Cualquier época del año puede ser un buen momento para la contemplación del cielo nocturno de nuestra región, pero el verano quizá sea la ocasión más propicia. Contamos con buen tiempo, noches más largas, vacaciones..., a las que si le sumamos una buena compañía, nos ... daría un plan perfecto. Según la NASA, tenemos uno de los parajes más privilegiados de Europa para la observación a ojo desnudo de nuestra bóveda celeste: Inazares, en la sierra de Moratalla. No hace falta obtener la perfección, basta con buscar cualquier otro lugar con poca contaminación lumínica, ya sea playa, monte o huerta, para disfrutar del espectáculo nocturno.
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Hoy, 8 de agosto, tenemos a la Luna en novilunio, lo que conocemos de forma común como Luna Nueva. Nuestro satélite está en estos momentos situado exactamente entre la Tierra y el Sol, de forma que su hemisferio iluminado no puede ser visto desde nuestra ubicación. En un par de días, tendremos la ocasión de observar una conjunción –acercamiento aparente de dos o más cuerpos del sistema solar en una región próxima del cielo— entre el planeta Venus y la Luna, un fenómeno que podrá verse al anochecer tras la puesta del Sol.
El fenómeno más llamativo de esta semana es la lluvia de meteoros de las perseidas, que alcanzará su máximo esplendor la noche del día 12. Al coincidir con una Luna que apenas iluminará el cielo en los inicios de su cuarto creciente, la oportunidad es magnífica. El origen de las perseidas es un cometa llamado 109P/Swift-Tuttle. Cuando este cometa pasa por el exterior del sistema solar, la interacción con el viento solar hace que su superficie se active. Los gases y materiales que envuelven al cometa salen despedidos al espacio, y pasan a orbitar al Sol en trayectorias similares a las de su origen. Cuando la órbita terrestre cruza esas regiones, se produce esta evocadora lluvia celeste que nos acompaña cada verano.
Los planetas Júpiter y Saturno serán los dioses reinantes durante las noches de agosto, mes donde alcanzan su máximo brillo anual. Y la Vía Láctea, el espinazo de la noche para los bosquimanos del Kalahari, estará en su esplendor luminoso habitual.
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Pero quiero que cuando estén disfrutando de estos momentos, se paren un instante y miren más allá. Una mirada con los ojos de la ciencia, enfocando directamente hasta nuestros orígenes más remotos, en lo que constituye un ejercicio de lírica estelar, por llamarlo de alguna manera.
Contemplar las estrellas y las galaxias, el fondo cósmico del universo, es un viaje en el tiempo. Aquello que vemos en este instante, más allá de nuestro sistema solar, no es más que la luz de algún astro que partió hace años, decenas, centenares, miles o millones de años. Y que quizá ya no exista. Es, en cierta manera, una mirada al nacimiento de los átomos que forman toda la materia de la naturaleza, incluidos nosotros mismos.
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En 1957, se publicó un artículo titulado 'La síntesis de los elementos en las estrellas', conocido también como B2FH, al tomar las iniciales de sus autores (Margaret Burbidge, Geoffrey Burbidge, William Fowler y Fred Hoyle). Una publicación que ha pasado a la historia de la ciencia como la primera que describió, explicó y analizó los procesos responsables de la síntesis de los elementos químicos y su abundancia relativa en la naturaleza. Estableció un salto de gigante en el avance de la teoría de la nucleosíntesis estelar, completando las aportaciones previas que existían hasta ese momento.
Los elementos químicos de nuestro cuerpo, como el calcio de nuestros huesos, el hierro de nuestra hemoglobina o el carbono de nuestras proteínas, fueron forjados en inmensos crisoles estelares, en supernovas o en colisiones de estrellas de neutrones. Este conocimiento, robado a los dioses como robó el fuego Prometeo, es una profunda revelación que no nos debería dejar indiferentes. Solo el lenguaje literario es capaz de consolarnos de este vértigo cósmico.
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La síntesis de los elementos en las estrellas (B2HF) comienza con citas entrelazadas de dos obras de William Shakespeare: «Son las estrellas, las estrellas sobre nosotros, las que rigen nuestro estado» (Rey Lear, acto IV, escena 3) —pero tal vez— «la culpa, querido Bruto, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos» (Julio César, acto I, escena 2).
El astrónomo y divulgador Carl Sagan, en otro ejercicio de lirismo, dijo aquello de que somos polvo de estrellas reflexionando sobre las estrellas. Aunque nadie como el gran Quevedo para describirlo, que se anticipó más de tres siglos, para dar sentido a esta materia estelar de la que estamos hechos. Somos polvo enamorado.
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