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Joan Manuel Serrat durante su concierto en la plaza de toros de Murcia anoche. VICENTE VICÉNS / AGM

Un punto de encuentro llamado Serrat

Joan Manuel Serrat firma en Murcia un maravilloso concierto donde emocionó con muchas de las canciones más importantes de su legendario repertorio

Miércoles, 8 de junio 2022, 02:11

No recuerdo la fecha con exactitud. Quizá porque la infancia es un terreno especialmente propicio para la aparición de recuerdos similares o porque, de tanto producirse, aquel instante adquirió la forma de tradición, las resonancias de liturgia y el peso inequívoco de la memoria. Alcanzo a observar la vida con la estatura de los niños que corretean entre habitaciones, que lloriquean en busca de atención, que saltan de dos en dos los escalones invisibles de su imaginación, que emborronan los papeles con lápices de color al borde del desgaste, que se colocan de puntillas para alcanzar las cimas más accesibles, que sueñan despiertos antes de dormir, que habitan en el sudor del verano, los regalos navideños, la nostalgia otoñal y la fiebre de las primeras primaveras. Y que no dejan de joder con la pelota. Realizando un mínimo esfuerzo puedo también sentir el tacto del gotelé, el olor que entraba por las ventanas abiertas, la puerta del despacho medio abierta, el salón como templo donde sentarse frente al televisor para perderse en otros mundos, las librerías repletas de héroes que seguimos queriendo ser y el eco que se dibuja al final del pasillo. Y ahí está, el disco que no para de sonar y la voz que lo acompaña palabra a palabra, estribillo a estribillo, verso a verso. Se trata de 'Mediterráneo', el mejor trabajo discográfico de la apabullante, en términos cuantitativos y cualitativos, trayectoria de Joan Manuel Serrat, el cantautor de cantautores, el poeta de la garganta que tirita, el maestro de las lecciones que realmente importan y, por acudir al estatus más unánime y cercano, uno de los artistas más relevantes de la historia de la música en castellano. Y aquella voz que llega con nitidez a mis oídos como si el tiempo no fuera más que un peaje que pagar con la mano temblorosa y las prisas justas es la de mi madre. Ella nunca ha sido una gran mitómana, delegó las funciones del exceso, el gusto por la grandilocuencia y la pasión desmedida por la emotividad en un servidor, pero aquel disco se apoderaba de ella de una manera única e incomparable. Desde las primeras notas del inagotable tema homónimo hasta el desenlace protagonizado por la espléndida 'Vencidos', mi madre continuaba viviendo y haciendo sus quehaceres, sí, pero con la mente y el corazón en otro lugar.

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El paisaje de un pueblo manchego que se acerca en la lejanía, el tocadiscos de su hermano como cofre que se abrió un día para descubrirle estas canciones y no volver a cerrarse jamás, las conversaciones de adolescencia con su hermana, el ladrido de unos perros, el griterío del vecindario, la mirada de un padre que ya no está, la mano de una madre que no abandona. Y canta, vibra, se emociona, se pierde y se reencuentra por enésima vez. Es curioso como vuelvo a un instante en el que, sin yo tener idea alguna, la voz de Serrat era la más hermosa de las excusas para regresar.

Una última vez

Y de eso trataba la cita con 'El noi del Poble Sec' en la primera de sus dos noches en Murcia enmarcadas en su gira de despedida, 'El vicio de cantar', de volver una última vez a celebrar los recuerdos compartidos por varias generaciones capaces de reconocerse en un mismo escalofrío. Acompañado por su experimentada banda, Serrat apareció diez minutos por encima de la hora prevista para iniciar un concierto que funcionó con la precisión de un reloj de arena que no entiende de prisas, pausas o paréntesis, sino de levitar sobre el paso del tiempo, capturar la esencia del presente con la elegancia de lo inoxidable y reincidir en la admirable virtud de hacer fácil lo imposible. Así, se fueron sucediendo piezas escritas con letras de oro en las páginas más significativas de nuestro cancionero, comenzando el magistral recorrido con 'Dale que dale', 'Mi niñez', 'El carrusel del furo' y 'Romance de Curro 'El Palmo', primer momento inolvidable de un concierto al que solamente le sobró algún pequeño conflicto entre el sonido y el artista, especialmente durante los primeros temas. Pero, una vez solventados los problemas, y como si de un tiovivo de clásicos perennes se tratase, Serrat disfrutó, hipnotizó y conmovió al público con deliciosas paradas en lugares tan destacados de su repertorio como 'Penélope'; una exquisita 'Es caprichoso el azar' donde estuvo acompañado por Úrsula Amargós, igual de maravillosa en su faceta vocal que en sus labores instrumentales con el violín; la juguetona 'Algo personal'; 'Tu nombre me sabe a yerba' o 'No hago otra cosa que pensar en ti'. Si leídas del tirón imponen, imaginad escucharlas en directo con esa inconfundible garganta capaz de transformar el frío en calidez, el verbo en caricia y cada palabra en pequeño milagro. Y aunque cueste, incluso roce lo injusto, destacar momentos por encima de otros en una noche de semejante envergadura, resulta imposible no subrayar la desbordante excelencia que recorrió cada nota de 'Para la libertad' y 'Cançó de bressol'; la arrebatadora épica de 'Fiesta' y la legendaria 'Cantares'; y todos y cada uno de los temas rescatados de 'Mediterráneo': unas 'Aquellas pequeñas cosas' y 'Lucía' imposibles de escuchar sin las lágrimas surcando las mejillas y la prodigiosa canción titular, himno recibido con el fervor que merece.

Hasta siempre

Si fue una adiós definitivo, ya se sabe que en el mundo de la música las despedidas respiran entre comillas, se pareció al hasta siempre soñado. Aquel de carreras tras el tren, de abrazo sin epílogo, de postales con firma emborronadas por el pálpito, de reconocimiento profundo y sincero. Y estoy seguro de que cada una de las personas presentes lo experimentó de un modo diferente, agradeciendo en mitad de las atronadoras y numerosas ovaciones los momentos vividos con esta banda sonora inmortal. En mi caso, puestos a cerrar la puerta abierta en los primeros compases de este texto, recordaré siempre el rostro y la voz de mi madre, quien estuvo a mi lado en este concierto inolvidable, mientras sonaban las canciones de su vida. Porque eso ha sido y será siempre Joan Manuel Serrat: el más hermoso de los puntos de encuentro.

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