
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A medio camino entre la autoayuda y el ensayo, el psicólogo clínico, psicoterapeuta y profesor asociado de la UMU Pedro Jara (Ceutí, 1966) propone, en 'Emociones fósiles' (Aguilar), «un enfoque revolucionario sobre las emociones: hacia la extinción de la rabia y la culpa». En este, su quinto libro, desmiente algunos de los mitos más extendidos sobre el enfado y la culpa y explica cómo generamos la ira. Lo que propone después es tomar acción y emprender un camino nada sencillo, sin soluciones mágicas e instantáneas, hacia la eliminación de esta emoción.
Temática Psicología.
Editorial Aguilar.
Autor Pedro Jara.
Precio 20 euros.
«Dirigirnos hacia la extinción de la rabia y la culpa no es una manera de volvernos seres insensibles, fríos, ni psicopáticos, sino de encarar de una manera mucho más madura nuestras dificultades y nuestros conflictos. Parecería, según nuestro modelo cultural, que si no nos enfadamos por ciertas cosas, es que no tenemos sangre, es que somos tibios, pasivos, débiles, es que nos da todo igual... y que si no nos culpabilizamos por ciertos errores o ciertos hechos es que somos poco menos que psicópatas. Estos son auténticas falacias», asegura.
Pedro Jara conversará sobre su libro con la periodista Carmen Castelo el próximo jueves 20 de febrero, a las 19.30 horas, en el Centro Cultural Puertas de Castilla de Murcia.
-¿Cuándo decidió que quería ser psicólogo?
-Hace 36 años que acabé la carrera, o sea que ya ni me acuerdo de cómo lo decidí, la verdad. Pero tengo claro que es algo no solo vocacional, sino que está en mi interior. Mi forma de realizarme es desarrollar la psicología. Soy psicólogo por naturaleza, entonces creo cada vez más que no podría haber sido otra cosa.
-¿Qué es lo que le convierte en un psicólogo por naturaleza?
-Ya desde niño tenía una curiosidad tremenda e inusual por observar a los mayores, sus conversaciones, sus mecanismos de relación, sus conflictos. Además, dentro de esa división que se hace actualmente entre los tipos de inteligencia, yo tengo claro que para lo que más dotado estoy es para lo que llamamos inteligencia intrapersonal. Es decir, nuestra capacidad de introspección. Creo que se me da bien observar mis propios procesos mentales. Desarrollar el autoconocimiento es un proceso individual e intransferible que tenemos que estimular para que cada persona lo lleve a cabo. Desde mi propio autoconocimiento, además del conocimiento, lógicamente, científico de mi profesión, va emergiendo todo lo que he escrito.
-¿Diría que hoy en día la gente no se conoce?
-Más importante que la libertad, de la que tanto se habla últimamente, es el conocimiento y, dentro de ello, el autoconocimiento. A un psicópata le das libertad y se dedica a pisotear a todo el mundo abiertamente. Yo hablo repetidamente en mi libro de la profunda necesidad que tenemos de hacer un progreso interior. Una evolución en la conciencia, que es la única que no ha ocurrido a lo largo de la historia del ser humano. Hemos evolucionado tecnológicamente, socialmente, culturalmente, pero no ha habido un verdadero progreso interior. No hay otra forma, lo tengo clarísimo, de sanear el mundo y de sanear la sociedad que haciendo una transformación interior persona a persona. Personas insanas no pueden crear un mundo sano. Un buen edificio no se puede hacer con material malo. Ese trabajo individual, personal e intransferible que tiene que ver con estimular procesos de introspección, de gestión emocional, de evolución emocional, está totalmente descuidado. Decía José Emilio Pacheco que somos niños envejecidos, hoy hay quien habla de niños grandes. Yo lo matizaría de otra manera, creo que somos, en general, niños amplificados.
-¿Por qué somos niños amplificados?
-Porque las cosas buenas y malas de los niños las tenemos amplificadas de adultos. Hay un cambio en la escala y el contenido de nuestra torpeza, pero no un verdadero cambio estructural. El niño cree en el Ratoncito Pérez, el adulto cree en doctrinas de toda clase. Los niños se tiran pedradas y se dan empujones, los adultos nos tiramos bombas y nos damos puñaladas. El niño se autoengaña en niveles que nos parecen inocentes, el adulto se autoengaña en niveles realmente conflictivos. Pero no hay una verdadera maduración del individuo. Y sin esa maduración, que pasa por el autoconocimiento, nos dedicamos en el proceso a reordenar la basura, pero no a hacer una verdadera transformación estructural.
-¿En ningún periodo histórico el ser humano ha mirado más a su interior que ahora?
-Globalmente yo tengo la impresión de que no. A veces idealizamos otras culturas pero, realmente, yo parto, precisamente, de que no hay una verdadera evolución de la conciencia globalmente. No estamos ni mejor ni peor en esencia que en los principios de nuestra historia. A menudo se habla, dentro de la cultura liberal actual, de que todo el progreso tecnológico, medicinal, etcétera, que hemos tenido, hace que la sociedad actual viva mejor que en el pasado. Yo esto lo cuestiono absolutamente. Creo que, simplemente, vivimos diferente, pero no somos, globalmente, ni más ni menos felices que al principio de nuestra historia. Y al final, el sentido profundo de todo es que consigamos la reducción del sufrimiento más generalizada y global. Claro que aparentemente estamos mejor en muchas cosas, pero también estamos peor en muchas otras. Por ejemplo, estamos más cerca que nunca del caos climático. Sigue habiendo guerras, sigue habiendo hambre.
En tragos cortos
Los psicofármacos La farmacología es necesaria, evidentemente, en muchísimas situaciones. Yo no niego el valor de los antidepresivos, ni de la farmacología en general, pero sí es cierto que hay un abuso tremendo de ellos en la sociedad. Igual que hay una excesiva individualización en el problema de la salud mental, hay una excesiva medicalización porque es lo rápido, porque es lo inmediato, pero es otra forma de huir del abordaje profundo de la causa del sufrimiento humano. ¿La medicación es necesaria en muchos casos? Clarísimamente, sí. Sin embargo, ¿se abusa de ella? Absolutamente. Hay un abuso en el tipo de medicaciones que se dan, en la duración con la que se aplican, y en la cantidad de pacientes a los que se les aplica. Es como si se hubiera patologizado todo el dolor humano, cuando en realidad el dolor humano es inevitable.
-¿Por qué la rabia y la culpa son emociones fósiles?
-El tema central de este libro es la rabia, el enfado. La culpa debemos entenderla como una rabia hacia uno mismo. Es una actitud de autoenfado. Estas emociones las califico como fósiles vivientes, emociones literalmente cavernícolas, porque son la punta del iceberg. Cuando tiras de ella tocas y desvelas otras muchas emociones y estructuras psicológicas. A través de trabajar hacia la extinción de la rabia y la culpa, estás trabajando en un cambio muy integral del ser humano. Y por eso me parece particularmente importante. Es imposible dirigirnos hacia la extinción de la rabia y la culpa sin entrar profundamente en los mecanismos del miedo, de la tristeza, de la frustración, de la pena, sin hablar de la autoestima verdadera, incondicional, sin hablar del apego a creencias y autoengaños, de los procesos de empatía... Me parece una palanca de cambio privilegiada de las emociones. La extinción de la rabia y la culpa llevaría hacia la extinción, también, de otros sentimientos, como la soberbia, la envidia y los celos. Emociones que el ser humano considera naturales e inevitables pero que no lo son. Cuando hablo de la rabia, hablo tanto de la expresada como de la contenida.
-¿Usted no siente rabia?
-Yo, desde hace 30 años, no recuerdo esos sentimientos. Evidentemente esto no ha sido siempre así, sino que es fruto de mi propio trabajo personal y de ser coherente con lo que transmito. Y si lo he conseguido yo, es que se puede conseguir. Pero el quid de la cuestión es conocer los procesos para dejar de generar estas emociones. Contra lo que la propia psicología oficial suele transmitir, lo que yo estoy sosteniendo es que siempre se habla de la rabia como una emoción primaria, básica y, por tanto, inevitable. Y eso solo es cierto ante agresiones o amenazas de tipo físico, porque requieren de nosotros un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, pero no ante la agresión o la amenaza de tipo psicológico, social, que es la ampliamente dominante en el mundo moderno, y ante las cuales la rabia no es una emoción natural ni inevitable, sino opcional.
-Según define, en su libro realiza «un enfoque revolucionario sobre las emociones». ¿Por qué no abundan enfoques como el suyo en el ámbito de la psicología?
-Creo que porque en muchísimos aspectos vivimos de espaldas al conocimiento. Y porque la verdadera transformación personal es dolorosa. El ser humano es naturalmente cortoplacista y egocéntrico. El problema es que en el mundo que hemos creado, nuestra mente naturalmente cortoplacista y egocéntrica tiene efecto en nosotros. Nos hemos construido un mundo y un tipo de sociedad, de tecnología, que se nos queda grande para nuestra estructura mental. Decía Edward O. Wilson: «El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones del paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso». O hacemos que evolucionen nuestras emociones para gestionar el mundo de otra manera o, como niños amplificados que somos, vivimos una actitud de infantilismo absoluto, de cortoplacismo, de capricho y de inconsciencia.
-¿Qué opina sobre el mensaje que lanzan profesionales superventas como Marian Rojas Estapé y Rafael Santandreu?
-Sin personalizar, porque yo no conozco, obviamente, a nivel individual, a este tipo de grandes influencers de la autoayuda, voy a decir algo poco popular: cualquier formación, cualquier libro, cualquier trabajo, curso, etcétera, que tenga un verdadero y profundo potencial de transformación personal, difícilmente puede ser mayoritario, precisamente porque va asociado al dolor. Generalmente, lo que es muy popular, lo que corre rápido como la pólvora y lo que encandila a la mayoría de la población suele ser bastante simplista y superficial. Y eso hace lógico que aquellos instrumentos y herramientas que tienen mayor poder de transformación no sean precisamente mayoritarios. Es una triste paradoja.
-¿La salud mental está de moda?
-El problema es que todo lo que se pone de moda pasa de moda. Y estas cosas no se pueden entender como una moda. Tenemos que meter mano a los grandes procesos sociales, a los grandes contextos laborales, económicos, culturales y relacionales en los que nos movemos. Si no entramos en un cambio sistémico, nunca vamos a hablar de salud mental. Hablamos de progreso pero cada vez hay más suicidios, cada vez hay más depresión, cada vez hay más psicopatología y cada vez los niños y los adolescentes tienen más problemas emocionales. Eso también es el resultado del progreso, ¿no? Y si el progreso no sirve para pacificar nuestra mente y nuestro corazón, para reducir el sufrimiento, como decía, ¿para qué sirve? No podemos individualizar el problema de la salud mental y creer que se soluciona poniendo más psicólogos, más psiquiatras o haciendo más cursos en los institutos para el equilibrio emocional de los niños mientras, por otro lado, seguimos construyendo un mundo que ha atentado contra las necesidades y capacidades naturales del ser humano. Tenemos unas capacidades y unas necesidades naturales que vienen de fábrica y una gran estructura de vida que no sirve adecuadamente a esa necesidad de discapacidad del ser humano. Y ahí solo puedes sufrir una psicopatología.
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