Nunca ha sido el cine la más barata de las artes. Hasta ahí todos de acuerdo. No solo la producción era costosa o la cantidad de gente y sueldos numerosísima, además, el riesgo de que una mala distribución o una mala crítica dieran al traste con la carrera de una película era sin duda el material con el que se tejían las pesadillas de productores, directores y actores. Eso era antes. Eso era cuando el cine era un sitio bonito y oscuro al que íbamos a pasar las tardes, a quedar con las novias o emocionarnos con amigos mientras gastábamos parte de la paga. Desde que el cine se vendió a las plataformas los conceptos han cambiado, y la magia que nos proporcionaba también. Byung Chul Han habla en varios ensayos sobre el vacío del nuevo ocio, y la maratón de series a la que nos hemos acostumbrado. Y ahí perdemos el cine como lo conocíamos.
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Cuando decidimos que tenerlo todo era mejor que tener lo que buscábamos, cuando nos hicieron elegir series largas contra historias concretas, perdimos la magia de la imaginación. Y el cine es imaginación. No me voy a poner apocalíptico ni vengo a hacer un discurso antiseries, y además voy a intentar centrarme en cómo las nuevas generaciones intentan llegar al cine. Perdida la batalla de la capacidad de atención, nuestras cerebros están obviamente más preparados para la lenta catarata de imágenes que para la concentración que exige una narración de 90 minutos en la que tienes que descubrir (público activo, esa entelequia del pasado) a los personajes, sus formas, sus tramas, sus historias, y rellenar con tu propia mirada los huecos que te proponen. Hemos cambiado un cine impresionista (desde el punto de vista de que necesitamos de nuestra imaginación para montar las imágenes) por una especie de narración discursiva, naturalista hasta el extremo y exenta de recovecos en la que lo que ves es lo que hay.
Estos artículos que escribo tienen que ver con cómo las artes vuelven al mundo después de la pandemia, cómo nos enfrentamos público y creadores a las distintas situaciones nuevas que se nos proponen. Pues bien, Deresiewicz habla en 'La muerte de un artista' de una situación parecida a la de la música, se dejan de vender VHS y DVDs de la misma forma que vinilos y CDs, pero aparece el 'streaming' que nos iba a salvar a todos. La diferencia radica en que mientras los músicos han aceptado el juego (sucio) del 'streaming' de «cobro poco pero es promoción para conciertos», el cine no tiene qué promocionar. Es el producto en sí mismo. No puede dejarse llevar por esa falsa idea de la promoción que me hace una plataforma que no me da ni un duro.
Por eso tal vez la piratería y las descargas golpearon todavía con más fuerza al cine que a la música. Y ahora comparemos gastos. Yo puedo hacer un disco en mi casa con un ordenador. Intente hacer usted una película solo en su casa. Verá que se complica bastante la cosa.
Otro aspecto es más obvio aún, mientras pintores y escritores podían funcionar en la pandemia durante horas en sus habitaciones, creando y creando, los directores de cine o actores tuvieron que lanzarse a las redes de una manera mucho menos clara, no todos los actores son monologuistas, no todos los directores pueden actuar, el cine es de todas las ramas de la creación la más coral y la que más necesita de personas comprometidas, pagadas y emocionadas. Pero ya pasó, estamos saliendo (cruzamos dedos) y ahora lo importante es mirar al futuro. Mientras volvemos a ponernos de pie la industria del cine se encuentra controlada por grandes corporaciones que se han asociado con las plataformas, y que pagan lo que quieren para rellenar contenido. Pagan «lo que quieren», para «rellenar» contenido. Estas son las palabras que se utilizan.
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Y es que el cine no se puede subvencionar de una manera solvente haciendo un 'crowdfunding'. Volvemos a un punto muerto. Si quiero hacer cine tengo que hablar con una plataforma, que tiene que apoyar un proyecto, que tiene que pagar. Al menos antes si conseguías el apoyo de una productora y distribuidora, la gente podía ir al cine a decidir si tu película era lo suficientemente interesante y el boca a boca, los festivales y los apoyos iban calando y haciéndose visibles.
En cambio, ahora solo vemos lo que las plataformas deciden que veamos. Di lo que quieras, ves lo que te ponen, y por lo tanto el juego está cerrado. Así que antes de tirarnos de los pelos y dejar de pagar suscripciones, yo propongo un plan al que muchos tal vez no estén acostumbrados. El cine comercial está lleno de cosas muy bien publicitadas y de otras menos. Pero vayan al cine. Un día. Entre semana. Solos. Prueben. Debe hacer mucho que no van. Han sido años duros y cada vez hay menos salas en las que entrar. Pero en serio, vayan un día. Cancelen todo. Dejen el móvil apagado. Entren a un cine. La película que quieran. Y déjense llevar por la increíble magia de no tener nada más alrededor. Solo silencio, oscuridad, y una luz en la que unas imágenes le cuentan una historia. No piense en nada más.
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Tal vez así, poco a poco, un día recuperemos aquello de la magia del cine. Y sea emocionante y pelopúntico sentarse en un sillón, lejos del hogar, en una ciudad cualquiera, a que nos cuenten una historia. Con total atención. Con delectación y tiempo. Huyamos de las cataratas, de las series para pasar la resaca, de la falta de entusiasmo, del consumo pasajero.
Tal vez así, dentro de un tiempo, la vuelta postpandemia del cine haya sido por fin eso, la vuelta al Cine. Con una mayúscula al principio, ese sitio hermoso y místico en el que los sentimientos afloraban, y la risa, la pasión y las lágrimas vivían tranquilas y a sus anchas. Lázaro, levántate y anda (al cine).
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