Este no es un artículo de opinión sobre las políticas públicas ni un análisis sobre los últimos resultados electorales. Tampoco pretende ser un tirón de orejas para los partidos o los representantes institucionales de cara a las próximas elecciones generales. Es una reflexión más general ... y más introspectiva. Pretende que entendamos mejor el momento que vivimos, las emociones que nos mueven y la responsabilidad ciudadana. Escribo desde un anhelo práctico y poniendo el foco en aspectos fundamentales para nuestra democracia y convivencia social como el respeto, la participación igualitaria y la justicia.
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La política no es una actividad amable. A menudo conlleva ciertos riesgos, como la amenaza de la monstruosidad, el temor a convertirse, parafraseando al filósofo inglés del siglo XVIII Thomas Hobbes, en un lobo para el hombre. La desafección hacia la política (o la clase política) también se relaciona con la distracción, la mentira y la desinformación: se ha impuesto la creencia de que todos mienten, o dicho de otro modo: de que todos tienen su propia verdad. Lo hacen para facilitar las negociaciones, para eludir responsabilidades o para darse golpes en el pecho a propósito de algún avance social, aun cuando no les corresponde y han sido, en ocasiones, incluso los principales detractores.
Las circunstancias de la política son las circunstancias que empujan a su vez su virtud. Algunas de las personas que dan un paso al frente y buscan dirigir la vida pública viven obsesionadas con la idea de 'ser el mejor' olvidando simplemente 'ser mejor': mejor candidato, mejor representante, mejor gestor, mejor persona. Obviamente, no es este un comportamiento generalizado, pero sí bastante común. Una vez que se conforma gobierno y se accede al cargo, parece que muchos olvidan la importancia de ser también buenos ciudadanos.
Pero, ¿cómo somos aquellos que estamos al otro lado? ¿Cómo nos comportamos en nuestro trabajo, con nuestra familia, en nuestro entorno? ¿Qué actitudes nos definen con respecto a los otros? ¿Qué tipo de vida estamos eligiendo? Vivimos en una sociedad infantilizada donde le exigimos a los políticos un comportamiento moral que rara vez nos comprometemos a hacer nosotros. Nos quejamos de su falta de ejemplaridad, su incapacidad para hacer autocrítica, su uso indiscriminado de la mentira o su talante mediocre. Pero, ¿qué relación tenemos el resto con esas cuestiones, en nuestra vida privada, en la convivencia social?
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¿Somos agresivos o pasivo-agresivos en nuestros discursos? ¿Censuramos y condenamos la mentira en nuestras relaciones románticas?¿Buscamos llegar a un consenso en las reuniones de la comunidad de vecinos o nos suscribimos al eslogan 'yo paso', 'todo me da igual' o 'que le jodan'?¿Entonamos el 'mea culpa' cuando metemos la pata o nos dedicamos a excusar nuestras malas acciones?
¿Qué valor le damos al conocimiento en el día a día? ¿Informándonos a través de TikTok o considerando varias fuentes y haciendo un esfuerzo por evitar el relativismo y fomentar el perspectivismo? ¿Cómo cuidamos a quienes nos cuidan? ¿Qué atención prestamos a nuestros hijos? ¿Promovemos su desarrollo personal y/o moral, o solo incentivamos su competitividad profesional, que sean buenos eslabones para una sociedad de mercado? ¿Estamos cada vez más desconectados de las relaciones humanas y más obsesionados con nuestra imagen e impacto en redes sociales? ¿Hasta qué punto nos hemos dejado seducir por la alienación tecnológica, la deshumanización del capitalismo y la medicalización de nuestra vida, en detrimento de los valores que admiraban y fomentaban los filósofos clásicos?
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La política no es una profesión. Está bien que nos preocupemos por los actos de nuestros representantes públicos y que, como ciudadanía, pidamos que rindan cuentas ante la manipulación, la corrupción, la desigualdad o el desdén ante la protección de los derechos fundamentales. Pero no podemos olvidar que la política es un proyecto colectivo que nos incumbe a todas las personas, pues nadie puede vivir al margen de la comunidad y de los otros. Se puede hacer política en el trabajo, la escuela, el barrio, la pandilla o hasta en el grupo de crossfit. Tan solo se trata de mejorar en algo la vida de quienes conforman esos grupos, ese pequeño mundo. La polarización de los representantes públicos ha creado más distancia entre ciudadanos, no dejemos que sus efectos barran la conciencia colectiva.
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