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La valentía tiene mucho de épica, sí, pero también de poesía. Atreverse a ir más allá de lo común, saltar por encima de las murallas de lo preestablecido, arriesgar con pulso firme incluso cuando las fichas que sudan entre los dedos no aseguran la victoria y elevar el rostro hasta fijar la mirada a la altura exacta de la desafiante mandíbula de las expectativas representa un ejercicio de coraje y atrevimiento que conviene valorar desde la admiración instantánea. Y así, desde la determinación y la búsqueda más salvaje, desde la introspección convertida en aullido multitudinario, desde el alcance único que tienen las grandes canciones, la prosa se convierte en verso, lo previsible en impacto y el otoño en epopeya.
Dónde Palacio de los Deportes de Murcia.
Calificación Matrícula de honor.
De cara a su fin de gira, el cual consta de un total de cinco fechas repartidas entre Murcia, Madrid y Barcelona, Arde Bogotá tenía fácil escapar de todo ello, tomar atajos, evitar cualquier peligro y ofrecer el mismo directo con el que llevan girando sin descanso desde que publicaron su segundo disco largo, el formidable 'Cowboys de la A3'. Sin embargo, y pese a quelas entradas para estos conciertos están agotadas desde hace semanas y la estructura de su directo lleva tiempo confirmando su contrastada eficacia y popularidad, el grupo cartagenero ha optado por despedir su trepidante 2024 yendo más allá, esquivando las balas de lo previsible con la audacia que corre por las venas de lo asombroso hasta entregar un espectáculo nuevo, distinto, sorprendente, ambicioso y, digámoslo ya, memorable. Después de todo, el rock y el miedo nunca se han entendido demasiado bien.
Los protagonistas siguen siendo los mismos, es decir, Antonio García, Dani Sánchez, Pepe Esteban y José Ángel Mercader, fielmente acompañados por la guitarra sudorosa y entregada de Pedro Quesada, pero el resto de los elementos conocidos por quienes les han (hemos) visto previamente en acción han sido sustituidos. Confesaba García en una reciente entrevista con LA VERDAD que uno de los objetivos fundamentales en relación con estas noches era lograr un concierto que fuera escuchado, pero también visto, y sus palabras adquirieron un sentido pleno desde el primer segundo.
Marcado por una embriagadora esencia western, eso sí, más cercana al toque Tarantino que al de Ford, y un concepto donde se cruzaban los paisajes efímeros que se suceden a lo largo de los viajes de ida y vuelta, externos e internos, con gasolineras a ras de medianoche y eclipses erigidos sobre la misma piel erizada, la velada arrancó por todo lo alto con 'Veneno' y 'Abajo'. Un primer golpe sobre la mesa cuyo rotundo eco se mantuvo a lo largo de una primera mitad en la que se dieron cita temas reconocidos de la formación como 'Que vida tan dura', 'El beso' o 'Big Bang', felizmente recuperada para la ocasión, y sorpresas inesperadas como 'Nuestros pecados' o 'Flores de venganza', pieza inédita que incorpora otro riff ganador a la colección Bogotá.
El ritmo era incesante, la efusividad general resonaba de forma atronadora y la coherencia interna del concierto abrumaba por su equilibrio. La banda era estampida y cascada, furia y pasión, delirio y energía. García confirmaba por enésima vez que es uno de esos 'frontman' que aparecen cada mucho tiempo, pero mucho, mientras que las guitarras de Sánchez y Quesada, el bajo de Esteban y la batería de Mercader dialogaban, entendían y danzaban con una precisión tan absoluta como vibrante. Y así, en pleno estado de ebullición, llegó un segundo tramo que bien merece una mención especial.
Recibida con miles de carteles, uno por espectador, con las célebres coordenadas '571-/9A', una impresionante 'Exoplaneta' inició cerca de una hora de excelencia donde brillaron con luz propia una 'Te van a hacer cambiar' impregnada de sensacionales tintes progresivos, 'La torre Picasso', confirmada como nuevo clásico imprescindible del grupo, y 'Virtud y castigo', 'Copilotos', 'Flor de la mancha' y 'La salvación', cuarteto de ensueño que se elevó hasta el infinito gracias al acompañamiento orquestal conducido por otro cartagenero ilustre, Álvaro Pintado, director de la Joven Orquesta Sinfónica de la ciudad portuaria. Un segmento hermosísimo y elegante al que siguió la traca final protagonizada por 'Los perros', 'Antiaéreo' y 'Cariño', epílogo trepidante que nos dejó, al mismo tiempo, sin respiración y con ganas de más.
Y así, en un abarrotado Palacio de los Deportes rendido al espectáculo, imposible que fuera de otro modo, los temas que sabías de memoria, que has cantado decenas de veces, que te han provocado afonías y agujetas, también recuerdos imborrables y momentos que atesoras en la memoria como oro en paño, adquirieron otra dimensión. Un alcance mayor, distinto y profundamente emocionante.
La banda que se hizo grande a la velocidad del relámpago, no dejemos de subrayar que el motivo principal de semejante hazaña se le debe otorgar a un repertorio sobresaliente del primer tema al último, dio un salto (o varios) más hasta convertirse definitivamente en gigante desde los únicos lugares donde la mentira pierde cualquier alternativa: el escenario y la canción. Bravo por la osadía. Bravo por la ambición. Bravo por la deslumbrante valentía de Arde Bogotá.
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