Robe Iniesta y el autor de 'No funciona nada', en un encuentro reciente. PB

El imaginario de Robe Iniesta

Aquello que un día no fue más que una camiseta colgada en un tendedero, rompió de tanto espacio que llegó a ocupar

Pablo Ballesteros

Auto de 'No funciona nada. Un homenaje a Robe Iniesta'

Viernes, 20 de septiembre 2024, 00:36

No es raro cruzarse con opiniones cinceladas en mármol que aseguran que esto ya no es lo que era, que lo de antes sí y lo de ahora no, que se deben cosas que alguien una vez prometió. Yo, que, como dijo una vez Daniel ... Buendía, no sé casi nada de casi nada, prefiero atender otras cosas.

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Quizás sea importante añadir a la anterior cita que tampoco lo pretendo: no quiero saber, si es posible, nada más de nada. Si acaso, puestos a pedir, quisiera mantener en funcionamiento el radar que sintoniza lo de dentro y lo de fuera, el que ocupa ese espacio entre el corazón y las entrañas, que no es físico, pero sí real y en el que convive todo lo que merece la pena. Donde dialoga lo más esencial de uno y crece lo que no se llega nunca a perder. Si hablamos entonces de ese espacio sin coordenadas y que guardo bien escondido de la vista, tenemos que hablar de Robe Iniesta.

Los recuerdos son, casi siempre, ejercicios de autoficción, destellos que uno va uniendo con cosas que ha visto en diferente tiempo, ruido que nada aporta y cosas que le han contado. Lo valioso es que siendo en su mayoría falsos, los recuerdos son casi siempre más fieles a la realidad que los propios hechos. Así que vamos a dar como bueno que mi primer recuerdo asociado a la obra del músico placentino, es el de asomarme a la ventana que daba al patio de luces de mi edificio y ver en el tendedero de mi vecina, una camiseta húmeda que prometía la explosión inminente del mundo y que, ya puestos, aprovechaba la situación tan poco prometedora para saldar cuentas y mandar a todo el que estuviera dentro de esa bola de tierra y agua a tomar por culo.

No es de extrañar que después de eso, un niño sienta cierta inquietud por averiguar de dónde viene eso que le atrae de una forma tan primaria. Haciendo una excepción y siendo fieles a la verdad, apenas llegué a conectar con tres o cuatro canciones de la banda [Extremoduro], algo lógico viendo el panorama con un poco de perspectiva. No sé si hay un niño en el mundo que sea capaz de conectar realmente con la enormidad de los conceptos que traen consigo versos como: «Hey, lejos de mí / deja que corra el aire, no te quemes, va salir el sol / sol, déjame en paz / la luna me ilumina en esta ruina entra la claridad». Desde luego ese niño no fui yo –a la autoficción hay que saber ponerle límites–, pero algo de todo esto quedó pegado en las paredes de esa parte en la que dialogan las cosas importantes y crece lo trascendente.

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Con el paso del tiempo y del impacto primero –y digestiones lentas después– de obras como 'La ley innata' o 'Mayéutica', aquello que un día no fue más que una camiseta colgada en un tendedero, rompió de tanto espacio que llegó a ocupar y sentí la necesidad de entrar en el imaginario de esas canciones, esta vez con la idea de hacer respirar el mismo aire a las canciones de Robe y a mis versos, con la esperanza de que durante el camino pudieran cogerse de la mano, echarse cosas en cara y acabar lo mío, dándole las gracias a lo suyo por la compañía, las lecciones, el consuelo y el empuje. Porque quizás, –insisto en que yo no sé nada de casi nada– al final de todo, el poder del arte sí que nos puede salvar.

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