Aunque pueda parecer algo menor, tener la capacidad de hacer de un martes algo extraordinario es una virtud digna de la mayor de las admiraciones. Después de todo, hablamos de un día más cercano a la rutina y a la resaca del lunes que a ... la forma de un peldaño superado en el camino al descanso del fin de semana. Insisto, lograr transformar la rutina del prólogo de una semana cualquiera de un julio ya empapado en calor asfixiante, ríos de tráfico y humedad adherida a la sufrida piel en una memorable fiesta de melodías cantadas (y bailadas) a pleno pulmón merece una ovación cerrada. O varias, como las que consiguió el ilustre Juan Luis Guerra con su concierto en la Plaza de toros de Murcia.
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Cuándo: Martes, Plaza de Toros (Murcia)
Calificación: Sobresaliente
Acompañado por 4.40, banda tan multitudinaria como espectacular dirigida con pulso maestro por la maravillosa Janina Rosado, el dominicano estuvo a la altura de su estatus como uno de los grandes con un concierto que ofreció poquísimas opciones al descanso y la desconexión. Desde su tremendo arranque, a nivel tanto visual como musical, con 'Rosalía', 'La travesía', 'La llave de mi corazón' y 'Vale la pena', la noche se resolvió a base de ímpetu rítmico, clásicos de imborrable recuerdo y un abrumador derroche de energía melódica y virtuosismo instrumental. Tan solo se contabilizaron dos momentos de cierta calma, 'Pambiche de novia' y una preciosa versión de 'Ojalá que llueva café' en clave de balada, a lo largo de poco más de una hora y media de puro y duro festival de bachata, merengue y salsa. Terrenos todos ellos en los que Guerra se mueve con la soltura reservada en exclusiva a los maestros, como quedó más que demostrado con momentos tan magníficos como los protagonizados por 'Visa para un sueño', 'Como yo', la celebradísima 'El Niágara en bicicleta' o una 'El costo de la vida' cuya letra sigue resonando con los dientes apretados del presente («Y la gasolina sube otra vez, el peso que baja, ya ni se ve, y la democracia no puede crecer si la corrupción juega ajedrez»). Temas fundamentales en una trayectoria profesional que encontró su cima absoluta a comienzos de la década de los noventa con el disco 'Bachata rosa', la obra maestra de Juan Luis Guerra.
Un trabajo impecable de inicio a fin que mantiene plenamente intacto su arrebatador poder de seducción, un logro del que su principal responsable parece plenamente consciente al otorgarle un papel de lujo en el guion del concierto, interpretando ocho de sus diez canciones. Nada que reprochar, todo lo contrario, puesto que resultó un auténtico placer disfrutar de la belleza de 'Estrellitas y duendes' y 'Carta de amor', enamorarse de nuevo de esa debilidad colectiva llamada 'Burbujas de amor' o adquirir un número incontable de agujetas y emociones al ritmo de ese soñado tridente de bises formado por 'A pedir su mano', el delicioso tema homónimo y 'La bilirrubina', infalible punto y final que enloqueció definitivamente a un público entregadísimo a la causa del primer al último minuto. Incluso cuando se acabó el despliegue de confeti y cesaron los estallidos de humo y luces, nadie parecía querer abandonar su sitio, pidiendo desde el aplauso rendido una nueva posibilidad para dejarse llevar con una música de inconfundible sabor, esencia y arrojo.
Y en ese mismo punto seguimos muchas de las personas que tuvimos la enorme suerte de poder vivir esta velada, danzando y tarareando las canciones de una de esas figuras musicales que parecen ajenas al paso del tiempo y se muestran imbatibles en su devoción por la búsqueda del disfrute propio y ajeno. Así, lo que parecía un martes cualquiera dibujado en el calendario con la pereza de lo cotidiano terminó en jornada para enmarcar gracias a Juan Luis Guerra, un artista capaz de hacer de la rutina algo extraordinario.
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