Es agosto de 1958. Un reconocido, aunque todavía no consagrado como escritor universal, Camilo José Cela escribe, con cierto desánimo, desde la habitación del hotel Mont-Fleury de Cannes, en Francia. Ha llegado a la ciudad con el objeto de encontrarse con Picasso, instalado desde su exilio en el sur del país galo, pero sus primeros pasos han sido infructuosos. Los comparte con su, en ese momento, esposa, Rosario Conde -Charo-, a quien dirige varias misivas, escritas todas ellas desde el habitáculo que ocupa en la Costa Azul: «Me parece que soy un imbécil y que mi viaje va a terminar en estrepitoso fracaso», le cuenta con abatimiento.
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No ocurriría así, pero los primeros días de Cela en Cannes no daban pistas de un mejor destino. El autor de 'La colmena', 'La catira' y 'La familia de Pascual Duarte', obras que el a la postre Nobel de Literatura, premio que la Academia Sueca le concedió en 1989, ya había publicado por entonces con gran elogio de la crítica, llegó al sur de Francia abrazado a la idea de reunirse con el pintor malagueño, a quien pensaba dedicarle un número extraordinario de la revista literaria 'Papeles Son Armadans', de la que Cela (Iria Flavia, La Coruña 1916- Madrid, 2002) era director. El encuentro, aunque no fue fácil, terminó produciéndose. Fue el inicio de una relación afectiva que no se rompería hasta el final de los días del pintor, en 1973.
'Picasso-Cela. Historia de una amistad', exposición que desde el pasado julio y hasta el 11 de noviembre se puede disfrutar en el Museo Regional de Arte Moderno (Muram), en Cartagena, es el relato material de ese vínculo personal que durante años unió a ambos creadores. En torno a un centenar de documentos, a los que se suman linóleos, ceras, cerámicas y fotografías, entre otros, atestiguan el diálogo fluido y constante que mantuvieron, en gran parte por correspondencia, el pintor y el escritor. Todo este material, salvo las imágenes íntimas que ilustran la muestra, cedidas para esta ocasión por la Fundación Charo Conde y Camilo José Cela (CJC), pertenecen a la colección personal del artista muleño Cristóbal Gabarrón, y han sido prestadas al Muram por la fundación que lleva el nombre del escultor. El conjunto es, afirma Juan García Sandoval, conservador de museos y comisario de esta exposición, una compilación «muy importante» que aglutina piezas de «enorme valor», como, pone de ejemplo, las cerámicas blancas -un total de nueve- que exhibe la muestra, y que son, añade el comisario, «una maravilla».
A ellas hay que añadir una relación de ocho ceras de color realizadas por Picasso en 1961, dos de las cuales están dedicadas a la familia Cela-Conde: «Para Charo» y «Para Camilo José II»; y los tres libros publicados por ambos, fruto de sendas colaboraciones, en las que unieron sus talentos. Estas están materializadas en 'Trozo de piel' (1959), el primero de los libros editados. En él, el pintor y el escritor intercambian oficios, y presentan una obra con poemas de Picasso y una ilustración de Cela. Los otros dos libros, ya sí, llevan la firma literaria del gallego y la huella pictórica del malagueño. Se trata de 'Dibujos y escritos' (1961) y 'Gavilla de fábulas sin amor' (1962), que incluye 36 ilustraciones elaboradas por Picasso.
Los tres se pueden contemplar en la muestra del Muram, cuya importancia y singularidad, destaca García Sandoval, se basan en la exposición de una gran cantidad de material hasta ahora «inédito», como son las cartas que Cela envió al pintor y aquellas que la esposa de este, Jacqueline Roque, remitió al matrimonio Cela-Conde, de parte del malagueño.
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En la relación de amistad entre el pintor y el escritor, sostiene García Sandoval, tuvieron un papel «fundamental» las mujeres de ambos. Picasso, relata el comisario, «tenía un cordón de seguridad que era Jacqueline. Ella decidía quién veía a Picasso y quién no, y era quien mantenía la correspondencia con el exterior. Es por eso -añade- por lo que todas las cartas vienen firmadas por ella».
Ese difícil acceso a Picasso se ve reflejado en las misivas que Cela envía a Charo desde su habitación en el hotel Mont-Fleury aquel agosto de 1958: «Ante mi fracaso de ayer, hoy me presenté por las buenas en casa de Picasso [...]. Me costó mucho trabajo que me abrieran la puerta. Con la portera no me entendí, pero salió un fotógrafo norteamericano que, tras dudarlo mucho, me dejó entrar e incluso se hizo amigo mío. Picasso dormía y Jacqueline había ido al dentista. Mala suerte».
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Rosario Conde, por su parte, era la encargada de redactar las cartas de Cela: «Él se las dicta y es Rosario quien las escribe a máquina. Lo hace así, precisamente, para que Jacqueline pueda leerlas mejor».
A pesar de los obstáculos iniciales, la amistad entre Picasso y Cela fue «plena», asegura García Sandoval. «Picasso era un seductor, y desde su primer encuentro ambos establecieron un juego de seducción recíproco. ¿Cómo logra Cela, un gallego obstinado, y además, bastante rudo, seducir a Picasso? Lo hace con la palabra escrita. La relación entre ambos -apunta García Sandoval- es una relación de respeto mutuo y de admiración».
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La correspondencia y las fotografías incluidas en la muestra reflejan, destaca el comisario, ese lazo de admiración y respeto. Se recogen cartas de trabajo, la mayoría referentes a los proyectos literarios que tenían entre manos, pero también notas personales en las que se felicitan aniversarios y se interrogan por sus respectivos estados de salud. En noviembre de 1962 Cela escribe: «Mis queridos Pablo y Jacqueline, os agradezco muy de veras vuestro interés por mi salud. Ya estoy bien -los gallegos somos duros de pelar-, e incluso he podido ir a Barcelona, a pronunciar unas palabras...». En otra misiva, redacta, esta vez a mano: «Emocionado ante tus gloriosos noventa años. Os abraza a Jacqueline y a ti vuestro muy leal Camilo José», en 1971.
Estas cartas, todas ellas pertenecientes a la colección Gabarrón, se conservan, explica García Sandoval, debido al celo del autor gallego por su obra, quien «hacía siempre una copia» de aquello que escribía. Hoy dan cuenta de una relación de amistad aún «muy desconocida», dado que se trata de documentos que hasta ahora «no se habían puesto a disposición del público». Que se puedan ver en Murcia, y además de forma inédita, es un «lujo». La muestra, confirma Cris Gabarrón, presidente de la Fundación Cristóbal Gabarrón, se verá en el futuro en otras ciudades españolas y europeas: «Hay muchos museos interesados», asegura.
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La inclinación de su padre por Picasso, cuya obra comenzó a coleccionar de joven, parte del deseo de conocimiento y estudio de la obra del malagueño. «Los artistas, en general, son seres sensibles a cualquier tipo de expresión, y Picasso era un gran expresionista con una personalidad muy fuerte. Esto a mi padre le llamó la atención», anota Cris Gabarrón. El pintor, corrobora el propio creador, «no solo es un referente para los artistas. En aquella época, representa la libertad, y eso lo hacía un personaje a quien admirar», afirma Cristóbal Gabarrón a 'La Verdad'. Cela es también, admite el artista, un personaje «libre», y el encargado de hacer cierta una máxima: «El que resiste gana», clave en el relato de esta exposición, ya que es «la persistencia del premio Nobel en conocer a Picasso lo que da inicio a la posterior amistad».
La colección de un artista, cree el hijo del pintor y escultor muleño, facilita «pistas» sobre su obra. Y en este sentido, Picasso, confirma García Sandoval, ha ejercido una importante influencia en Gabarrón al igual que en otros muchos artistas. «Picasso -subraya- reinventó todos los estilos, pero al final lo que trabaja son las formas universales. Y si te adentras en la obra de Gabarrón, te das cuenta de que también él trabaja las formas universales», concluye.
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