prueba y determinaban si tenías covid o no. Yo cumplía con todos los requisitos para que fuese que sí, excepto con uno, porque no había estado los días anteriores en China o en Italia. Y me decían que si no era así, no tenía covid.
–¿Y usted a ellos?
–Les decía, apenas con un hilo de voz, porque no podía respirar, que la fiebre no me bajaba de 39 y que sentía que me faltaba el oxígeno. 'Es que me muero, que me muero', llegué a decirles. Pero nada, insistían en que eso era un constipado y que fuese a mi médico.
–¿Y eso hizo?
–Fui dos veces a urgencias, pero no de la Seguridad Social, porque no te cogían, sino de mi aseguradora privada, donde me dieron una palmadita en la espalda y me dijeron que 'esto no es nada, tómese este antibiótico...'. Cambié tres veces de antibiótico, y no mejoraba nada.
–¿Qué salida encontró?
–Yo siempre llamo a [el doctor murciano Pedro Luis] Ripoll, que es mi amigo, cuando estoy desesperado, cuando no puedo solucionar algo por mí mismo. Nunca quiero abusar de él, un profesional que está en la cumbre con todo merecimiento, e intento arreglar las cosas por las vías de las que dispongo. Pero cuando ya no veo salida, acudo a él. Después de haber estado 14 días terriblemente mal, lo llamé y le dije: 'Mira, ya no sé dónde ir, y de verdad que siento que me muero...'. Me indicó que fuese a la clínica [privada] Ruber y preguntase por el doctor tal, que él lo iba a llamar para que me viese. Estábamos a finales de febrero, con las noticias diciendo que iban a ser uno o dos casos controlados... Fui a la Ruber, me vieron y me dijeron: 'Vete inmediatamente para [el hospital público] La Paz, aquí no vamos a poder hacer nada por ti'.
–¿Y en La Paz?
–Mentí y dije que venía de Italia. Me atendieron y estuve 29 horas en una silla con oxígeno...; allí, viendo cómo moría gente a mi lado, sobre todo ancianos. Me dijeron que tenía una neumonía bilateral terrible, y me ingresaron en el Hospital Carlos III [también público]. Mi carga vírica era enorme. Al segundo día de estar allí, querían llevarme a la UCI, pero creo que si me hubiesen llevado habría fallecido, como mucha gente. Me estuvieron tratando con la medicación para el VIH, pero, claro, no funcionó; lo que me funcionó fue el oxígeno, fue lo que me curó; de ahí la importancia vital de los respiradores. Ya ingresado en el hospital, fui testigo del confinamiento, y allí estaba cuando se hizo la manifestación del 8 de marzo [Día Internacional de la Mujer]. Yo decía, '¿pero qué hace toda esa gente ahí?', ¿pero qué hacen?'.
¿Qué le mantenía con fuerzas?
–Pensaba mucho en mi hija pequeña [tiene también dos hijos de un primer matrimonio]...; creo que el convencimiento de que podría salir vivo de allí no lo perdí, aunque veía tantas situaciones terribles. No puedo olvidarme de un paciente al que conocí, más joven que yo, que al final se llevaron a la UCI, porque estaba fatal, donde ya estaba ingresada su mujer; tenían un bebé de meses que habían dejado con los abuelos...; no sé que fue de ellos [se emociona]. También recuerdo a un anciano, que por las noches deliraba de la fiebre, y al que le pasaba el móvil para que hablase con su familia...
–¿Qué aprendió usted de todo aquello?
–Cambié muchísimo, salir vivo del infierno de la covid me cambio la forma de vivir y de tomarme las cosas. Antes me agobiaba mucho por muchas cosas, de trabajo y de no trabajo, y ahora me tomo el día a día con más tranquilidad. ¿Para qué agobiarse tanto?, ¿para qué ambicionar tanto?, ¿para qué complicarse tanto la vida? Lo digo de verdad, pudiendo disfrutar del sol, del aire, de los hijos, de la alegría, de la belleza de tantas cosas que hay a nuestro alrededor, ¿para qué te vas a embarcar en angustias, en tristezas y, sobre todo, en miedos? Porque creo que, desafortunadamente, la peor herencia que nos ha dejado la pandemia es el miedo, el miedo en general, el miedo a todo, que si a la ultraderecha, que si a la ultraizquierda, el miedo hasta al vecino...; todo ronda en torno al miedo. Vivimos en este planeta una fracción minúscula de tiempo, no lo hagamos con miedo.
–¿Usted no lo tiene?
–Yo no, a mí personalmente no me asusta nada, aunque como soy padre, y los hijos dan mucho amor, pero también muchas preocupaciones, sí me asusta que a ellos les pueda pasar algo. Yo tengo la suerte de tener un trabajo con el que disfruto muchísimo y que me da muchas alegrías, pero nada satisface tanto como los hijos, y nada preocupa tanto como los hijos.
–¿Su gran apoyo?
–Mi mujer, Tessy [Díez]. Siempre le digo que es mi escudo por delante y por detrás; me abre el camino para que yo lo recorra tranquilo y, cuando alguien quiere darme un palo por la espalda, allí está también ella para evitarlo [sonríe]. Me siento muy afortunado porque es una maravilla de persona.
–¿Sigue pasando temporadas en Los Ángeles?
–Tomé la decisión de establecerme más en España. Yo soy muy español, mucho, me considero español de casta. Como todos los sitios del mundo, España tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero a mí me llenan mucho más las buenas que las malas. Me siento muy bien viviendo en mi país, y sigo trabajando también para Estados Unidos, donde por suerte abrí un camino y donde tengo muy buenos amigos, gente muy válida. Estoy satisfecho.
–¿No vive obsesionado con ganar un Oscar?
–[Risas] No, no, para nada vivo obsesionado con ganar un Oscar.
–¿Qué tal su relación con Álex de la Iglesia, uno de los cineastas españoles que más le admiran?
–Álex es un genio, y es visceral como yo [ríe]. Cada vez que nos juntamos para trabajar juntos ponemos los dos las vísceras sobre la mesa.
–¿Qué bandas sonoras tiene pendientes de estreno?
–La de una película maravillosa, 'Valle de sombras', del director Salvador Calvo, Goya en 2021 por 'Adú', que también hice con él. Nuestra primera película juntos fue '1898. Los últimos de Filipinas', que me encantó. También, acabo de terminar con Emilio Martínez-Lázaro, que es un maestro de la comedia, una película estupenda, graciosísima, que se llama 'Un hípster en la España vacía' [con Paco León y Macarena García en el reparto]. Con Emilio tengo también muy buena relación, él fue el primero que confió en mí a ciegas [compuso la música de 'Carreteras secundarias' (1997), con Antonio Resines y Maribel Verdú].
–¿Y para películas en inglés?
–Acabo de finalizar otra película americana, 'Bone Lake' [dirigida por Mercedes Bryce Morgan], que la produce LD Entertainment y la distribuye Sony, y que es también preciosa. Y otra que ahora está de estreno es 'Rompeolas' ['Breakwater' en inglés], en la que me encantó colaborar porque su director, James Rowe, fue profesor mío en la New York Film Academy, donde yo hice un máster en cine, no en música de cine.
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