Las personas de letras buscamos en el pasado las soluciones del futuro. Robert Bloch nos advirtió –y nos lo recuerda Claudio Magris– que en el ... pasado se halla el murmullo del futuro. Giovanni Boccaccio describe, al comienzo del 'Decamerón', la peste que él mismo vivió en Florencia en 1348. El primer capítulo debería ser de lectura obligatoria.
Publicidad
Al alcanzarnos duramente el virus que nos rodea en la primera oleada, nos pusimos lógicamente en manos de los sanitarios, olvidando que no les apoyamos en sus reivindicaciones, después recurrimos a las tecnologías. En ningún momento se nos pasó por la imaginación preguntar a las personas de letras. Poco importa que los historiadores advirtieran de que hace un siglo la segunda oleada, de la mal llamada gripe española, mató a más personas que la primera.
Este verano Flavio Briatore se quejaba de las críticas por tener abierta su lujosa discoteca Billionaire Porto Cervo en Cerdeña. En otros lugares, el debate era si las discotecas debían cerrar a la una o a las cinco de la madrugada, polémica parecida volverá para las próximas navidades. Briatore, junto a su amigo Berlusconi, terminó en el hospital.
Ciertamente, hay una diferencia abismal entre la Florencia del siglo XIV y nuestra sociedad de hoy, con sus hospitales, con la generosidad de colectivos sanitarios, del transporte, de la alimentación y de las fuerzas del Estado, con miles de voluntarios dispuestos a socorrer, evitando que se produzca el desmembramiento del cuerpo social, tal y como nos narra Boccaccio. Pero hay mucho en común con aquella sociedad aparentemente tan lejana.
Publicidad
Ya entonces la enfermedad provenía de Oriente y nadie le hizo caso hasta que llamó a nuestra puerta, «prosiguió, devastadora, hacia Occidente, extendiéndose de continuo», narra Boccaccio. Cuando llegó, no se sabía muy bien el modo de atender a los enfermos, la forma de enfrentarse a ella, y añade: «Para curar tal enfermedad no parecían servir ni consejos de médicos ni mérito de medicina alguna, bien porque la naturaleza del mal no lo consintiera, o bien porque se escapase el origen del daño y el modo de atajarlo».
La gente seguía haciendo su vida normal, interrelacionándose: «Adquirió aquella peste mayor fuerza porque los enfermos la transmitían a los sanos al comunicarse con ellos, como el fuego a las cosas secas o empapadas, que se le acercan mucho». Al final, la situación provocó miedo y crueldad en las personas, «al alejarse de los enfermos y de sus casas, con lo que creían adquirir salud».
Publicidad
Frente a la enfermedad, estaban los que se encerraron, los que decidieron salir y excederse en el beber y el desenfreno, y los que optaron por ponerse ungüentos o flores en la nariz «para combatir el aire fétido» y hacer como si no pasara nada, negando la evidencia.
La falta de auxilio a los ancianos les llevó a la muerte: «Aconteció la muerte de muchos que se hubiesen salvado de ser atendidos, por lo que, entre la falta de servicios que los enfermos no recibían, más la fuerza de la pestilencia, era mucha la multitud de los que en la ciudad morían día y noche».
Publicidad
Y nos habla Boccaccio de la soledad de esa muerte, «de suerte que no solo morían sin testigos, y eran muy pocos los que gozaban de las piadosas quejas y amargas lágrimas de sus familiares». Y recuerda la abundancia de cadáveres, imposible tener un sepelio digno: «Se hicieron en los cementerios de los templos, llenos en su mayoría, grandísimas fosas, en las cuales se metían a centenares los recién llegados, estibándolos como mercancías en las naves, muy juntos y con poca tierra encima, hasta llegar a la superficie». Imágenes de este año, de Nueva York o de Brasil, lo confirman siglos más tarde.
Y los barrios más populosos sufrían en su interior la enfermedad que los corroe, aumentada por la pobreza: «La gente de poca categoría, y mucha de mediana, sufrían aún más cúmulo de miserias, porque la mayoría, retenidos en sus casas por la esperanza o por la pobreza, sin salir de sus vecindades, enfermaban a millares todos los días y, no siendo atendidos ni servidos en cosa alguna, morían casi sin remedio».
Publicidad
La televisión, no sabemos si nos habla de hoy o del año 1348. Y todo ello porque, como escribió Maquiavelo en 'El Príncipe', «los hombres son ingratos, volubles, huyen del peligro, codician las ganancias». De ese material está hecho el ser humano, aunque afortunadamente también de generosidad y altruismo. Y solo esto último puede salvarnos.
Apoyar económicamente a los sectores más golpeados, actuar reconociendo los errores del verano, solo así evitaremos esa ola interminable que nos espera agazapada en un rincón de enero. Aprendamos y estudiemos el pasado y que el sentido común sea la mejor herramienta y la mejor medicina.
El mundo cambia, LA VERDAD permanece: 3 meses x 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La explicación al estruendo que sobresaltó a Valladolid en la noche del lunes
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.