DALL-E (un nanosegundo en el metaverso).

Un nanosegundo en el metaverso

Mesa para cinco ·

De la propiedad física de la obra no se infiere la posesión de los derechos intelectuales ni su libre disposición; lo intangible tiene una existencia real que suele afectar de manera extraña al mercado

Domingo, 2 de octubre 2022, 08:48

Suelo comenzar este espacio con alguna anécdota personal relacionada con el contenido. En este caso, mi texto emula el caos vital de estas últimas semanas, ... en las que he tenido que conjugar roles muy heterogéneos, y se debe entender como una amalgama de ciertos titulares del mundo del arte y la cultura visual.

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Un día como hoy, el 2 de octubre de 1968, Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, pronunciaba estas palabras en el encabezamiento de la manifestación en defensa de la autonomía universitaria en la Ciudad de México: «Atacan la universidad porque discrepamos. Viva la discrepancia, que es el espíritu de la universidad». Por desgracia, la era de la discrepancia se inició con la Masacre de Tlatelolco.

Hace unos días, un coleccionista también mexicano –venido a 'performer'– quemó 'Fantasmones siniestros' (1944), un dibujo original de Frida Kahlo valorado en 10 millones de dólares, no sin antes crear 10.000 NFTs con los que supuestamente superará su inversión inicial, y cuyos beneficios «serán donados» a diferentes organizaciones. A mí este tipo de experimentos me producen cierta simpatía porque suelen enfadar mucho y porque subrayan la fugacidad del arte. Aunque la 'cremà' no ha podido ser más cutre –con una copa de cóctel a modo de catafalco–, en principio, Martín Morabak era el legítimo propietario y estaba en su derecho de hacer lo que considerara oportuno, como el ridículo, 'virtualizar' o colectivizar la obra. O no. Porque resulta que en México toda obra de Frida Kahlo está considerada monumento artístico y su destrucción es constitutiva de delito. Ya tenemos al arte tropezando de nuevo con la Justicia.

Quien ha trabajado con profusión el concepto de monumento, su simbología, ha sido Rogelio López Cuenca, Premio Nacional de las Artes 2022

Quien ha trabajado con profusión el concepto de monumento, su simbología y su capacidad para ser utilizado fuera del ámbito de lo artístico ha sido Rogelio López Cuenca (Málaga, 1959), que acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de las Artes 2022. Me pregunto si rechazará los 30.000 euros del premio, en coherencia con su lucha contra las inercias del mercado del arte y los abusos de la institución, como ya hizo Santiago Sierra en 2010. Me enorgullece decir –ejem– que en el jurado ha estado mi colega Isabel Tejeda.

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Yo también he formado parte de varios jurados esta semana, a escala local, eso sí, tanto en el CreaMurcia como en el II Concurso Fotográfico sobre Violencia de Género de la Universidad de Murcia. Y este último ha sido de los más complejos a los que me he enfrentado. A la postre, gracias al buen hacer de mis compañeros, creo que lo pudimos resolver, pero qué delicado es este asunto; la mayor parte de las imágenes me resultaban obvias y ofensivas, y creo que muchas de ellas son contraproducentes, ya que lejos de concienciar o prevenir, solo sirven para banalizar la violencia o victimizar. Habría que repensarlo.

El jurado que ya no se volverá a convocar es el del Premio Hugo Boss que desde 1996, y cada dos años, venía otorgando el Guggenheim. Ya nadie se hará con los 100.000 euros. La paradoja es que cuando los artistas tienen más dificultades para sobrevivir, el índice de precios del arte contemporáneo está en su máximo histórico tras haber aumentado un 400% en los últimos 20 años.

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Otra cruzada relacionada con el patrimonio y los legítimos propietarios de obras de arte es la que ha emprendido el Museo del Prado, que ha hecho público un listado de las obras incautadas en la Guerra Civil para iniciar un proceso de devolución. Es lo que toca: Nueva York también ha devuelto 19 millones de dólares en antigüedades robadas a Italia.

La protagonista de la semana, sin embargo, ha sido Tamara Falcó. Hace unos días veía en Netflix 'La marquesa' y me preguntaba el motivo por el que estarían pixelando –no hay nada como querer ocultar para señalar– lo que parecía un cuadro en el salón de la Preysler. Se trataba de una obra de Tapiès por la que la productora no quiso pagar derechos –entre 900 y 1.800 euros–. A mí me encantaría discrepar aquí con ciertos comportamientos de las sociedades de autores, aunque lo haría con miedo, porque cada vez es más arriesgado ir contra las corrientes hegemónicas.

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A la sazón, la propiedad de la obra física no conlleva la propiedad intelectual, ni el disfrute de los derechos de reproducción ni el derecho a hacer con ella lo que nos plazca. Lo material está quedando obsoleto y Zuckerberg ya está publicitando su universidad en el metaverso. Esperemos que ésta sí admita la discrepancia y la autonomía, y que dure algo más que el 'engagement' de Tamara, que nos ha regalado la mejor definición de fugacidad de la historia: «Un nanosegundo en el metaverso».

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