'Tres figuras' de Anna Leporskaya, intervenida con pegatinas de ojos.

Poner ojitos

Mesa para cinco ·

Con dieciséis años tuve un accidente de moto que propició una de mis primeras intervenciones artísticas. Fue en Los Valientes, era verano y no creo ... que llevara mucho más que un bañador y una camiseta, así que, al caer, me abrasé el cuerpo con la gravilla del arcén. Cuando la ambulancia me devolvió totalmente momificada me hicieron una foto. Días después –cosas de la latencia de lo analógico– me encantó verla. Sin embargo, mi primer impulso fue hacer una especie de collage: cubrí mis ojos con el recorte de la mirada de Ingrid Bergman que rescaté de uno de los antiguos ejemplares del '¡Hola!' de mi abuela –ella decía disfrutar con la 'literatura'–. La imagen era maravillosa, pero los ojos me delataban. Había miedo y dolor. No reflejaban lo que yo quería ver allí: la valentía y la superación. Así que, tiré de montaje.

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Este ha sido un mes intenso en el contexto artístico y cultural de la Región. Tenemos a Pedro Medina comisariando a Tomy Ceballos en Verónicas, 'Atlas' en San Esteban, 'Al revés' en Art Nueve, Sonia Navarro en T20, Escavy, Balanza y Guirao en el Centro Párraga o Montalvo en el Ramón Gaya. Se han celebrado varios seminarios en Cendeac y hemos asistido a la primera edición de los premios de la cultura Alfonso Décimo. Ha muerto Margarita Lozano, hemos enviado un corto de animación a los Goya y Diego Lobenal ha pasado por First Dates. Hasta tenemos nuestras propias intrigas políticas locales. Pero el asunto que me he llevado a la cama durante varias noches ha sido la insólita historia del guarda de seguridad que le ha dibujado ojos a un cuadro.

Los atentados y vandalizaciones de obras de arte son tan antiguos como el propio arte, aunque históricamente han estado promovidos por muy distintas motivaciones. Algunos actos han sido premeditados, con evidentes intenciones políticas; ciertas intervenciones se formulan como respuesta 'performativa' desde un discurso artístico o con el afán de un reconocimiento efímero. Otros son frutos de accidentes, malentendidos o de la simple incompetencia. Especialmente simbólico fue el apuñalamiento a la 'Venus del espejo' de Velázquez por parte de la sufragista Mary Richardson, quien afirmó que si destruía «la pintura de la más bella mujer en la historia de la mitología» era para protestar por la destrucción de «la persona más hermosa de la historia moderna»: Emmeline Pankhurst –otro día explicaré por qué creo que tanto ella como su hija Christabel estaban bastante menos cuerdas que el protagonista de nuestra historia–.

No podemos saber qué llevó a Alexander Vasilyev, un ruso de 63 años que trabajaba como vigilante en el Centro Boris Yeltsin de Ekaterimburgo, a coger un bolígrafo, suvenir del propio museo, y dibujar unos ojitos redondos en dos de las tres figuras sin rostro del lienzo pintado por Anna Leporskaya en 1932 y valorado en casi un millón de euros. Vasilyev es un veterano de guerra condecorado. Estuvo a punto de morir en Chechenia y arrastra graves secuelas físicas y emocionales. Aquel era su primer día de trabajo. Él, destrozado y arrepentido, ha contado que unos adolescentes que estaban discutiendo frente al cuadro por qué allí no había «ojos, ni boca, ni belleza» le pidieron que él mismo interviniera el cuadro. Él pensó que la obra había sido realizada por ellos y que de algún modo le estaban autorizando, por lo que se decidió a 'completar' aquellas caras sin rasgos.

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Yo lo entiendo. Pocas cosas dan más miedo que una cara sin rostro o unos ojos vacíos. Nuestro cerebro está acostumbrado a ver caras donde no las hay –pareidolia– y no es cómodo observar estas abstracciones incompletas. Además, sabemos del placer de ir colocando pegatinas de ojos a los objetos para dotarles de vida. Ay, las imágenes. Las percibimos como algo inerte e inofensivo pero nos hacen hacer cosas extrañas. Para W. J. T. Mitchell es la gran paradoja, la 'doble consciencia'; a quien duda de la relación mágica entre el objeto y lo representado les pide que cojan una foto de su madre y le saquen los ojos. Permítanme una pequeña digresión: mientras escribo estas líneas se desatan varias guerras. Escucho a Alsina y me imagino a Ayuso dibujándole unos cuernos a Teo. Pronto habrá cadáveres.

No sé si la intervención fue por enajenación o aburrimiento; sospecho que lo único que hay detrás es la inocencia. En una entrevista a un medio local, Vasilyev ha enseñado sus uniformes militares y sus fotografías en la academia, pero de lo que parece más orgulloso es de su libro de colorear para niños. El cuadro ha podido ser restaurado y devuelto –con plusvalía–. Eso sí, en las cámaras de seguridad del museo no hay ni rastro de aquellos adolescentes incitadores.

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