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En el centro, el crítico de arte y literatura Juan Manuel Bonet; arriba a la izquierda, La Catedral de Murcia, por J. Laurent.; a la derecha, Pedro Flores, Miguel Valdivieso, Juan Guerrero Ruiz, Ramón Gaya, Luis Garay, Antonio Oliver Belmás y José Ballester, en Murcia en 1928; abajo a la izquierda, el escritor Jorgue Guillén, fotografiado por Juan Guerrero Ruiz en una terraza de Murcia, con la torre de la Catedral al fondo; a la derecha, la obra 'Reunión de los artistas de mi generación en el Café Oriental', de Pedro Flores.

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En el centro, el crítico de arte y literatura Juan Manuel Bonet; arriba a la izquierda, La Catedral de Murcia, por J. Laurent.; a la derecha, Pedro Flores, Miguel Valdivieso, Juan Guerrero Ruiz, Ramón Gaya, Luis Garay, Antonio Oliver Belmás y José Ballester, en Murcia en 1928; abajo a la izquierda, el escritor Jorgue Guillén, fotografiado por Juan Guerrero Ruiz en una terraza de Murcia, con la torre de la Catedral al fondo; a la derecha, la obra 'Reunión de los artistas de mi generación en el Café Oriental', de Pedro Flores.

Murcia moderna

LA VERDAD ofrece un extracto de la conferencia que, sobre la capital, el crítico de arte y literatura Juan Manuel Bonet impartió en la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón dentro del ciclo 'Escribir la ciudad. La ciudad y sus escritores'

Juan Manuel Bonet

Domingo, 28 de marzo 2021, 09:15

Cuando Fernando Rodríguez Lafuente y Fernando Castillo me invitaron a elegir una ciudad española sobre la cual hablar en este ciclo, tuve claro que quería hablar, o de Lugo, o de Murcia. Lugo tenía en principio todas las de ganar, por razones familiares. Lugo eran la revista 'Ronsel' y el diario 'Vanguardia Gallega' y los hermanos Correa Calderón, pintores como Corredoira o Julia Minguillón, poetas como Luis Pimentel y Álvaro Cunqueiro y Uxío Novoneyra y Manuel María, un narrador como AnxelFole… Todo esto, sin embargo, lo había estudiado ya con cierto detenimiento, con ocasión de una muestra sobre José Vázquez Cereijo, celebrada allá en 2019. Por eso finalmente elegí Murcia, también ligada a la biografía intelectual de mi padre. Ciudad abordada en mis trabajos sobre Juan Guerrero Ruiz, Bonafé, Alfonso Albacete y sobre todo sobre Ramón Gaya. Ciudad respecto de la cual he escrito a menudo que hace un siglo era como una pequeña ciudad italiana. Se trata ahora de demostrarlo.

Azorín nos ha enseñado el camino de las fotografías de ciudades del pionero absoluto de ese arte en nuestro país, me refiero naturalmente al francés Jean Laurent. Aunque ha cambiado mucho, Murcia, asomada a su río, y a la fértil huerta que la rodea, conservan todavía algo del aroma de esas instantáneas amarillentas, en las que tanta importancia tienen esas palmeras que reencontramos en no pocos cuadros murcianos del XIX, de José María Sobejano, Juan Antonio Gil Montijano (¡qué maravilla 'El viático en la huerta'!) o Inocencio Medina Vera.

La primera vez que pisé Murcia, junto a mis padres y hermanos, fue en la Semana Santa de 1966. Nuestro padre era entonces flamante catedrático de Historia del Arte de su Universidad. Alojados en el Cardenal Belluga, en él conocimos a Luciano de la Calzada, y a residentes como el geógrafo lorquino Horacio Capel y el juez ciezano Bartolomé Ríos Salmerón. En una cafetería saludamos a Ángel Valbuena Prat. Visitamos la Catedral, y al canónigo Arturo Roldán, y el Museo Salzillo. También me quedé con la copla del quiosco cosmopolita de Trapería, y enfrente, del Casino neo-moresco con sus encantadores frescos del futuro suicida Obdulio Miralles. Recorrimos parte del Malecón. Nos acercamos a la Noria de Alcantarilla. Vivimos la Semana Santa, con los Salzillo en la calle, y la lluvia de caramelos. También las de Lorca, La Unión, y Cartagena. En esta última ciudad, más que las procesiones, me impactó la casa de José María Álvarez, con su estampario ramoniano. Por último, hubo una extensión andaluza, a Mojácar, donde pronto tendríamos casa.

Plaza de San Pedro de Murcia, por J. Laurent.

La Murcia de la que hablaré no es esa de mediados de los 'sixties', sino la de la preguerra: su edad de oro. El primer aldabonazo al respecto lo representó para mí el catálogo de la exposición 'Artistas murcianos: 1920-1930' (1972). Luego vendrían la reedición facsimilar, en 1977, de Verso y Prosa, y la consiguiente pequeña exposición sobre esa revista celebrada en Madrid, en la Librería Turner, y que reseñé en El País. Al año siguiente, entrevisté a Ramón Gaya, el gran superviviente de todo aquello, para el semanario 'La Calle', con motivo de su retrospectiva de Multitud.

En los 'happy twenties', la recién fundada Universidad de Murcia vio llegar a un flamante catedrático de Literatura: Jorge Guillén. Morador del Palacio de Ordoño, ahí escribiría el primer 'Cántico', el de 1928. Detrás de sus versos está la ciudad fina y polvorienta que llevaría siempre en su corazón. Me encanta una fotografía tomada en 1951 por Juan Guerrero Ruiz, durante un viaje de retorno, en la que su silueta se recorta sobre la torre de la Catedral.

Juan Bonafé, agachado junto al pintor Ramón Gaya en su estudio de La Alberca, en 1960

Generación del 27

Los mejores amigos de Guillén en aquella Murcia fueron los escritores y pintores del 27 local. Guerrero Ruiz, entonces secretario del Ayuntamiento de la ciudad, llevaba muchos años colaborando estrechamente con Juan Ramón Jiménez, del que sería el Eckermann, como lo atestigüa Juan Ramón de viva voz. Espléndido fotógrafo, todos hemos reproducido mal sus instantáneas, en márgenes de libros o catálogos. Con José Ballester, futuro autor de una preciosa novela murciana de ritmo lento, 'Otoño en la ciudad' (1936), creó el formidable 'Suplemento Literario' de LA VERDAD (1923-1926). En él además de Juan Ramón colaboraron Alberti, Dámaso Alonso, Bergamín, Cernuda, Chabás, José María de Cossío, Gerardo Diego, Díez-Canedo, Antonio Espina, García Lorca, Guillén, Hinojosa, Jarnés, Antonio Machado, Marichalar, Gabriela Mistral, Gabriel Miró, Antonio Oliver Belmás, Eugenio d'Ors, Alfonso Reyes, Raimundo de los Reyes (futuro director de Sudeste, y editor del primer libro de Miguel Hernández), Salinas... Plantel inigualado por ningún periódico en ninguna otra provincia española de los veinte, y eso que en Lugo tampoco estuvo mal 'Vanguardia Gallega', el diario de mis tíos-abuelos, cuya revista, 'Ronsel', mereció la atención del suplemento.

Continuación del suplemento fue 'Verso y Prosa' (1927-1928), revista donde colaboró la totalidad de los astros mayores del 27, ya presentes en el suplemento, más Aleixandre, Altolaguirre y Prados. Y luego Arconada, Max Aub, Bacarisse, Carmen Conde, Giménez Caballero, Moreno Villa, Souvirón, Supervielle, Claudio y Josefina de la Torre, Villalón, y exultraístas como Buendía, Larrea, Guillermo de Torre y Adriano del Valle, y los sevillanos de Mediodía, y pintores, Dalí, Maruja Mallo, Palencia, Gregorio Prieto, Vázquez Díaz... La amistad entre Ballester y Guerrero Ruiz duró toda la vida. Me encanta la fotografía 'forties' en que posan en el Malecón, tan parecidos entre sí, y ambos trajeados, encorbatados, y con sombrero. Probablemente unos Cambridge de la sombrerería de Carlos Ruiz-Funes, diletante ilustrado, marido de la pianista Anita Puig.

Pedro Serna, Pedro García Montalvo, Manuel Avellaneda, Eloy Sánchez Rosillo y Tomás Segovia, en Blanca en 1977.

De los murcianos del 27, Pedro Flores fue el primero en destacar. Brillan su homenaje a Gaya en el estudio que ambos compartieron con Garay; 'El cojico de Yeste'; y una vista de la huerta con casas y palmeras.

Luis Garay fue, de los tres pintores principales de aquella Murcia, el que a la postre se recluiría en ella. Son excelentes el retrato del 'Ramonet' Gaya de los diez años; el paisaje urbano, casi ferrarés, de la colección de Pepe Sánchez; la visión de un suceso en las casas bajas de Espinardo; los dibujos lineales y costumbristas para el almanaque de 'El Liberal' de 1926; o su adhesivo del Hotel Victoria. Fue además excelente escritor, de estirpe juanramoniana.

El benjamín, Ramón Gaya, empezó a pintar de crío. Pronto realizó espléndidos bodegones (el de la mandolina, tan veintisietista, a él, de mayor, le irritaba), y retratos sensibles, y magníficas acuarelas de la localidad alicantina de Altea, meta de alguna excursión grupal. Evolucionó luego hacia la «pintura-fruta» a lo Bores. El gran Gaya estaba por venir.

En 1928 a Flores, Garay y Gaya los becó el Ayuntamiento para viajar a París, con motivo de su muestra en la Galerie des Quatre Chemins. Flores se quedaría ahí de por vida. Para Gaya, París supuso ver en directo la pintura de vanguardia, y sufrir un gran desencanto, al que se sumaría su descubrimiento del Prado, «roca española». Del exilio mexicano datarían sus primeros homenajes al pintor al que en 1969 dedicaría Velázquez, pájaro solitario.

Bonafé, por su parte, autor de un célebre retrato juanramoniano, vivió el fragor de las vanguardias madrileñas. Su gran amigo era entonces Esteban Vicente, que más tarde triunfaría en Nueva York como 'action painter'. Existen fotografías de ambos en La Alberca. Algunos dibujos ahí realizados por Vicente aparecieron en 'Verso y Prosa'. Bonafé seguiría siendo siempre, tanto en Murcia como durante su breve exilio en Montauban, pintor fino.

Murcia vio pasar también a varios pintores ingleses convalecientes de la Gran Guerra: Darsie Japp, Jan y Cora Gordon, Wyndham Tryon, Cristóbal Hall… Este último fue el de mayor entidad. Memorables su ensayo de Revista de Occidente 'La pintura española, depósito de tiempo perenne' (1927), y sus retratos, entre ellos el de Guillén. En Murcia hizo amistad sobre todo con Guerrero Ruiz, que reprodujo obra suya en 'Verso y Prosa', y con Gaya, cuya hija Alicia, cuya madre murió en la estación de Figueras, sería educada por los Hall, primero en su castillo de Cardesse, próximo a Pau, y luego en Lisboa.

'Juego de bolos', de José María Sobejano.

Nuevos nombres

En escultura, preciosas las esculturas y cerámicas novecentistas de Antonio Garrigós, y pioneras las figuras poscubistas y estilizadas de José Planes. Ya casi al final de los años que evocamos, surgieron nuevos nombres. Por ejemplo, Joaquín, cuya retrospectiva de Contraparada 1982, comisariada por Martín Páez, visité con Gaya. Por ejemplo, Sofía Morales, pintora con destellos velazqueños, y sobre la que él escribió en LA VERDAD. Por ejemplo, Vicente Viudes, raro arcimboldesco, vinculado a las aventuras teatrales de Luis Escobar en una posguerra durante la cual también sobresale Antonio Hernández Carpe, como un Zabaleta de Murcia.

Aunque vivió siempre en París, donde pintó muchas 'espagnolades', y trató demasiado, durante la Ocupación, a César González-Ruano, Pedro Flores sería el primero en volver, solo de visita. El Archivo Municipal custodia unos carretes con fotografías suyas de los cincuenta. Estupendas las de casas con palmeras, tema suyo de los veinte que retomó entonces, con la misma nostalgia con que recreó la atmósfera del Café Oriental.

Pedro Flores con Esteban Vicente, en París, en 1928.

Tras dos décadas de exilio, en 1960 Gaya volvió por vez primera a España, y a Murcia, donde se reencontró con Bonafé, al que no veía desde Cardesse. Existe una fotografía en que se les ve juntos en el estudio del segundo, en La Alberca. Testigo de aquel reencuentro fue un aprendiz de pintor que recibía clases ahí, Alfonso Albacete, que tenía… la edad que tenía Gaya cuando empezó a pintar. De 1982 es el homenaje gayesco a Bonafé. En 1979, la primera exposición de Albacete en Egam, 'En el estudio', giraba en torno al suyo de Madrid: un arco que había en el mismo le recordaba el que había en el estudio de su maestro. Sería Albacete quien me llevaría a visitar a Ginesa Aroca, la viuda de Guerrero Ruiz. Durante esa visita brotarían mi amistad con Juan Arturo y José Luis Guerrero, y mi exposición de 1983 'Juan Guerrero Ruiz y sus amigos', que, tras presentarse en la madrileña Fundación Valdecilla, visitaría Murcia.

Decisivo de cara a la definitiva reincorporación de Gaya a Murcia fue el año 1975, durante el cual pinta una visión dorada de la Catedral, varias obras salzillescas, la plaza de San Juan con sus palmeras, unos almendros en flor… Gran decisión municipal fue la creación del Museo Gaya, inaugurado en 1990. El senior fue muy amigo de colegas más jóvenes como Manuel Avellaneda, que se fue demasiado pronto, o como Pedro Serna, con los que salía a pintar, por ejemplo al valle encantado de Ricote. También del fotógrafo Juan Ballester, y de escritores como Francisco Flores Arroyuelo, Pedro García Montalvo, José Rubio o Eloy Sánchez Rosillo... La Murcia ha sabido seguir conciliando tradición, y modernidad, como también lo demuestran otros dos encargos municipales: el nuevo Ayuntamiento, de Rafael Moneo, y el Museo Hidráulico de los Molinos del Segura, de Juan Navarro Baldeweg.

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