Un concierto en el que el silencio te deja sin palabras con la misma firmeza que las canciones es siempre el mejor de los posibles. Cuando nunca se produce la desconexión con lo que está ocurriendo en el escenario, cuando las distancias entre tablas y ... butacas se difuminan como si de una niebla con prisas e inseguridades se tratase, cuando la belleza de cada nota inunda sin ahogar, conmueve sin caretas y estruja el corazón con la punta de los dedos, ahí, justo ahí, es el momento en el que eres plenamente consciente de estar levitando junto a numerosos rostros desconocidos y mediante el impulso del talento inagotable de figuras tocadas por la exigente varita de la genialidad.
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Y eso es precisamente lo que sucedió, una vez más, con Rufus Wainwright en una noche que cumplió con la totalidad de sus altísimas (y justificadas) expectativas. Ilusión e impaciencia argumentadas sobre los hombros de los inoxidables recuerdos que nos dejaron anteriores visitas del artista estadounidense-canadiense y entre las que siempre reinará aquella histórica velada celebrada en el marco de la edición de 2007 del Cartagena Jazz Festival que el maestro Jam Albarracín definió de la mejor manera posible en su posterior crónica con el siguiente y memorable titular: 'Dios existe'. Amén.
Desde entonces, un servidor no ha perdido la oportunidad de disfrutar de ninguno de los reencuentros que la suerte nos ha brindado con el que es, sin ninguna duda, uno de los más importantes compositores e intérpretes que nos ha dado la música en las últimas décadas, saliendo entusiasmado de todos y cada uno de ellos. El misterio tampoco tiene cabida en este texto, así que no perdamos ni una letra más en confirmar que, de nuevo, el triunfo de Wainwright fue indiscutible.
Manteniendo el formato con el que deslumbró en La Mar de Músicas del pasado 2021, es decir, acompañado exclusivamente por una guitarra, un piano y, por supuesto, esa garganta tejida a base de milagros, océanos, firmamentos pintados de azul cristalino y tormentas de poesía a la cual se le sigue sin identificar límite posible, el bueno de Rufus arrancó desde las alturas con 'Beauty mark' y la estremecedora 'This love affair' y ya no descendió en momento alguno. Combinando la conversación amena con el público, otro terreno en el que se defiende con maestría, con sublimes interpretaciones de clásicos esenciales de su catálogo como '11:11', 'The art teacher', 'Poses', 'Cigarettes and chocolate milk', la infalible 'Going to a town' o una dupla formada por 'Go or go ahead', seria candidata a canción definitiva de su discografía, y 'Peaceful Afternoon' que resultó imposible escuchar sin el acompañamiento fiel de un buen puñado de lágrimas cayendo por las mejillas, Wainwright nos mantuvo a varios centímetros de altura sobre nuestras butacas, latiendo al compás de melodías cuya complejidad arrebata y cuya delicadeza hipnotiza sin reservas.
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Dónde y cuándo Teatro Circo (Murcia). Viernes 21 de abril
Calificación Excelente
Además, no se trató solamente de un apasionante recorrido por la práctica totalidad de sus trabajos, sino que también hubo espacio para versiones tan excelentes como 'So long, Marianne' y 'Halleluja' del inmortal Cohen y para temas inéditos tan destacados como 'Old song' y 'West Side Waltz'. Eso sí, ni rastro de los magníficos anticipos que ha presentado de su próximo disco, 'Folkocracy', cuya publicación se llevará a cabo el próximo dos de junio. Un nuevo paso marcado por las raíces musicales de un artista que continúa construyendo una trayectoria tan única como inclasificable, danzando entre el pop orquestal, la ópera o un modelo de canción de autor que le conecta directamente con la grandeza de su padre y madre: Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle. No es cuestión de palos y astillas, hablamos de gigantes de madera irrompible.
En definitiva, Rufus Wainwright subrayó la evidencia de su enorme talla como creador y cantante mirando al ayer, al presente y a lo que está por venir, todo ello con una naturalidad aplastante, una maravillosa cercanía y un repertorio tan inmenso que no queda otra opción, por suerte, que la de volver a sumergirse en él una y otra vez mientras esperamos su próxima visita. Todavía se puede sentir la forma en la que la ovación cerrada con la que le despedimos tras la preciosa 'La Complainte de la Butte' se va transformando en impaciencia por el reencuentro. ¿Mejor que nunca? No, tan prodigioso como siempre.
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