Para seguir un rastro se necesitan los siguientes elementos: una nariz, a poder ser equipada con un mecanismo eficaz, un olor que destaque sobre el ... resto y hambre (sustituible, si no se tiene, por otra pulsión de similar poder sobre la urgencia) para que el cuerpo obedezca al estímulo. Hace falta, eso sí, poquísimo para perder de vista lo que hace apenas un segundo tenías a golpe de zarpazo. Es por eso que mientras se disfruta de la carne entre los dientes, y el mundo parece entonces reducir la marcha, conviene moderar la frecuencia de respiración para ser consciente de que pudiendo no ser, está siendo.

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La de Rodrigo Cortés ha sido, en todo lo que logra abarcar mi memoria reciente, una voz en la que me he refugiado y en la que he encontrado siempre mapas, pero nunca tesoros. Y es que en un mundo que lo necesita todo para ayer, el salmantino abre puertas que no prometen más que un camino largo; suave y sofisticado en las formas, pero implacable y sin concesiones en el fondo.

No hace tanto, Rodrigo era «el de 'Buried'», pero hoy se le reconoce como director, guionista, montador, escritor, divulgador, músico y una de las mentes más pegajosas de este país. Si el mismo Cortés habla de toda obra como una improbabilidad estadística por definición, lo suyo debería ser catalogado directamente como un milagro. Desde que nos entregó 'Los años extraordinarios', no ha dejado de parir obras a las que uno siente la necesidad de volver quince minutos después de haber acabado con ellas. Cosa que, huelga decir, no acostumbra a pasar en un panorama cultural donde se tiende al sándwich de máquina antes que al puchero de la abuela.

He vivido tres años (desde 2021 hasta hoy mismo) en una mente que no era la mía. Los meses pares los he dedicado a ser Jaime Fanjul, en los inviernos sobreviví al gueto en el que dejé el corazón congelado con la esperanza de que fuese pisoteado por pies que aplauden, en verano –claro– fui un niño con un pala a la orilla del mar, un viejo que le cuenta a su nieta una historia que aprendió de su hija en una tarde de otoño y casi todo el tiempo alguien –o quizá sería más propio decir «algo»–, que no sabe si entrar saliendo o salir entrando.

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Rodrigo habla de la vida como se habla de las cosas que importan, de vivir sin obligación a réplica, de la verdad como una cortina de humo y de la realidad como un territorio por conquistar del que sabemos poco y recorremos como si fuera nuestro. 'Los años extraordinarios', 'El amor en su lugar', 'Verbolario', 'Cuentos telúricos' y 'Escape' son la consagración de un pulso creativo superdotado que vive subyugado al instinto poético, al humor como único asidero moral y a la perspectiva del que habita este mundo con un pie dentro y otro fuera. Yo no sé si esto debería o no recibir premios y contar nominaciones por decenas –yo qué voy a saber–, pero la quinta vez que uno se encuentra desgarrando fibras con los colmillos, no puede más que sentarse a las puertas de la muralla con la confianza de que un día escuchará al mar llegar y lo arrastrará bien adentro.

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