Con las manos frías, como si acabara, dice, de meterlas en un cubo de hielo, se sube Montserrat Martí (Barcelona, 1972) al escenario cada vez que actúa. No ha logrado despojarse del miedo que se aloja en su estómago antes de que se apaguen todas las luces; tampoco quiere: «El día que deje de tener miedo, comenzaré a asustarme», confiesa la soprano catalana, hija de dos voces privilegiadas: la de su madre, Montserrat Caballé, considerada una de las mejores intépretes líricas del siglo XX, y la de su padre, el tenor Bernabé Martí.
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Mañana volverá a sentir «miedo», al menos, eso espera -«si no, sería una máquina», afirma-. Martí actúa junto al barítono Luis Santana y el pianista Antonio López en el Auditorio Municipal de Calasparra. Ofrecerán -a partir de las 20.00 horas- un recital de ópera y zarzuela para el que las entradas están agotadas.
Dónde y cuándo: Sábado, a las 20.00 horas, en el Auditorio Municipal de Calasparra. Entradas agotadas.
«Es un programa que estamos haciendo por muchos rincones de España. Y gusta mucho, porque es muy variado: tiene canción italiana, ópera, zarzuela, y también canción española. Es un abanico muy amplio de música y compositores, y, bueno, con el maestro Antonio López y con Santana me siento como en familia, como si fuéramos hermanos. Nos divertimos mucho, y trabajar juntos es un placer; me siento muy a gusto», subraya la intérprete.
Su debut en los escenarios fue de la mano de la danza. Quiso ser bailarina y llegó a formar parte de la escuela del Ballet Nacional, en Madrid, pero una lesión le apartó de ese camino. Cuenta que empezó a estudiar canto pensando en que «me recuperaría, y que si alguna vez tenía que hacer un musical en el que debía cantar, me serviría». No se recuperó, de modo que la voz cobró protagonismo: «Ha sido mi trabajo y mi vida», confiesa.
Junto a su madre, fallecida el pasado octubre a los 85 años, ha actuado en varias ocasiones. Con ella, reconoce, «la responsabilidad era el doble de grande. Yo no podía equivocarme con alguien que estaba tan en primer nivel. Siempre me decía que no hubiera salido al escenario conmigo si no creyera que estaba preparada, porque eso le habría perjudicado, pero para mí era una responsabilidad, porque era una grande que estaba apostando por alguien pequeño, y no podía defraudar».
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De su madre aprendió, dice Martí, quien en Calasparra interpretará música de Gaetano Donizetti, Rossini, Mozart y Federico Moreno Torroba, entre otros, «el tesón, la entrega, el respeto al compositor, a la música, al trabajo, a no dejar un papel a medias, y, sobre todo, a no pensar que eres protagonista de lo que estás cantando, porque el verdadero genio es el compositor y tú un simple intérprete; claro que, ella, interpretaba la música como un genio».
También aprendió, prosigue, de su «bondad infinita, que yo intento aplicarme, aunque no sé si lo consigo. Lo que tenían mi padre y ella era amor puro, se querían de una manera que hoy se ve poco; yo, afortunadamente, lo tengo con mi marido. Para mí fue un ejemplo».
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En estos meses, señala, no ha parado de recibir el cariño del público. «A veces, de repente un desconocido te da un abrazo por la calle y te derrumbas, porque no siempre estás igual de fuerte, pero me gusta ver cómo la gente también la quería». Se subió al escenario apenas dos semanas después del funeral. Fueron «conciertos difíciles», recuerda, «pero sentí una fuerza especial, y lo cierto es que me siento muy fuerte en el escenario. No sé si ella está conmigo».
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