Mahler le ha ganado la partida a Beethoven, Schubert y Brahms. A pesar de que los cuatro músicos hoy día descansan en el extrarradio de Viena, el que fuera director musical de la Staatsoper es el único que lo hace en el cementerio de Grinzing, ... un bellísimo paraje plagado de viñedos donde la luz del sol multiplica las tonalidades de los verdes.

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El visitar la tumba de Gustav Mahler era una de las anotaciones que tenía en la agenda de mi reciente viaje a Viena. Conozco su biografía y obra con cierta profundidad, lo que me ha dado muchos momentos de inmensa felicidad. La atenta escucha de las composiciones de Mahler resulta tan previsible como inesperada, ya que siempre se redescubren aspectos de su obra al tiempo que surgen otros nuevos y asombrosos.

El día amaneció soleado y el recorrer los alrededores de Grinzing con sus viñas perfectamente alineadas no consiguió distraer mi agitación interior ante una cita muchas veces soñada. Las inmediaciones del cementerio estaban desiertas y dentro del mismo sólo encontré a un operario que se ofreció a orientarme.

Afortunadamente, Mahler reposa en una zona de fácil localización y su tumba es tan sencilla como contundente. El imponente bloque de piedra donde figura su nombre esculpido tiene una especie de capitel coronado de cantos rodados colocados siguiendo una vieja tradición judía. A los pies, un parterre con vegetación flanqueado por dos setos. La rotunda austeridad del túmulo de Gustav Mahler hace honor a su voluntad manifestada en vida y a su particular aseveración: «El que venga a verme sabrá quién fui. El resto no necesita enterarse».

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Las piedras dispuestas sobre la tumba del compositor son fruto de una costumbre judía que se justifica de distintas formas. Cuando se está delante de Mahler sólo puede entenderse de dos maneras: el deseo de mantener su alma en este mundo o el de establecer un vínculo con su memoria a través de un guijarro que certifica que se estuvo allí.

Mahler fue un maestro de la composición y dirección musical. Su carácter inconformista le generó la incomprensión de sus contemporáneos. Él afirmaba que su tiempo estaba por llegar. Su música lo transmite en los sucesivos pentagramas de reflexión sobre la muerte y la existencia.

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Uno deja Grinzing con una sonrisa. Te vuelves a casa sabiendo que Mahler está feliz entre los viñedos que eligió como compañeros de eternidad. Sin duda, fue el más listo del numeroso grupo de compositores que escribieron la historia de la música de Viena.

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