Después de Dios y el sexo, el conflicto constituye uno de los temas que más interés ha despertado en el pensamiento del ser humano. Así lo creían Schmidt y Tannenbaum (2005): difícilmente podemos entender la humanidad sin la conflictividad y la violencia. A excepción de ... las contradicciones personales, el conflicto se origina por la presencia de otro u otros. Los enfrentamientos entre personas y grupos están presentes desde el Paleolítico hasta el siglo XXI. Las hazañas bélicas se cuelan en las mitologías, así como en textos tan remotos como el Antiguo Testamento o la Ilíada. No podemos acabar con el conflicto sin abolir antes al hombre.
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Aunque muchos compartamos con Kant su anhelo de la paz perpetua, ya sea entre estados o individuos, lo cierto es que la evidencia científica nos advierte que como especie, no podemos disociarnos de nuestra tendencia al odio y la agresión (Dozier, 2003). Ante ello, toda cultura crea códigos normativos para el manejo y control de la agresividad. Las formas de resolver las situaciones conflictivas perfilan los límites sociales y la identidad cultural. En la mayoría de sociedades, las reglas están claras y, sin embargo, los medios, los contextos sociales y las relaciones interpersonales revelan que el pacifismo se resiste en nuestra cultura. ¿Acaso el pacifismo muestra signos de desgaste como aspiración social?
Con internet y las redes sociales, la violencia ha adquirido otras expresiones y consecuencias. El acoso en línea se caracteriza por el anonimato, la desinhibición y la asincronía de las agresiones (Jablonska y Polkowski, 2018). Los 'trolls', los 'haters' y los 'bullies' son ya parte del día a día de muchos usuarios de plataformas 'online'. Es cierto que todos hemos caído en el señalamiento vacuo y en el ninguneo alguna vez. Pero lo que nos diferencia a unos de otros es la autogestión de la ira, la responsabilidad de las propias acciones y la repetición (o no) de la conducta hostil. Para los odiadores profesionales, sobrados de superioridad moral y exentos de crítica constructiva, la provocación, el hostigamiento y el menosprecio constituyen una fuente de placer y un estilo de relación en el mundo digital.
Una reciente investigación en BYU publicada en la revista 'Social Media and Society' apunta que las personas que tienen «rasgos de personalidad de la Tríada Oscura» (incluidos el narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo) tienen más probabilidades de ser 'trolls' en las redes sociales. Las personas que tienden a participar en el 'troleo' no están preocupadas por cómo sus palabras o acciones afectan a quienes están al otro lado de la pantalla. Tampoco están interesadas por crear una experiencia en línea positiva y segura. No experimentan la empatía cognitiva. Lo que buscan es alterar el orden social con comentarios de odio, insultos y amenazas.
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Lo que muchos creíamos que eran personas frustradas y que buscaban simplemente llamar la atención, son en realidad auténticos psicópatas que disfrutan con la violencia en línea. La misma investigación señalaba que las mujeres que participaron en la encuesta consideraron el 'trolling' (también conocido como trolear) como disfuncional, mientras que los varones tenían más probabilidades de verlo como funcional. Una vez más, se pone sobre la mesa que si bien la violencia no tiene género, el género sí está relacionado con la violencia.
No cabría esperar un cambio de actitud en quien respira a través de la ira. Donde la actitud resulta francamente determinista, se hace muy complicado que exista la posibilidad de cambio. No quiero sonar dramática o apocalíptica, pero las redes sociales se han convertido en un nicho del neoconservadurismo y el extremismo: se confunde libertad de expresión con abuso y libertinaje moral. Es importante que como sociedad tomemos decisiones cívicas para protegernos. Una cultura de paz realista debe reivindicarse e implicar a su vez a las redes sociales. Es fundamental inculcar a las nuevas generaciones el debate constructivo, el respeto a la diversidad y la negociación de intereses. Pero, asimismo, es urgente ser tajantes con quienes hoy se pasan de la raya y creen que mola odiar para ser visto.
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